_
_
_
_

La estrategia hegemónica de Trump dispara la tensión nuclear

El presidente amplía el espectro de enemigos, apuesta por armas de “baja intensidad” y permite responder con el látigo atómico a amenazas tan difusas como los ciberataques

Jan Martínez Ahrens
Prueba nuclear de PRISCILLA el 24 de junio de 1957 en el lugar de pruebas de Nevada.
Prueba nuclear de PRISCILLA el 24 de junio de 1957 en el lugar de pruebas de Nevada.Getty Images

El tiempo de los abrazos ha terminado. Si durante décadas los presidentes de Estados Unidos fomentaron el respeto a los tratados y la no proliferación, con Donald Trump la primera potencia ha vuelto a poner el dedo en el gatillo nuclear. Y esta vez, no apunta solo a Rusia, China o Corea del Norte. En su nueva estrategia, la Casa Blanca amplía inesperadamente el espectro de enemigos, apuesta por el desarrollo de armas de “baja intensidad” y otorga al presidente el poder de responder con el látigo atómico a amenazas tan difusas como los ciberataques. Con Trump, la escalada nuclear se ha reactivado.

Es un giro de enorme repercusión, aunque calculado para no desatar el pánico. La denominada Revisión de la Postura Nuclear, el documento que sustituye la estrategia diseñada por Barack Obama en 2010, mantiene la limitación de emplear el arma máxima solo en “circunstancias extremas” y apuesta, como la anterior Administración, por modernizar la triada (los misiles lanzados desde submarinos, bases y bombarderos) dentro del marco de los tratados.

Hasta ahí todo normal. Pero el documento, siguiendo a pies juntillas la Weltanschauung hegemónica de Trump, da un paso más. “Incorpora un concepto nuclear muchas más agresivo e impetuoso, y en apartados clave quiebra los esfuerzos por reducir el papel y el número de las cabezas nucleares en el mundo”, afirma el experto de la Asociación de Control de Armas Kingston Reif.

La novedad que más inquietud ha generado se refiere al uso del botón nuclear. Hasta ahora la respuesta del presidente se circunscribía a eventuales episodios de destrucción masiva tanto nucleares como químicos o biológicos. Con el nuevo plan, se añaden los “ataques estratégicos no nucleares”. Un concepto que incluye los ciberataques. Ya sean al operativo nuclear, la población civil o a infraestructuras como la red eléctrica y el control aéreo.

Esta formulación amplía el foco bélico. El enemigo ya no tiene por qué ser un país con armas atómicas. Es más, ni siquiera ha de ser un país. Por su propia naturaleza, un ciberataque puede diluirse en cientos, miles, millones de frentes. No es un misil dirigiéndose a Washington. No hay un presidente al otro lado del teléfono rojo. Ni siquiera su autoría es clara.

Esta vertiginosa rebaja del umbral de respuesta nuclear ha desatado la polémica. “Parece muy poco inteligente, con el poderío militar que tiene Estados Unidos, responder con armas atómicas a un ataque no nuclear. Imaginemos que Rusia o China lanzan un ciberataque contra EEUU. ¿Cabe pensar que un presidente conteste con una ofensiva que suponga un contraataque nuclear?”, se cuestiona Steven Pifer, experto en control de armas de Brookings Institution.

El Pentágono ha evitado entrar en detalles sobre la magnitud que ha de tener un ciberataque para generar una respuesta nuclear. Pero la noción está desarrollada en un poco conocido informe de la Dirección de Nacional de Inteligencia, el organismo que aglutina a las agencias de espionaje, y que sitúa esta amenaza por delante de las armas de destrucción masiva y el terrorismo. “La potencialidad de un ataque sorpresa se va a incrementar en los próximos años en la medida en que miles de millones de aparatos digitales se seguirán conectando a una red de escasa seguridad y que tanto naciones como actores malignos han aumentado su capacidad para usar herramientas cibernéticas. Está creciendo, por tanto, el riesgo de que ciertos adversarios lancen contra Estados Unidos un ciberataque (ya sea de destrucción de datos o una disrupción localizada y temporal de infraestructuras críticas) y abran una crisis sin necesidad de declarar la guerra”, indica el informe.

Entre los posibles enemigos, la Dirección Nacional de Inteligencia señala a Rusia, China, Irán y Corea del Norte, cuyos “ensayos son cada vez más agresivos”. Como actores malignos apunta a grupos terroristas y organizaciones criminales, aunque admite que las fronteras tienden a borrarse: “La divisoria entre la actividad criminal y la de los Estados será cada vez más difusa en la medida en que ciertas naciones puedan querer utilizar a los primeros en sus operaciones”.

En este escenario de riesgos líquidos y enemigos multiplicados, la estrategia de Trump añade otra vuelta de tuerca. Con Obama, como señala el experto Steven Pifer, el esfuerzo se encaminó a reducir el número de armas atómicas para aminorar su peso en la seguridad nacional y acabar confinándolas al espacio de la disuasión pura. La Casa Blanca ha quebrado este precepto y ha planteado el desarrollo de lo que denomina “armas tácticas”. Bombas de menos de 20 kilotones, tan letales como las que arrasaron Hiroshima y Nagasaki, pero consideradas pequeñas en comparación con las que actualmente dispone Estados Unidos.

A diferencia de las armas estratégicas, pensadas para arrasar poblaciones, estos artefactos tendrían como objetivo las tropas enemigas. El resultado es dudosamente tranquilizador: en caso de conflicto, antes de la aniquilación de las ciudades, los estrategas se enfrentarían a un escenario de “guerra nuclear limitada”.

Para justificar este paso, la Casa Blanca alega que Rusia ya ha desplegado armas tácticas y que por ello cuenta con ventaja. En caso de crisis, sostiene el Pentágono, EEUU no dispone en estos momentos de una respuesta proporcional. “Por ello, nuestra estrategia garantizará que Rusia entienda que cualquier uso de armas nucleares, aunque sea limitado, es inaceptable”, sostiene el documento, consagrando un pulso de consecuencias imprevisibles.

Más información
Las potencias nucleares multiplican su inversión pero tienen menos armas atómicas
¿Se puede ‘desinventar’ la bomba nuclear?

“Se abre una escalada que, como no toca las armas estratégicas, puede parecer aceptable. Pero sería más acertado hacer justo lo contrario, aumentar el umbral y dejar claro a los potenciales adversarios que un arma nuclear es un arma nuclear, no importa el tamaño que tenga. El uso de cualquier arma nuclear cambia las reglas de juego y abre una caja de Pandora impredecible, indeseable y potencialmente catastrófica”, ha señalado Pifer.

Es la estrategia del miedo. Otra vez. Se amplían los objetivos, se abre paso al desarrollo de nuevas armas y se envía una señal inequívoca al mundo. Estados Unidos no busca el empate. Lo suyo no es ir de la mano con nadie. El propio Trump lo ha explicado: “Tendremos una fuerza nuclear totalmente modernizada y nueva. Ojalá no haya que usarla, eso dependerá de otros, pero que nadie dude de que mientras sea presidente estaremos por encima de cualquiera en poderío nuclear”.

Los elementos para el terror están ahí. Y nada parece frenarlos. Los aliados de la OTAN han intentado calmar las aguas apelando al cumplimiento de los tratados internacionales. China ha pedido a Trump que abandone su “mentalidad de guerra fría” y se apreste al desarme. Y Rusia, sin dejar de mostrar los dientes, ha lamentado la “política de confrontación de Washington”. Pero el presidente de EEUU, rehén de su aislacionismo, no ha dado su brazo a torcer: “Tenemos que modernizar y reconstruir nuestro arsenal nuclear haciéndolo tan fuerte y poderoso que disuada de cualquier agresión. Ojalá jamás haya que usarlo. Quizá algún día en el futuro llegue un momento mágico en que los países del mundo eliminen juntos sus armas nucleares. Desgraciadamente, eso no va a pasar ahora”.

Los elementos para el terror

El presidente de EEUU, guiado por su aislacionismo, ha diseñado un orden planetario poblado de espectros. Reducida la amenaza terrorista, han vuelto al primer plano los viejos enemigos, China y Rusia. Pero no es, como algunos han creído ver, un regreso a la Guerra Fría. Washington da el esquema bipolar por superado. Las amenazas son ahora múltiples y, en muchas ocasiones, difusas. No así la respuesta. Esta debe ser contundente. Devastadora. Hegemónica. En esta búsqueda de la primacía, el presidente ha aprobado un plan de 1,2 billones para renovar el entramado nuclear y ha autorizado una partida para un nuevo misil de crucero que, en caso de ensayarse, violaría los acuerdos de limitación de armas de rango intermedio.

La justificación para este arriesgado paso ha sido el despliegue por parte de Rusia de un artefacto similar. Algo bien conocido por los servicios de inteligencia y que la Administración Obama había intentado revertir por medio de la presión diplomática. Trump, directamente, ha ordenado competir con otro ingenio. “Está acelerando la escalada nuclear mundial y, con ello, el riesgo de un conflicto atómico”, alerta el experto Kingston Reif.

En esta remontada, Rusia no es la única diana. El acuerdo nuclear con Irán está ahora mismo en la cuerda floja. En mayo, el presidente tiene que decidir si lo mantiene con vida. Su ruptura acabaría con el cerrojo que impide a Teherán construir un arma atómica y podría desencadenar una escalada en Oriente Próximo.

Aún más inestable resulta la relación con Corea del Norte. El paupérrimo país asiático ha emprendido, de la mano del sangriento Kim Jong-un, una frenética carrera armamentística que tiene por objetivo EEUU. Aunque la respuesta estadounidense se ha centrado, con apoyo de China, en la asfixia económica, también ha hecho uso de una retórica incendiaria, propia de tiempos prebélicos. Trump ha amenazado a Pyongyang con una ola de “fuego y furia como nunca ha visto el mundo” y ha hecho pública su disposición a “destruir totalmente” a su enemigo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_