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Deshielo en la disputa por el nombre ‘Macedonia’ entre Grecia y la exrepública yugoslava

El diálogo para resolver el contencioso nominal entre Atenas y Skopje afronta la oposición del socio de coalición de Tsipras y una marea ultranacionacionalista

María Antonia Sánchez-Vallejo

El nacionalismo vuelve a resonar con fuerza en los Balcanes. El intento más serio en 27 años de resolver el contencioso nominal que enfrenta a Grecia y la Antigua República Yugoslava de Macedonia (FYROM, en sus siglas inglesas) amenaza con alterar el mapa político griego e incluso con dinamitar la coalición de Gobierno en Atenas, ya que el socio de Syriza, la derecha soberanista de Griegos Independientes (ANEL), se opone a cualquier solución que incluya el término Macedonia, una región del norte de Grecia cuna de Alejandro Magno, y defiende un referéndum al respecto.

Manifestación contra el uso del nombre Macedonia por Skopje, el día 21 en Salónica.
Manifestación contra el uso del nombre Macedonia por Skopje, el día 21 en Salónica. G. Papanikos (AP)

En Skopje, el incipiente diálogo revela el giro copernicano del Gobierno socialdemócrata de Zoran Zaev tras casi una década de megalomanía nacionalista que llenó las calles de la ciudad de monumentos mostrencos a mayor gloria del conquistador macedonio. Ambos países mantuvieron el miércoles en Davos el contacto de mayor nivel político hasta la fecha: una entrevista oficial entre Alexis Tsipras y Zaev. Fue una cita llena de gestos: Skopje anunció que retirará el nombre provocador (Alejandro Magno) al aeropuerto de Skopje y a la principal autopista del país, de dos millones de habitantes.

Pese al optimismo reinante en la comunidad internacional, Tsipras afronta una seria oposición interna. La demostración de fuerza ultranacionalista que los detractores del uso oficial de la palabra Macedonia por Skopje hicieron el domingo en Salónica (90.000 personas según la policía, 400.000 según los organizadores) envió un claro mensaje al Gobierno de cara a las negociaciones que, bajo el manto de la ONU, arrancaron este mes con el objetivo de alcanzar, antes de finales de julio —hay cumbre de la OTAN—, una solución permanente. Ya se barajan propuestas: mientras que para Grecia la denominación definitiva debe ser un nombre compuesto, acotado geográficamente, el mediador de la ONU, Matthew Nimetz, habría propuesto una lista de cinco opciones, entre ellas las denominaciones “Alta / Septentrional / Nueva Macedonia” o incluso “Vardarska Macedonia”, por el nombre del río que atraviesa Skopje y que, desde una altura mastodóntica, vigila la estatua ecuestre —con una altura de ocho pisos— de Alejandro Magno.

Pero el lema de la concentración de Salónica no dejaba lugar a dudas: “Hay una sola Macedonia, y es griega”. Entre los manifestantes había diputados de Nueva Democracia (ND) y el gobernante ANEL; numerosos popes y el obispo local, el halcón metropolita Anthimos de Salónica, así como el que muchos consideran líder de la movilización, Frangos Frangulis, exjefe del Estado Mayor griego y que podría formar un partido político, del estilo de la italiana Liga Norte; si se concreta, la nueva formación restaría votos a ND ahora que las encuestas de intención de voto le dan 10 puntos sobre Syriza. La marea blanquiazul de Salónica podría repetirse el 4 de febrero en Atenas con otra movilización para la que el Sínodo Nacional de la Iglesia ortodoxa ha solicitado la asistencia a sus representantes. La intromisión eclesiástica en un asunto de Estado fue criticada por el Gobierno, que acusó a los popes de hacerle el juego al neonazi Aurora Dorada (tercer grupo parlamentario griego).

En FYROM, la denominación provisional bajo la cual la antigua república yugoslava —que se independizó en 1991, casi inmune a la violencia que desgarró al resto de la Federación— participa en la ONU y el FMI, esperan como agua de mayo un nombre definitivo. Sería, coinciden todas las fuentes, una manera de anclar al país definitivamente en Occidente (en la UE y la OTAN, una integración bloqueada en ambos casos por Grecia), conjurando así la creciente influencia rusa en los Balcanes —la mayoría de la población es eslava, de ahí el temor a la penetración de Moscú—, y, para Grecia, un paso al frente que le permitiría consolidar el papel al que siempre ha aspirado, el de potencia regional en los Balcanes. En palabras de Tsipras, su Gobierno buscará una solución que tenga en cuenta “los intereses del país y la estabilidad de los Balcanes”. Junto a la mayoría eslava, en FYROM hay una importante minoría (en torno al 30% de la población) albanesa, muy ligada a sus pares de Albania y Kosovo.

"Una demanda legítima"

La principal objeción griega a una República de Macedonia es el temor a la reivindicación territorial, y a la asunción, o usurpación, del legado histórico, por Skopje. “Grecia plantea una demanda legítima, que FYROM no se apropie exclusivamente de un espacio histórico y de símbolos que históricamente se identifican con el helenismo. Después de 25 años de negociación estancada, ambas partes intentan resolver el problema a través de una denominación compuesta, bajo la presión de Estados Unidos y los auspicios de la ONU. El marco de la negociación es, por supuesto, la posibilidad de admitir al país vecino en la OTAN con su nombre definitivo”, explica Konstantinos Tsitselikis, profesor del departamento de estudios balcánicos y eslavos de la Universidad de Macedonia, en Salónica.

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“Según la política de buena vecindad, debe elegirse un nombre mutuamente aceptable, aunque este tema podría cuestionarse: ¿en efecto debe ser un nombre aceptado o Grecia estaría obligada a aceptar cualquier nombre? A partir de ahí el tema es político. Por otro lado, para que ese Estado se adhiera a las organizaciones internacionales de las que Grecia ya es miembro, tiene que cumplir con las condiciones de admisión y por lo tanto satisfacer la objeción de Grecia”.

Sobre el derecho de veto que Atenas ha ejercido todos estos años, Tsitselikis considera que “el poder político de Grecia en el acceso de FYROM a organizaciones internacionales es importante y, por ende, también para su participación en la escena internacional. Pero Grecia no puede abusar de este derecho de veto. Ya ha sido condenada por el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya en 2007, cuando el entonces primer ministro griego [Kostas Karamanlís] vetó el acceso de FYROM a la OTAN”.

Desde Skopje, las cosas se ven con abierta confianza. “Macedonia vivió un periodo largo y difícil con un régimen autoritario e iliberal que se alimentó a sí mismo alentando el nacionalismo y el miedo entre los ciudadanos. El asunto del nombre fue utilizado para fomentar el nacionalismo, y el que tratara de resolverlo era un traidor”, explica Andreja Stojkovski, director de Eurothink en Skopje. “Este año han cambiado muchas cosas. Primero, Macedonia finalmente ha salido de la crisis política, y tiene un Gobierno democrático, internacionalmente activo, proeuropeo y reformista que se dedica a mejorar las relaciones con nuestros vecinos. Segundo, el año no nos trae nuevas elecciones (Macedonia y Grecia las celebrarán en 2019). En tercer lugar, la presidencia de la UE regresa a los Balcanes, ahora Bulgaria, o a su vecindad, Austria, en el segundo semestre. En cuarto, la situación geopolítica y geoestratégica es diferente, con la influencia de Rusia muy visible, la situación en Turquía, los refugiados, el Brexit, etcétera. Finalmente, Macedonia puede servir de lección a todos los Gobiernos con tendencias iliberales en los Balcanes Occidentales, pero también en la UE”.

El detalle técnico que faltaba para dar por finiquitada Yugoslavia, ese limbo nominal que ha mantenido en suspenso durante décadas a una de sus seis antiguas repúblicas, parece hoy más cerca que nunca. Incentivos geopolíticos (la zanahoria de la OTAN y la UE) y líderes más pragmáticos se coadyuvan frente a coyunturas políticas frágiles (la cuestión macedonia ya hizo caer un Gobierno en Grecia, en los noventa). Esta semana, el mediador de la ONU viajará a Atenas y Skopje para acercar posturas. Algo se mueve en los Balcanes, y en la buena dirección.

El fantasma de Tito y la política de buena vecindad

En vísperas del inicio del diálogo en Nueva York, algunos han sacado en procesión el legado de Tito, reencarnado en su nieta Svetlana, que en diciembre publicó un artículo en un diario griego echándole un capote a Atenas. “Aunque mi abuelo dio el nombre de ‘Macedonia’ a una de las seis repúblicas constituyentes de Yugoslavia, es obvio que ese hecho no pretendía fomentar reivindicaciones irredentistas sobre sus vecinos, con los cuales Yugoslavia desarrolló relaciones de amistad y cooperación”, escribía Svetlana Broz. “El término Macedonia se ha empleado siempre para [designar] un área geográfica más amplia, de la que el 51% aproximadamente es parte de Grecia, el 38% es la antigua república yugoslava y el 9% está en Bulgaria. Sería absurdo, por tanto, que Skopje insista en usar el término Macedonia en exclusiva”.

Atenas no desaprovecha ocasión de reiterar su derecho histórico al uso del término Macedonia, pese al deseo de mantener una política de buena vecindad en la región (explícito en el programa que llevó a Syriza al Gobierno en enero de 2015). La sintonía que Tsipras mostró con su homólogo Zaev en Davos es muestra de esta diplomacia amistosa. Amistosa y paradójica porque, además del de FYROM, Atenas colecciona entuertos regionales que en algunos casos datan de décadas: un estado de guerra técnicamente vigente con Albania desde 1940; la creciente tirantez con Ankara por los oficiales turcos refugiados tras el golpe frustrado, o la propia definición de Turquía como "un vecino agresivo", como lo calificó Tsipras el miércoles, por no hablar del no reconocimiento de la independencia de Kosovo.

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