El sicario que servía a Pablo Escobar desafía a la justicia colombiana
La Fiscalía investiga varias reuniones de alias Popeye con capos del narcotráfico y pide que se le revoque la libertad condicional de la que goza desde el 2014
Jhon Jairo Velásquez se ha burlado de quienes lo critican desde el poder que le ha dado la libertad. Popeye, como se hizo conocer en su carrera criminal, ha confesado 300 asesinatos, participado en otros 3.000 y ha aceptado haber coordinado más de cien carros bomba planeados por el Cartel de Medellín. Era el sicario número uno al servicio de Pablo Escobar. Después de 23 años en la cárcel, el 27 de agosto de 2014 le fue concedida la libertad condicional. Al salir de prisión, abrió una cuenta de Twitter y un canal de YouTube en donde en poco tiempo logró superar en seguidores a los nombres de cualquier político. Desde ahí ha criticado el proceso de paz con las FARC y ha puesto a consideración de sus seguidores si debe volver a la cárcel o ser libre y “feliz”. Se ufana de haber conocido a Escobar, a quien sigue llamando "el patrón".
Popeye, que se describe en su perfil como un “exbandido en busca de una oportunidad en la sociedad”, está a punto de volver a ser detenido. El fin de semana pasado lo encontraron en una fiesta con Juan Carlos Mesa, alias Tom, uno de los narcos más buscados del país, jefe de la Oficina de Envigado, la banda criminal creada por Escobar para ajustar cuentas a las malas. “Estaba en una fiesta y pasó lo qué pasó. No es delito ir a una fiesta”, escribió en Twitter entre insultos y la amenaza de no colaborar con información a la justicia.
En el lugar en donde fue detenido Tom, por cuya captura Estados Unidos ofrecía dos millones de dólares, además de Popeye, estaban alias Botija y Barbas, dos capos del narco extraditables, según la Fiscalía, que este lunes ha hecho oficial la petición para que se revoque la libertad de Velásquez porque según sus investigaciones el del fin de semana no era el primer encuentro con narcotraficantes y cabecillas de organizaciones criminales.
Popeye se entregó a las autoridades, casi sin salida, en 1991. Permaneció en la cárcel de máxima seguridad de Cómbita (centro de Colombia) y al ser dejado en libertad firmó un pacto que, de acuerdo con los investigadores, no ha cumplido. “Se infiere que él ha vulnerado su compromiso de no volver a delinquir. Hemos podido evidenciar que él ha seguido reuniéndose con los diferentes actores armados en esta ciudad (Medellín) para tener a su mano ese tema del narcotráfico”, ha asegurado Claudia Carrasquilla, directora especializada contra las organizaciones criminales de la Fiscalía.
El acta que Popeye, de 61 años, firmó para quedar en libertad señalaba que debía mostrar buen comportamiento durante 52 meses y 22 días, el tiempo que el juez le condicionó su libertad. Han pasado tres años y del discurso que se le escuchaba al salir de la cárcel queda poco. En junio de 2016 decía en una entrevista a Verne que había decidido abrir un canal de YouTube para estar en contacto con la gente y dejar una lección. “Lo hago para mostrar que delinquir no vale la pena” aseguraba.
Ahora, que las autoridades han pedido su detención, dice que no teme volver a la cárcel y amedrenta, sin ningún pudor, a quienes considera sus enemigos. “No le tengo miedo. Si hay que ir a prisión, voy. En poco tiempo estaré de nuevo atacando este maldito gobierno. No le temo ni a la cárcel ni a la muerte. Soy un guerrero y como tal me comporto”, ha escrito en un mensaje que hasta ahora ha logrado más de cien réplicas y casi 500 likes. Parece difícil pedir justicia en un país en donde algunos celebran las fechorías de un hombre que, según las autoridades, tiene vínculos con los capos del narcotráfico.
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