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La mezquita de Córdoba, compleja e inaprensible

Los principios formales del templo musulmán estaban definidos con tanta claridad desde su origen que las ampliaciones posteriores del edificio no supusieron transformaciones radicales

Interior de la Mezquita de Córdoba. 
Interior de la Mezquita de Córdoba. Manuel del pozo

Es evidente que los constructores de la mezquita de Córdoba tuvieron presente la de Damasco y que eran conscientes, por tanto, de las claras diferencias que median entre la teología islámica y la cristiana, diferencias que, naturalmente, iban a quedar reflejadas en su arquitectura. El islam enfatiza la omnipotencia de Dios, a quien se reserva el poder de creación. De ahí que haya que entender la deliberada ausencia en la cultura islámica de imágenes creadas por el hombre como un signo de respeto a Dios. La extensión de estas ideas a la arquitectura supuso el abandono de la unidad y la singularidad que caracterizaban a la arquitectura tradicional de Occidente, y la aparición, como contrapartida, de una arquitectura genérica y no particularizada. En ella la nueva idea de oración que la religión islámica traía consigo podía encontrar la atmósfera que precisaba: la difusa presencia de Dios se materializaba así en la infinitud del artificial espacio de la mezquita. En otras palabras, tanto la axialidad y secuencialidad como la imponente centralidad de las primeras iglesias y basílicas cristianas desaparecían de las mezquitas en aras de un espacio neutro y sin caracterizar. El foco del espacio cristiano —el altar—era absorbido por el todo. El nuevo foco fue la quibla, un “muro de oración” continuo, con un pequeño nicho —el mihrab— inspirado probablemente en los ábsides cristianos, pero sin la significación litúrgica de éstos. El mihrab, sin embargo, implicaba la necesidad de la simetría, que, una vez más, aparece como inevitable principio formal capaz de imponer un cierto orden, incluso bajo las circunstancias de abstracción e indiferenciación inherentes a la arquitectura de la mezquita. La iglesia cristiana, longitudinal y procesional, se transforma en un edificio con patio, a modo de ciudadela sagrada, en el que la transición al espacio cubierto debe entenderse como un paso adelante en la relación, individual y privada, que el islam establece con Dios. (…)

Los principios formales de la mezquita de Córdoba estaban tan claramente establecidos desde su origen y eran tan determinantes que las ampliaciones posteriores del edificio no supusieron transformaciones radicales. La futura vida de un edificio está implícita en los principios formales que lo han hecho nacer, y de ahí que su entendimiento nos proporcione una pista para comprender su historia. Tal haremos ahora al ver de qué modo están dichos principios presentes en la larga vida de la mezquita. (…) Durante los dos siglos posteriores a su construcción, la mezquita de Córdoba permaneció como la había dejado Almanzor. Pero a principios del siglo XIII la ciudad cayó en manos cristianas y volvió a ser objeto de cambios.

Parece ser que la transformación de la mezquita en iglesia cristiana se llevó a cabo sin que su estructura arquitectónica resultase afectada. Fernando III el Santo ocupó discretamente una de las esquinas de la ampliación de Almanzor para celebrar en ella el culto de los conquistadores. Algunos años después, la entrada a la mezquita de Alhaquén (…) pasó a ser la capilla mayor y se llamó a partir de entonces capilla de Villaviciosa. Quedó allí establecido el foco cristiano de la mezquita, en tanto que el resto permaneció prácticamente inalterado.

Cuando Alfonso X el Sabio decidió construir una nueva capilla en la que habría de ser enterrado, lo hizo junto a la capilla de Villaviciosa. Es interesante subrayar aquí que la capilla real fue construida a la manera de la mezquita y ejecutada con mano de obra islámica, sin dar paso al estilo de los conquistadores, el gótico. Esto indica una cierta tolerancia por parte de los constructores cristianos hacia el medio cultural y religioso de los vencidos. La mezquita permaneció, por tanto, casi inalterada desde la época de Almanzor hasta finales del siglo XV. Fue entonces cuando el obispo Manrique, influido sin duda por el renacido estado de guerra —Granada, último de los reinos moros, caería poco después—, decidió transformar la mezquita en una auténtica iglesia cristiana. La falta de articulación espacial de la mezquita era inadecuada para el culto cristiano, familiarizado a lo largo de siglos con la axialidad de las basílicas y de las catedrales. Y, por ello, el primer paso hacia la iglesia cristiana fue abrir una nave longitudinal, lo que fue posible con la simple sustitución de tres arcos por un solo arco ojival. Así comenzó una nueva época en la vida de la mezquita de Córdoba.

La inserción de la catedral fue realizada con tal precisión que su presencia en el interior de la mezquita constituye una continua sorpresa

Debe, sin embargo, subrayarse que los constructores cristianos actuaron con profundo conocimiento de la mezquita y de su significado. Tal conocimiento se hacía especialmente evidente en el cambio que se produjo en la orientación. Los constructores cristianos comprendieron el valor de la orientación y, en cuanto que pretendían eludir la utilización de la mezquita islámica, la trastocaron radicalmente.

También, desde un punto de vista pragmático, la nueva iglesia iba a quedar inteligentemente emplazada: los constructores cristianos soportaron el empuje horizontal de sus arcos apoyándolos en una de las viejas quiblas, con lo que sólo se precisó colocar contrafuertes en uno de los lados. La primera intervención cristiana en la mezquita se caracterizó, pues, por su economía y su eficacia.

La mezquita de Córdoba, que había sobrevivido 200 años en manos de cristianos sin cambios sustanciales, se encontraba en notable peligro cuando, al final de la guerra, con la caída de Granada en 1492, surgieron voces que, no contentas con haber instaurado el culto cristiano en ella, reclamaban su completa transformación en una auténtica catedral cristiana. Tal propósito dio lugar a vivas disensiones, con intervenciones reales y clamor popular, que solo concluyeron cuando, en 1523, Carlos I aprobó el proyecto del Cabildo.

Los cristianos estaban inquietos al percibir lo sagrado en el espacio de la mezquita y veían la construcción de la nueva catedral como necesaria purificación de aquella. Nadie se lo planteó en términos de una ampliación, de una nueva estructura. La discusión se centró más bien en cómo construir en el interior de la vieja mezquita: inclusión en vez de extensión. (…)

La inserción de la catedral fue realizada con tal precisión que su presencia en el interior de la mezquita constituye una continua sorpresa para quien ama detenerse ante los problemas que gravitaron sobre el trabajo del arquitecto. En la planta no se aprecia el ingenioso modo en que el impresionante hueco de la catedral niega violentamente la modesta altura de la mezquita, aumentando así el dramatismo que implica el encuentro de dos arquitecturas tan diferentes. Paradójicamente, la catedral favorecía la unidad de la mezquita. Incluso la ampliación de Almanzor, que hasta entonces había carecido de sentido, adquirió coherencia al envolver el cuerpo de la iglesia cristiana. Con esta operación se desvaneció la presencia —enfatizada por las distintas quiblas— de las mezquitas anteriores, desde Abderramán I hasta Almanzor, y sólo sobrevivió una mezquita: la compleja e inaprensible mezquita de Córdoba.

Rafael Moneo es arquitecto y premio Pritzker en 1996. Este fragmento forma parte del ensayo ‘La vida de los edificios’, que la editorial Acantilado publica el 28 de noviembre.

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