El emperador Xi y los gobiernos zombis de Occidente
La política occidental está plagada de líderes frágiles. Los equilibrios globales dependen ahora de cuánto los activos de la libertad y el estado de derecho compensarán esa desventaja
Mientras Xi Jinping se consolida imperialmente en el trono chino y Vladímir Putin gobierna Rusia con puño de acero inoxidable, el panorama occidental ofrece un llamativo contraste con una pléyade de líderes y gobiernos débiles y limitados. A continuación, una visión sintética.
Europa. Salvo el caso de Francia, donde Emmanuel Macron goza de un importante capital político, el panorama es desolador. Angela Merkel ha cosechado en las elecciones de septiembre el peor resultado de la historia de su partido, y emprende ahora complejísimas negociaciones para conformar una coalición de gobierno. En Reino Unido, Theresa May perdió la mayoría absoluta tory en los comicios de junio, gobierna con el apoyo de ultraconservadores norirlandeses y se halla muy debilitada por los conflictos internos a su coalición acerca de cómo gestionar el Brexit. Sigue en el poder solo porque su partido entiende que no le conviene abrir ahora una guerra abierta de sucesión. En Italia, desde la dimisión de Matteo Renzi en el pasado mes de diciembre tras su derrota en el referéndum constitucional, lidera el Ejecutivo Paolo Gentiloni, una figura respetada pero sin el respaldo de las urnas ni carisma desbordante. En España, Mariano Rajoy gobierna en minoría, carcomido por el mayor desafío institucional en décadas –la cuestión catalana- y el desprestigio por la amplia mancha de corrupción sobre su partido. En Holanda, tras siete meses de parálisis, acaba de conformarse una coalición de gobierno, que sin embargo representa una acrobacia política mayúscula, con liberales y ultraconservadores cristianos en el mismo carro. Para alcanzar un acuerdo, en varias carteras hubo que nombrar dos ministros. Austria también emprende difíciles negociaciones de gobierno.
EE UU. Al otro lado del Atlántico, el panorama no es mejor. Aparentemente, Donald Trump goza de una acumulación de poder inusitada. Cuenta con mayoría en ambas cámaras; un Tribunal Supremo cuya configuración actual no es hostil. Y sin embargo, es un líder paralizado. En los nueve meses desde que asumió el cargo, no ha logrado aprobar ni una sola ley digna de mención. Despierta el recelo generalizado de sus aliados históricos internacionales (salvo Israel) y de una parte muy consistente de las opiniones públicas mundiales.
Latinoamérica. Ampliando el foco a América Latina, el horizonte es igual de desolador. Aquí, la excepción es Mauricio Macri, que en Argentina acaba de ver revalidada con una sólida victoria en las legislativas su propuesta reformista. El resto son casi escombros. Brasil, el gigante regional, vive sumergido en una interminable crisis política y nauseado por la corrupción endémica. El apoyo a su presidente, Michel Temer, se halla en porcentajes de vergüenza ajena, constantemente por debajo del 10%. En México, Enrique Peña Nieto es un pato cojo con las elecciones a la vista al año que viene. Lo grave es que parece serlo desde hace tiempo ya, y que en el horizonte no se vislumbran relevos claros. En Colombia, Juan Manuel Santos también está de salida, Pedro Pablo Kuczynski sufre en Perú y Chile afronta inciertas elecciones en noviembre.
Justin Trudeau, en Canadá, y Shinzo Abe, Japón, se suman a Macron y Macri entre los líderes con fuerza en el arco occidental en sentido amplio. Aun así, hecho el balance, el panorama occidental es bastante descorazonador. Sin duda la Gran Recesión se halla entre los factores causantes de esta fragilidad y fragmentación política.
Será interesante ver en el futuro cuánto daño causará a los destinos de las sociedades afectadas esta debilidad de la política. Y qué capacidad de reequilibrio tendrán los admirables activos occidentales: la libertad y el respeto del estado de derecho, que durante tiempo ya -siglos en algunos casos- han estimulado el libre pensamiento, universidades extraordinarias, emprendimiento, innovación, riqueza. El PIB acumulado de EEUU y UE sigue siendo el triple que el chino y treinta veces el ruso; el gasto militar de la OTAN, cuatro veces el chino –y sus capacidades acumuladas, incomparablemente superiores-; todos los estudiantes del mundo sueñan con estudiar en Oxford o Harvard, Silicon Valley es el epicentro de la innovación mundial, Wall Street y la City, de las finanzas.
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