Irán: Macri gira igual que Trump
El vuelco en las relaciones es una señal del alineamiento exterior del presidente
Donald Trump corroboró dos inclinaciones políticas principales. En el frente internacional, volvió a demostrar que durante su Administración la alianza con Israel será más incondicional que la alianza con Europa. No alcanzó con la retirada de Estados Unidos de la Unesco para denunciar el supuesto sesgo antiisraelí de esa organización. La decisión de no certificar el acuerdo nuclear con Irán y dejar en manos del Congreso la supervivencia de ese tratado refuerza la misma predilección. En el frente doméstico, Trump siguió siendo idéntico a sí mismo: otra vez desautorizó a un subordinado. Esta vez le tocó al secretario de Defensa. El general Jim Mattis había declarado ante una comisión del Senado que, "a falta de indicios en contrario, el presidente debería considerar la permanencia en el acuerdo con Irán".
El giro de Trump en las relaciones de Estados Unidos con Irán y, por carácter transitivo, con Israel, forma parte de una agenda global, vinculada a Medio Oriente, que resulta lejana para América Latina. Salvo en un lugar: la Argentina. Para este país, la armonía o el conflicto con Irán es un tema insoslayable de política interior. Hay razones de larga duración. En 1992 y en 1994 se produjeron en Buenos Aires dos atentados terroristas, uno contra la Embajada de Israel, el otro contra la mutual judía AMIA. Ambos fueron atribuidos a terroristas relacionados con Teherán. En el caso de la AMIA, la justicia federal pidió la captura de cinco destacados iraníes. Excentricidades argentinas: el juez y los fiscales que primero levantaron esa imputación fueron procesados por encubrimiento.
Néstor y Cristina Kirchner acentuaron el interés por estos vínculos. Primero, porque hicieron de la acusación a Irán una bandera diplomática. Después, porque, apenas falleció su esposo, la señora de Kirchner suspendió esa convicción y negoció un acuerdo con Mahmoud Ahmadinejad, para revisar las imputaciones anteriores. Esa vuelta de campana movilizó a los opositores de su Gobierno. Y desató un conflicto con un sector del Poder Judicial. La tensión alcanzó un pico cuando apareció muerto el fiscal Alberto Nisman. Fue cinco días después de que denunciara a la entonces presidenta y algunos funcionarios de su entorno de haber firmado ese entendimiento para encubrir a los iraníes.
Como el reemplazo de Barack Obama por Donald Trump, el de Cristina Kirchner por Mauricio Macri significó un cambio de rumbo de 180 grados en las relaciones con Irán y, por lo tanto, con Israel. La reorientación no se condujo desde la Cancillería ni, mucho menos, desde el Ministerio de Defensa. En este caso, la política exterior está determinada por la justicia federal.
Cuando Macri asumió el poder, el 10 de diciembre de 2015, el pacto con Irán había sido declarado inconstitucional por los magistrados. Una de sus primeras resoluciones como presidente fue no apelar esa decisión. Días después, se conoció la grabación de una conversación telefónica en la que el canciller kirchnerista Héctor Timerman reconocía que el atentado a la AMIA había sido promovido por Irán. La revelación permitió a un fiscal acusar a Timerman por traición a la patria, ya que habría negociado con los culpables, a sabiendas.
Esta imputación ocasionó otro movimiento. Un juez había archivado, con las manos temblorosas, la denuncia de Nisman contra Cristina Kirchner. Pero la investigación por supuesta traición a la patria permitió a otro magistrado reabrir ese expediente. Ocurrió el 2 de agosto de 2016.
La pesquisa por la muerte de Nisman también cambió de rumbo. El 1 de marzo de 2016 una jueza del fuero ordinario, al cabo de más de un año de actuación, se declaró incompetente y derivó la causa al fuero federal. El 20 de septiembre, la Corte Suprema convalidó esa transferencia. Esta semana comenzará una serie de indagaciones a dirigentes kirchneristas en los tribunales, que concluirá con la de Cristina Kirchner, el jueves 26.
En diciembre último, el juez y el fiscal que investigan la muerte de Nisman pidieron que la Gendarmería Nacional, una fuerza que depende del Poder Ejecutivo, revise la autopsia del cadáver, realizada en 2015 por peritos de la Corte. Esos expertos habían dictaminado que no se podía asegurar que se tratara de un asesinato. El 22 de septiembre pasado, los de la Gendarmería afirmaron que Nisman no se suicidó, sino que murió a manos de dos criminales.
Once días antes de que se conociera el pronunciamiento de Gendarmería, el 11 de septiembre, Benjamín Netanyahu defendió en Buenos Aires la tesis del homicidio. Además, insinuó que los responsables eran iraníes. "No caben dudas de que Irán estuvo detrás de los atentados contra la Embajada y la AMIA. Nisman estaba cerca de eso en su investigación. No puedo descartar que Irán lo haya asesinado", afirmó ante CNN. De ser así, Netanyahu encontraría una secuencia capaz de corroborar las advertencias que lanzó en su discurso ante el Congreso de los Estados Unidos: los iraníes habrían eliminado a un fiscal que los investigaba el 18 de enero de 2015, en Buenos Aires, mientras se negociaba el acuerdo nuclear anunciado en Lausanne el 2 de abril del mismo año.
El vuelco en las relaciones de la Argentina con Irán es una de las señales más elocuentes del alineamiento exterior que adoptó Macri. Se encolumnó con Washington. Ya no con el de Obama. Con el de Trump. Una familiaridad que los encargados de su imagen intentan disimular porque exagera ese perfil de empresario anti-político por el que le hostigan sus opositores. Macri tiene derecho a decir que es ajeno a estos cambios. Que él no controla la justicia. Sólo Netanyahu le jugaría en contra. Cuando le preguntaron si confiaba en la investigación argentina sobre estos temas, no respondió elogiando al Poder Judicial, sino al Poder Ejecutivo: "Macri ha traído un nuevo sentido de dirección e integridad a todo". Inesperado aval a Cristina Kirchner, quien supone que sus infortunios judiciales se deben a una conspiración de sus rivales.
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