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Los Veintisiete se alinean con las principales ideas de Macron

Europa se conjura para evitar que la próxima crisis se lleve por delante 60 años de integración

Claudi Pérez
El presidente francés, Emmanuel Macron (izq.), y la canciller alemana, Angela Merkel (der.), conversan durante la Cumbre de la UE en Tallin este viernes.
El presidente francés, Emmanuel Macron (izq.), y la canciller alemana, Angela Merkel (der.), conversan durante la Cumbre de la UE en Tallin este viernes. Valda Kalnina (EFE)

El miedo como motor: Europa se conjura para evitar que la próxima crisis se lleve por delante 60 años de integración. Los Veintisiete se alinearon ayer con las propuestas de la estrella emergente de la UE, Emmanuel Macron. Berlín, eso sí, rebajó un punto las expectativas de París, y tanto los nórdicos como Holanda apoyan enfoques más realistas. Pero en Tallin se constató que hay un mínimo común denominador a favor de reformar la UE. Apenas queda un detalle mínimo: hacerlo.

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Los Veintisiete, con Reino Unido en proceso de divorcio, pretenden dejar atrás el mediocre ir tirando de los últimos tiempos. Francia toma las riendas por el momento: los líderes de la UE empiezan a hacer suyas las ambiciones del presidente Macron (y las de Jean-Claude Juncker) para reformar Europa, a la espera de que Alemania deje atrás la resaca electoral. “2018 será un año importantísimo para la agenda europea”, dijo el líder francés con el tono pomposo que le caracteriza. Siempre hay un pero al pensar, y en Europa los peros suelen ser cosa de Berlín: la canciller Merkel aplaudió las ideas francesas, pero advirtió que los detalles (diabólicos detalles) aún tienen que discutirse. Los nórdicos, Holanda y en general los acreedores, que han vivido una crisis estupenda, prefieren ir paso a paso y avisan de los peligros de “prometer un elefante cuando al final vamos a tener un ratón”, resumió el holandés Mark Rutte durante la cena del jueves de la cumbre digital de Tallin. Y los del Este desconfían de las múltiples velocidades implícitas en las recetas de París. Pero todo el flanco Sur, con España e Italia a bordo, está por la labor. Ahora hay que ponerle el cascabel al gato: lo primero es que Merkel y Macron se pongan de acuerdo sobre el grado de ambición.

Merkel y las luces largas

Una de las imágenes de la cumbre fue la de Angela Merkel sentada en un banco, ataviada con una de sus características chaquetas, usando las manos como si fueran anteojos. La canciller, en sorprendente buena forma, marcó el tono en Tallin: se alineó con Macron en asuntos europeos y en los pasillos dijo que formar Gobierno no le resultará fácil esta vez. Fuerte como suele en Europa y algo más débil en Berlín, la nueva Merkel debe combinar luces cortas (para aliñarse la coalición) y largas (para cambiar la UE). “No está claro que pueda gobernar: AfD tiene más diputados que su socio, la CSU, y eso es un problema para la estabilidad en la UE”, afirmó un diplomático.

El camino del éxito es siempre muy estrecho: sobre la mesa hay un presupuesto de la eurozona, pero hay que decidir con qué potencia de fuego se le dota; hay un superministro de Finanzas del euro, pero no están claras sus funciones; hay un Fondo Monetario Europeo sobre la base del Mecanismo de rescate europeo (Mede), pero se teme que si Alemania impone sus tesis solo preste ayuda a cambio de reformas y de tutelar las políticas fiscales. Y sobre todo está la novedad de un mecanismo anticrisis que pueda abrir fuego en los mercados cuando los especuladores eleven los intereses de la deuda pública de un determinado país. Aunque no hay nada parecido al acuerdo en ese asunto.

De Bratislava a Tallin

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La batalla por apuntalar el euro es el gran debate de los próximos tiempos: en políticas migratorias y de seguridad —incluso en el Brexit, de momento— el consenso es más sencillo. Merkel y Macron coordinaron sus intervenciones en Tallin para poner de relieve el retorno del eje franco-alemán. Pero la Europa poscrisis es una constelación compleja, marcada por dos fracturas: Norte-Sur, Este-Oeste. Los países periféricos aplaudieron a Juncker en Estrasburgo a mediados de septiembre, y ven con buenos ojos las ideas de Macron. Pero el Norte es menos solícito. Merkel ha dado el visto bueno a la agenda Macron, pero en el pasado ya dio el mismo abrazo del oso sin resultados palpables. Y ayer se puso al Este en el bolsillo: “Hay que tener al número máximo de socios europeos a bordo”. La canciller, además, tiene sus propios problemas en casa. Ha ganado las elecciones, pero con menos apoyos. Y para gobernar necesita a los verdes y los liberales: esa coalición es un campo de minas, con partidos que defienden ideas muy distintas.

Puede que la reforma de la UE nunca alcance el listón fijado por Macron. Eppur si muove: aun sumida en la desafección política y herida por la crisis, en Europa ha aparecido un puñado de ideas frescas. Juncker se felicitó por la “nueva agenda política” de la Unión y pidió a los socios que no la bloqueen; el jefe del Consejo, Donald Tusk, se comprometió a presentar en breve un calendario preciso para acometer esos cambios en 2017 y 2018. Bratislava alumbró hace unos meses la hoja de ruta para la UE de la defensa y la política migratoria; puede que Tallin haya sido el escenario del primer esbozo del nuevo euro.

Si Merkel lo permite.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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