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“Voy a seguir luchando en la calle, con mi violín”

El músico símbolo ya de la oposición al chavismo denuncias y torturas durante su encarcelamiento

El opositor y violinist Wuilly Arteaga, durante la rueda de prensa en Caracas, el 17 de agosto.Vídeo: RONALDO SCHEMIDT (AFP)
Jesús Ruiz Mantilla

Mira que se lo han dejado claro al salir de la cárcel. Mira que le han apaleado, le han destrozado varios instrumentos incluso a golpes, lo han torturado y metido preso… Y aun así, nada de nada. A Wuilly Arteaga, quizás hoy el violinista más famoso en Venezuela, no se lo quitan de la cabeza: “Voy a seguir luchando en la calle, con mi violín”, asegura a EL PAÍS. Se ha recuperado estos días de las palizas y el maltrato sufrido durante internamiento en el destacamento 433 de la Guardia Nacional: un lugar curiosamente llamado El paraíso. Fue detenido y golpeado el 27 de julio y acusado de poseer armas, incitar al desorden y organizarse para delinquir.

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Pero en cuanto se ha sentido con fuerzas se ha presentado en calles y plazas de Caracas, así como en los domicilios de compañeros aún presos, para dar ánimo a sus familias y cumplir la promesa que les hizo en las celdas. A sus 23 años se muestra tan cabezota como comprometido con la lucha por devolver a Venezuela la democracia que le va arrebatando a jirones Nicolás Maduro.

Para empezar, Arteaga quiere puntualizar y desmentir una manipulación pública que lanzó el régimen, dejándolo como arrepentido de sus actos. “Se ha distribuido un vídeo que pone en mi boca cosas que yo no he dicho. En el programa de Diosdado Cabello -número dos en el poder-, Con el mazo dando, colocan en mi voz, frase sobre frase que estoy arrepentido por lo que hice y que reconozco la autoridad de Maduro. Yo le digo a todos los venezolanos que más valen los hechos que las palabras que puedan salir de un vídeo manipulado por el primer enemigo del país, que es Diosdado Cabello”.

Arteaga aterrizó en Caracas desde su barrio, Ciudad Tablita, en Valencia, hace tiempo. Allí aprendió a tocar el violín sólo, en un hogar del que cuidaba su madre haciendo arreglos de costura. “Miraba vídeos de Hilary Hahn y luego entré con suerte en un núcleo del Sistema de Orquestas”, comenta. Lo metieron a los pocos días en una orquesta infantil y a los meses era uno de los principales violines de la mejor orquesta del barrio. “Pero me salí, porque no me mostraba de acuerdo en muchas cosas, como que tuviéramos que tocar para el Gobierno”, asegura.

“Creo que el mundo sabe que Venezuela ya no es una democracia. Empezaron a arrebatárnosla hace 18 años, cuando Chávez llegó al poder"

Así que se trasladó a la capital con su violín a tocar en la calle y en el metro. Poco a poco se fue sumando a las protestas. Con música. “Al principio pensé que incomodaría a los muchachos, pero fui comprobando que les hacía bien con mi violín”, asegura. Lo extraño fue, que también parecía calmar los ánimos de las fuerzas encargadas de reprimir las revueltas. “Me ponía a tocar cerca suyo y notaba sus miradas y a veces les veía compungidos, con lágrimas. A los guardias también les gustaba y me animaban a hacerlo”, relata.

Hasta que un día, unos policías motorizados intentaron arrancarle el violín de las manos: “Me aferré a él y me arrastraron. No lo quería soltar”. Fue el primer aviso. El instrumento quedó destrozado pero llegaron otros. Entre ellos, uno que le regalaron en una visita a Washington, ya como figura reconocida de la resistencia. Este era especial. Llevaba el nombre de otro músico caído, meses antes: Armando Cañizales, violinista de 17 años, asesinado de un tiro en la cabeza.

Para Arteaga es una joya que se ha empeñado en recuperar. “Voy a exigir que me lo devuelvan. Lleva su nombre grabado en él”, asegura. La última noticia que tiene del instrumento fueron los golpes que se llevó en la cabeza. “Fue antes de que también me dieran con sus escudos y sus cascos”. Y que lo metieran en un camión donde encima suyo, cuerpo sobre cuerpo, violaron a una muchacha. “Me duele recordarlo, pero fue así. Lo hicieron hasta que se presentó un coronel y al grito de: ¡Dejen ya a esa perra!, les obligó a parar”.

Al principio, los guardias me decían que me callara, luego les gustó y me animaban a cantar

El ambiente ya dentro del destacamento fue a mejor. “Aunque al llegar me dejaron sobre un chorro de agua contaminada, me trataron después con respeto”. A falta de violín, Wuilly les cantaba. “A los presos y a los guardias. Canciones que nos tocan: Alma llanera, Venezuela, el himno de nuestro país, siempre para aunar, no para dividir. Al principio, los guardias me decían que me callara, luego les gustó y me animaban a cantar”, confiesa.

Compareció ante el tribunal. Le acusaron de cargos absurdos: tenencia de armas, incitación al desorden y agavillamiento. “Esto último no sé ni siquiera que es”, afirma el músico. Pero en el Código Penal venezolano, concretamente en su artículo 286, consta como el hecho de que dos o más personas se unan para delinquir.

El pasado 16 de agosto fue liberado con una advertencia: que no saliera a la calle con su violín. No hace caso. Esta semana, regresó a tocar donde la gente pudiera escucharle. Arteaga cree que es la única manera posible de derrocar al régimen: “Creo que el mundo sabe que Venezuela ya no es una democracia. Empezaron a arrebatárnosla hace 18 años, cuando Chávez llegó al poder. Salir de aquí por otras vías que no sea la presión de la calle no es posible. Es la única manera que tenemos para demostrarle al mundo que no reconocemos al Gobierno ni al sistema actual. Qué va a pasar, no lo sé. Pero tengo claro que la lucha continuará”.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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