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Starbucks y el racismo de la Liga Norte

La multinacional desembarca en la meca del espresso envuelta en una polémica con los partidos xenófobos y sus líderes

Plantación de pameras patrocinada por Starbucks ante el Duomo de Milán.
Plantación de pameras patrocinada por Starbucks ante el Duomo de Milán.
Daniel Verdú

El ritual del espresso en Italia es sagrado. Se suele tomar de pie y en la barra, rápido y en pocos sorbos. Un café es una unidad de medida temporal perfecta. No lo pida y se distraiga con otra cosa, le mirarán extraño. En algunos templos, como el mítico Sant’Eustachio de Roma, las máquinas dan la espalda a los clientes y están protegidas para que la legendaria técnica, que lo convierte en uno de los mejores del país, nunca sea revelada a los mortales. Cada región tuvo su tipo de café y su historia, una seña de identidad, en suma. Por eso, la idea de una multinacional global dedicada a la producción en serie de toda suerte de productos relacionadas con esta infusión, pero que se sorben con pajita en un vaso gigante parecía impensable aquí. Pero Starbucks, tras 25 años de historia y mucho tiempo de tira y aflojas, desembarcará en 2018 en Italia.

Ha sido un empeño personal de Howard Schultz, el consejero delegado de la firma, que ha estado esta semana en Milán para presentar la primera tienda. Y es evidente que entiende la dificultad del reto para una compañía que tiene 18.000 locales en 72 países, pero que nunca se atrevió con la meca del espresso. La idea es abrir un primer espacio de 2.400 metros cuadrados que también se dedicará a la torrefacción. Además, Starbucks ha llegado a un acuerdo con una empresa italiana que horneará todos los productos de la cadena en el mundo. Toda una demostración de afecto pensada para seducir a la clientela más exigente y reacia a la fabricación en serie de este delicado placer. “Por eso nos hemos esforzado tanto hasta llegar hasta aquí, porque todo tenía que ser perfecto. Pero estoy confiado: tenemos tantos clientes italianos por el mundo que creo que nos ganaremos el respeto de los milaneses”, admite Schultz.

Pero todo eso no era suficiente. Queriendo seducirles más, la campaña con la que se ha planeado el desembarco también ha sembrado la polémica -nunca mejor dicho- entre los milaneses. Starbucks ha patrocinado un jardín de palmeras delante del Duomo como parte de la promoción de la marca. Pero se han topado con los partidos xenófobos que cada vez tienen más adeptos en Italia y han logrado convertir una cuestión botánica y ornamental en un nuevo y grotesco episodio racista.

El secretario Liga Norte (LN), Matteo Salvini, calificó de "locura" esta remodelación de la plaza y agregó que "solo faltan la arena y los camellos para que los clandestinos se sientan como en casa”. En un tuit, Salvini añadió las etiquetas "motosierra" y "Starbucks vete a casa", ya que esta cadena estadounidense de cafeterías es la mecenas del proyecto, logrado tras un concurso público para renovar los espacios verdes de la capital lombarda. El consejero regional del partido ultraderechista "Hermanos de Italia", Riccardo de Corato, dijo que "Milán se está transformando en una pequeña África, abriendo la puerta a los inmigrantes y clandestinos, y quiere también poner palmeras y bananos en la plaza del Duomo”. Azuzado por este torrente de disparates públicos, alguien tuvo la brillante idea de prenderle fuego una noche a uno de los árboles.

Schultz, que asegura que un viaje de negocios que hizo hace ahora 33 años a Milán y Verona le inspiró para crear Starbucks, ha alucinado y ha calificado el asunto “polémica estúpida”. En una entrevista con al República ha resumido el sentimiento de la empresa. “Cuando entramos en una ciudad nueva queremos dar alguna cosa para hacernos querer. Por eso nos ha impactado mucho la reacción de la ciudadanía. Pero Starbucks no ha diseñado el jardín, nosotros somos solo el sponsor. […] Solo queríamos hacer algo útil para la ciudad”. De momento no han empezado de la mejor manera. Veremos si la parte del café convence más.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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