Bruselas entona el ‘mea culpa’ por la gestión de la crisis de los últimos años
La Comisión publica el Libro blanco con cinco escenarios para la futura UE sin Londres
En Europa conviven con perturbadora promiscuidad las causas más nobles con inconfortables zonas de sombra. Y esas sombras no dejan de crecer: a las crisis de los últimos tiempos, Brexit incluido, se les suma ahora la incertidumbre política, con la extrema derecha al alza. Bruselas ha presentado este miércoles su esperado Libro Blanco sobre la futura UE. Paradójicamente, lo más interesante de ese ejercicio de prospectiva es la mirada por el retrovisor: la Comisión hace un inusual y duro ejercicio de autocrítica sobre su papel en la policrisis del último decenio.
La Unión ha evitado los mea culpa a pesar de una gestión de la crisis insuperablemente mediocre, en un estado de negación permanente del que solo salía al borde del abismo. La Comisión corrigió el tiro de las políticas económicas con algo más de flexibilidad fiscal y un plan de inversión, pero nunca hizo nada parecido a una autocrítica en toda regla. Hasta este miércoles: el Libro Blanco sobre el futuro de Europa ofrece varios escenarios sobre la nueva Unión sin Reino Unido, pero de paso lanza un mensaje claro y directo sobre el papel de las instituciones europeas en los últimos tiempos. La crisis ha puesto a prueba la UE. Y la Unión ha demostrado una resistencia formidable. Pero también han aflorado graves problemas: “La Unión ha estado por debajo de las expectativas en la peor crisis financiera, económica y social de la posguerra”, resume el texto.
La Gran Recesión se transformó en Europa en una crisis existencial de la que quedan más que cicatrices. “La recuperación está mal distribuida entre la sociedad y las regiones. Solucionar el legado de la crisis, desde el desempleo de larga duración hasta los altos niveles de deuda, sigue siendo una prioridad urgente”, apunta Bruselas, consciente de que el malestar ciudadano con la globalización sin control explica en parte fenómenos como el Brexit. Casi 10 años después de la quiebra de Lehman Brothers, Europa aún no ha recuperado la renta per cápita ni la tasa de paro previas a la crisis. Hasta el punto de que el legado de la Gran Recesión amenaza uno de los principios inscritos en bronce en el europeísmo: “Los acontecimientos han alimentado las dudas acerca de la economía social de mercado y su capacidad para conseguir que cada generación esté mejor que las anteriores”. “Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial hay un riesgo real de que los jóvenes vivan peor que sus padres”, añade.
La UE es el mayor mercado común del mundo. El euro es la segunda moneda más usada. La diplomacia europea ha liderado el reciente acuerdo nuclear con Irán, o el del clima en París. Pero los problemas están ahí: la segunda economía del bloque se marcha, la extrema derecha acapara cerca del 25% de los votos en Francia. “El papel de Europa en el mundo se reduce”, advierte el Libro Blanco, tanto en población como en riqueza o en un concepto mucho más líquido como el atractivo internacional.
Y alguno de los pilares básicos está en entredicho: la Comisión admite que Europa “no puede ser naíf: ser un poder blando ya no es suficiente para ser realmente poderoso cuando la fuerza puede prevalecer sobre las reglas”, apunta en una referencia tácita a la invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin o a las invectivas de Trump. La UE “sigue teniendo un fuerte apoyo”. Pero “ya no es incondicional”. Hace 10 años, la mitad de los europeos confiaba en la UE; hoy, esa confianza se limita a un tercio de los ciudadanos.
El diagnóstico, en fin, es demoledor, y su aplastante sinceridad contrasta con la complacencia que ha caracterizado a las instituciones. La Comisión se queja de que los Estados “culpan a Bruselas de los problemas y nacionalizan los éxitos”, y añade que la ciudadanía “no es inmune” a “la imagen de desunión” que Europa ha dado una y otra vez durante la crisis, con la brecha entre acreedores y deudores, o el pulso entre Este y Oeste en la crisis migratoria. Por ese flanco, y el de la crisis de defensa y seguridad, llega uno de los pasajes más oscuros del texto: “Los recientes ataques terroristas han sacudido a la sociedad. Las líneas difusas entre amenazas internas y externas están cambiando la forma de pensar de la gente acerca de su seguridad y de las fronteras”. La crisis de refugiados “ha abierto un debate sobre solidaridad y responsabilidad entre los Estados y ha echado gasolina sobre el futuro de la gestión de fronteras y la libre movilidad de personas en Europa”, admite. El presidente, Jean-Claude Juncker, fue más optimista ante la Eurocámara: “Cualquier día triste de 2017 seguirá siendo mucho más alegre que el de nuestros antepasados en los campos de batalla”, dijo solemne, en una frase que parece sacada de la descripción de Waterloo de Stendhal.
Cinco escenarios para la Europa posbrexit
Más allá de ese desacostumbrado ejercicio de autocrítica, la Comisión presentó el miércoles su Libro Blanco. Y por ese flanco, Bruselas innovó. La Comisión suele proponer iniciativas, que después se debaten entre los Estados miembros y la Eurocámara hasta llegar a un texto final. Pero en los últimos tiempos el brazo Ejecutivo de la UE se ha quedado absolutamente solo en propuestas de calado, como la propuesta de solución a la crisis de refugiados. Harta de que los socios europeícen los fracasos y hagan suyos los éxitos, Bruselas ha optado por un nuevo formato para diseñar la UE del futuro: plantea cinco escenarios a los países, y obliga a los Gobiernos a mojarse; a dar su opinión. Juncker se decantará por una de las vías en su discurso sobre el Esrado de la Unión, en septiembre. Y los líderes tendrán la última palabra en la cumbre de diciembre. Las opciones, a grandes rasgos, son estas:
1. Más de lo mismo. Se trata de aplicar la agenda actual, con pasos adelante en los asuntos de seguridad y defensa. El propio Ejecutivo comunitario admite que la integridad de la UE podría verse en entredicho, pero esa vía permite “acabar con el reflejo de regularlo absolutamente todo”, según Juncker.
2. Solo mercado único. Es la opción más minimalista. Se basa en preservar las cuatro grandes libertades, y convertiría el mercado común en la única razón de ser de la UE, eliminando competencias en todo lo demás. “No es mi opción, pero hay Gobiernos que quieren limitar el papel de la Comisión”, apuntó el presidente en referencia a los del Este. Se trata de una especie de sueño británico hecho realidad, justo ahora que Reino Unido sale de la Unión.
Los socialistas se desmarcan
Los socialistas buscan su espacio político una vez finiquitada la gran coalición en el Parlamento Europeo. Frente al apoyo tradicional prestado a los grandes símbolos de la UE, el grupo socialdemócrata ha optado este miércoles por criticar la propuesta de la Comisión Europea. "El libro blanco nos decepciona. Es una reflexión en lugar de un plan claro para fortalecer nuestro proyecto. La Comisión no es un cuerpo burocrático, sino político", le espetó el jefe de los socialdemócratas en la Eurocámara, Gianni Pittella, al presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, que presentó el proyecto en el hemiciclo europeo.
Los socialistas entienden que la policrisis que azota a Europa exige una apuesta por la integración en lugar de esbozar cinco escenarios para que los Estados decidan. Pese a todo, esa postura no concita el apoyo de todos los socialdemócratas (por ejemplo, los líderes de República Checa y Eslovaquia recelan). La Comisión ha afeado a Pittella que coloque a su grupo en la orilla de los euroescépticos. Su equipo rechaza esa equiparación e intenta situarse en una vía intermedia. Con un discurso más matizado, la eurodiputada Elena Valenciano concedió a Juncker la razón en el diagnóstico, pero añadió: “Se equivoca al no mostrar el camino”.
3. Distintas velocidades. La UE a 27 seguiría funcionando como hasta ahora, pero se incentivarían las múltiples velocidades en las agendas fundamentales, para evitar que los vetos impidan avanzar a quienes quieren hacerlo. Europa ya ha empezado a andar ese camino, con la reducción de las votaciones por unanimidad para evitar los vetos. La Comisión destaca que esa vía —que apoyan Alemania y Francia— permitiría avanzar en defensa, seguridad y unión fiscal, pero admite que ese camino también puede generar problemas de legitimidad democrática.
4. Menos es más. Bruselas ofrece la posibilidad de que la UE se centre en las áreas en las que puede ser más fuerte, y abandone las que solo generan divisiones. Junto con el escenario anterior es, a priori, el más realista, con el apoyo de países como Holanda.
5. Estados Unidos de Europa. La vía que defiende el liberal Guy Verhofstadt y con la que se presentó Juncker a las elecciones de 2014 no tiene visos de prosperar: la crisis ha revelado enormes diferencias entre los Estados miembros. Por ese camino, la Unión apuntaría a una mayor armonización fiscal, social y financiera, con la posibilidad de poner en marcha estímulos contra los shocks económicos. Permitiría crear una Unión Europea de la Defensa. Es el salto federal que soñaron los padres fundadores de la UE, pero que no parece factible: Bruselas admite el riesgo de “perder a parte de la sociedad, que cree que la UE carece de legitimidad o se ha hecho con demasiado poder”.
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