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miedo a la libertad
Columna
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El renacer de América

Gracias al triunfo de la barbarie blanca, América Latina tiene otra oportunidad de unificación y fortaleza

En el mundo de Twitter, de la velocidad de Instagram, del muro del Facebook y del control omnímodo de las redes sociales sobre los medios de comunicación, resulta muy ilustrativo descubrir cómo el caos o el principio del fin pueden ser detonantes de la creatividad humana.

Por ejemplo, dos hechos han relanzado y revalorizado la Feria del Libro de Guadalajara (FIL) en México. Primero, que Donald Trump se vaya a convertir en el presidente número 45 de Estados Unidos, y segundo, el mismo concepto de América Latina que, junto a su boom literario, es una de las mejores cosas de los últimos 500 años.

Lo mismo que este diario es uno de los escasos ejemplos exitosos de la Ilustración en la muy terrible España, la persistencia de la esperanza y la creación, palabra a palabra, Macondo a Macondo, Ciudad de los perros a Ciudad de los perros para terminar descubriendo la fiesta de los chivos, ha sido el camino que ha permitido al continente latinoamericano ser al menos formalmente democrático.

En estos tiempos, es más importante que nunca establecer los hitos, mirar hacia atrás, saber qué somos, qué fuimos, de dónde venimos y tal vez así las nuevas generaciones puedan descubrir hacia dónde quieren y pueden avanzar. Porque la ausencia de instituciones y el pecado original de la conquista obligaron a los latinoamericanos a soñar con un objetivo común: conquistar la libertad y vivir la normalidad democrática.

Y gracias al ejemplo de la madrastra, es decir, España, gracias al éxito de su Transición, América Latina hoy es un continente y un universo lingüístico donde es posible el gobierno de la democracia. Sin duda, no fue fácil, pero permitió quitar las cortinas de hierro con las que los sistemas totalitarios oscurecen la luz de sus pueblos.

La aventura de la consolidación y la conquista democrática de América está ligada al latido y a la pulsión de sus creadores. Y en ese sentido, EL PAÍS ha sido mucho más que un periódico, porque materializó el anhelo colectivo y la evolución social de los pueblos.

Sin embargo, haber logrado algo no significa que las cosas deben seguir haciéndose igual. De hecho, la Historia enseña con frecuencia que el fracaso de los grandes hombres llega cuando no entienden —como le pasó al patriarca Fidel Castro— que su momento ya pasó. Y para que sus revoluciones y sus cruzadas sigan siendo vigentes será necesario hacer un ejercicio en el que seamos menos permisivos con nuestro pasado y más exigentes con la herencia que dejaremos a los hijos de nuestros hijos.

Al observar el diálogo a tres voces entre Mario Vargas Llosa, Juan Luis Cebrián y Antonio Caño en la FIL por el 40º aniversario de EL PAÍS pensé en los más de 200 años de historia que se concentraban en esa mesa y de qué manera ese conocimiento podría llegar a las nuevas generaciones que, gracias a la tecnología, obtienen todo de manera inmediata y no pueden imaginar lo que fueron los siglos de la oscuridad.

¿Cuántos tuits son necesarios para escribir Cien años de soledad? ¿Dónde están los valores de América? ¿Cómo podemos continuar después de todo lo que ha pasado? ¿Cómo crear nuevos códigos y valores para las generaciones de Internet, los dueños del siglo XXI? Sin duda, ha sido una suerte poder presenciar el valor de algunos personajes, desde el autor de Conversación en La Catedral hasta el que imaginó que era posible hacer The New York Times en español.

Sin embargo, la gran pregunta es: ¿de todo eso qué es lo que realmente sigue siendo vigente? Fuimos capaces de construir una epopeya histórica, pero ahora debemos aceptar de manera humilde, franca y honesta que protagonizamos un tiempo y hoy ese tiempo ya quedó atrás.

Y ahora, entre tantas situaciones que nos ponen a prueba, hay una sola ventaja, porque gracias al triunfo de la barbarie blanca, gracias a la victoria de Trump y gracias —por desgracia— al incremento de los crímenes de odio en Estados Unidos, América Latina vuelve a tener una oportunidad de unificación y de fortaleza.

No sé si Internet o Twitter contribuirán a crear movimientos que ilusionen, definan y dignifiquen el futuro del planeta en el siglo XXI. Pero lo que sí sé es que América Latina fue capaz de sobrevivir a muchos años de oscuridad y, ahora que las luces se están apagando en América del Norte, si acertamos en dar oportunidades a quien las merece o a quien las sepa ocupar, podrá vivir gracias al miedo que inspira el éxito de la América blanca de Trump.

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