Abortar bajo asedio en el país más rico del mundo
Una clínica de salud reproductiva en El Paso, Texas, simboliza la resistencia contra las leyes antiaborto más duras de Estados Unidos
“El trabajo de mi vida ha sido ayudar a las mujeres de El Paso”, dice Gerri Laster, la administradora de la clínica Reproductive Health de esta gran ciudad fronteriza del oeste de Texas. Lleva 35 años haciéndolo. Hoy vive una época en la que hay una mujer a las puertas de la presidencia y a su contrincante le han hundido unos comentarios soeces sobre las mujeres. Pero la salud reproductiva en Texas se practica bajo asedio.
Desde 2011, el estado republicano empezó a aprobar una serie de leyes que restringían el derecho al aborto. Entre otras cosas, obligaba a las clínicas a tener al menos un médico con acceso a un hospital, en un Estado en que la mayoría de los hospitales son privados y se niegan a practicar abortos. También cambiaba las condiciones para poder funcionar como ambulatorio. Estas restricciones diezmaron el número de clínicas disponibles en Texas.
En 2014, Reproductive Health se vio obligada a cerrar. La clínica había funcionado ininterrumpidamente desde 1977 en el mismo barrio humilde del sur de la ciudad, a pocos metros de la frontera. Cumplir las nuevas condiciones le habría costado 10 millones de dólares, explica Gerri Laster. Finalmente, tras una decisión del Tribunal Supremo que dejó en suspenso los mayores obstáculos de la ley, la clínica pudo reabrir este año. Tuvieron que pedir una nueva licencia. Para entonces habían perdido su antiguo local y tuvieron que acomodarse en una pequeña casa. Fue difícil, nadie quería alquilarles un local para practicar abortos.
Aquí esperaban media docena de pacientes el sábado por la mañana, más un hombre que fumaba nervioso en la puerta. Atienden sobre todo a mujeres de pocos recursos, que vienen no solo del oeste de Texas sino también de Ciudad Juárez y Chihuahua. El procedimiento cuesta 540 dólares si el embarazo está entre las 2 y las 10 semanas. Hay un sistema de ayuda económica para las pacientes.
Para las mujeres del oeste de Texas, este lugar es el Álamo. El asedio comenzó en 2009, explica Laster, “cuando el Legislativo empezó a estar controlado por el Tea Party y la derecha cristiana”. En 35 años de profesión, esta especialista en salud reproductiva ha visto “tiempos muy malos, con 100 o 200 manifestantes en la puerta”. Pero nunca el acoso regulatorio de los últimos años. “Se está volviendo una locura”. Esta clínica formó parte de la denuncia ante el Tribunal Supremo que la pasada primavera finalmente declaró la ley inconstitucional. Para entonces, después de tres años de batalla, sólo quedaban 19 clínicas abortistas de las 40 que había en un Estado con 5 millones de mujeres en edad de ser madres. Un estudio publicado en septiembre aseguraba que Texas tiene la mayor tasa de mortalidad de mujeres por complicaciones derivadas del embarazo: 30 por cada 100.000 nacimientos. La media de Estados Unidos es de 23 por cada 100.000. La media de la OCDE es 14. En España, es 5.
A pesar de las sentencias y las cifras, el asedio no ha terminado. Ahora el Legislativo de Texas pretende obligar a hacer un funeral, con entierro o cremación, por cada feto. “Y el coste será para la mujer”, se lamenta Laster, “van a seguir así hasta que los echemos con los votos”. “Espero que la gente vote a todos los candidatos demócratas para que saquen a algunos de estos y se den cuenta de que las mujeres de Texas necesitan ayuda”.
Durante el último debate presidencial, el candidato republicano, Donald Trump, eludió precisar su posición sobre el aborto. Dijo que nombraría jueces del Tribunal Supremo que revertirían las decisiones sobre el aborto y dejarían esa cuestión en manos de los estados. Después repitió el discurso antiabortista diciendo que se puede “arrancar al niño del vientre en el noveno mes justo antes de nacer”. La candidata demócrata, Hillary Clinton fue rotunda a favor del “derecho constitucional de una mujer a tomar la decisión más íntima, más difícil sobre su salud que se pueda imaginar”.
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