Por qué Lula no debería huir de Brasil
Lula exiliado sería muy probablemente un Lula olvidado. Sería también la peor solución para la sobrevivencia del PT
Crecen las voces de que Lula, imputado ya en tres procesos de corrupción, podría pedir asilo político al gobierno de algún país amigo para huir de las garras del severo juez Sérgio Moro.
Le acompañarían su esposa y dos de sus hijos, investigados también por presunta corrupción.
¿Sería la mejor solución para defender su inocencia o la fuga sería vista como un acto de cobardía?
El expresidente brasileño se considera un perseguido político por la justicia y declara su inocencia hasta en los foros internacionales.
La derecha querría, según él y sus abogados, cerrarle la candidatura a las elecciones presidenciales de 2018.
Pocos, sin embargo, en el mundo político, dudan de que Lula seá condenado en primera instancia los próximos meses y de que en el juzgado de segunda instancia no serán con él más benévolos que Moro.
En ese caso, tras la reciente disposición del Supremo de que los condenados en segunda instancia deberán entrar ya en la cárcel a la espera de posibles recursos al Supremo Tribunal Federal, Lula no sólo sería preso sino que caería en la ley de la “Ficha limpia”. Ello lo invalidaría para disputar las elecciones.
Lo que sin embargo más le preocupa a Lula es su condena por manos del juez de primera instancia, Sérgio Moro, al que no considera digno de juzgarle.
Hay que entender al personaje Lula, que llegó a ser no sólo el Presidente más popular del Brasil moderno, sino un político con gran resonancia mundial.
Una posible condena a la cárcel por jueces que no sean del Supremo no puede dejar de dolerle y más si con él podrían ser condenada su esposa y alguno de sus hijos.
La derecha querría, según él y sus abogados, cerrarle la candidatura a las elecciones presidenciales de 2018
Humanamente es comprensible su forcejeo para no llegar a ser encarcelado. Lo último que desea Lula, que aún sueña con volver a gobernar este país, es acabar condenado por corrupción.
Otra cosa es una posible huida del país a través de una petición de asilo político. No parecería, en efecto, lo más lógico, considerada su biografía de exsindicalista, combatiente, luchador político y social, de alguien que nunca agachó la cabeza ante nadie. Y que ya estuvo en la cárcel durante la dictadura militar.
El Partido de los Trabajadores (PT), fundado por él, se halla hoy en sus horas más bajas, en vías de refundación, tras el descalabro sufrido en las filas de sus máximos dirigentes condenados y encarcelados por delitos de corrupción. Y, además, derrotado recientemente en las urnas.
El PT necesita de Lula, pero aquí. Incluso en la cárcel, en la que continuaría siendo visto por los suyos como preso político, sería más útil para el futuro de su formación política que exiliado forzoso en el extranjero.
Siempre se dijo que el PT no existe sin Lula y que éste tampoco existiría sin el partido.
Hoy, más que nunca, la fuerza del PT quebrado necesita de la presencia cercana de su jefe, si desea sobrevivir, ya que, según los analistas políticos, sin Lula el PT acabaría deshaciéndose o pulverizándose en pequeñas agregaciones políticas y nunca acapararía ya la fuerza que siempre tuvo, primero en la oposición y después en los 13 años de gobierno de la nación.
Un Lula exiliado sería probablemente un Lula olvidado. Sería la peor de las soluciones para la supervivencia del PT, que alguna vez fue la mayor y más organizada fuerza social de la izquierda de este país.
Libre o en la cárcel, pero siempre, sin embargo, mejor al lado de los suyos que llevando en la frente la marca de haber preferido huir para no enfrentar a la justicia en un país que él mismo contribuyó para que fuera una democracia defensora del derecho y de las libertades civiles.
Una democracia que, a pesar de sus actuales conflictos, sigue funcionando sin graves percances, donde las instituciones del Estado respetan la independencia de los tres poderes.
No, Brasil no es Venezuela, y los brasileños, en las urnas, acaban de demostrar que quieren huir de tal fatalidad.
Y Lula lo sabe.
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