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Clinton aprieta el acelerador para ganar escaños en el Congreso que le permitan gobernar

La campaña dedica las últimas dos semanas a luchar por recuperar el Senado y acorralar a la extrema derecha en la Cámara de Representantes

Pablo Ximénez de Sandoval

La campaña electoral de Hillary Clinton empieza a dar por ganada la presidencia. Con las encuestas que la sitúan por delante en todos los estados clave, la única sombra de duda que planea sobre su victoria es una sorpresa catastrófica. Dado que su oponente es Donald Trump, que fue en sí mismo una sorpresa catastrófica para el Partido Republicano, nadie se atreve a descartarlo. Pero varios elementos indican que la carrera de Clinton apunta ya más allá de la Presidencia. El objetivo es ganar el máximo poder posible en el Legislativo para poder gobernar.

Hillary Clinton, este lunes en Manchester, New Hampshire.
Hillary Clinton, este lunes en Manchester, New Hampshire. REUTERS

Durante el tercer debate presidencial, el pasado miércoles en Las Vegas, fuentes de la campaña de Clinton explicaban que tener las encuestas tan a favor no ha provocado el más mínimo relajo. Clinton podría pisar sobre seguro las próximas dos semanas y llegar al 8 de noviembre en velocidad de crucero. Todo lo contrario. La estrategia es pisar el acelerador al máximo y aprovechar el hundimiento de Trump para pelear cada escaño en disputa, especialmente los de aquellos que apoyan al magnate. La campaña ha empezado a desviar hacia esas batallas recursos humanos y económicos de Clinton.

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Un ejemplo se vio este domingo. El presidente Barack Obama en persona viajó a Las Vegas para apoyar a la candidata demócrata al Senado, Catherine Cortez Mastro, y despedazó en un discurso a su rival republicano, Joe Heck, por haber apoyado temporalmente a Trump. Por la noche, durante un evento de recaudación de fondos en San Diego, el presidente se dedicó a machacar al congresista republicano local, Darrell Issa, en apoyo de su rival demócrata, también con Trump como argumento. “Issa fue Trump antes que Trump”, dijo Obama. Lo mismo ocurre en los eventos de Clinton. Los discursos están llenos de referencias a la batalla local.

La mayoría republicana se está desvaneciendo día a día en lugares que parecían imposibles hasta hace pocos meses, y la figura de Donald Trump es citada como el factor principal. Que lugares como Utah o Georgia puedan estar en peligro para los republicanos, que Clinton esté por delante en Florida, que incluso Texas aparezca ahora en algunos mapas de encuestas como “en disputa”, da una idea de lo tóxico que se ha vuelto Trump para los republicanos que se presentan a algo este noviembre, ya sea a senador o a supervisor de su condado. Para los candidatos demócratas, la principal arma contra sus rivales es relacionarlos con el hombre que ha insultado a latinos, mujeres, musulmanes o discapacitados y además ha puesto en duda la limpieza del sistema democrático.

Ninguna batalla es pequeña. Hay seis escaños del Senado, cinco de ellos en manos de los republicanos, con las encuestas empatadas. Los demócratas necesitan ganar cuatro escaños para recuperar la mayoría. Esto es crítico para Clinton como eventual presidenta. El Senado es el órgano que confirma los nombramientos, principalmente los del Tribunal Supremo. El nominado por Obama para cubrir la vacante actual ha sido bloqueado por los republicanos en espera de las elecciones a ver si ganaban la Casa Blanca y podían poner a alguien ideológicamente afín a ellos. Lo mismo ha pasado con el nombramiento del primer embajador en Cuba en medio siglo, también bloqueado.

Barack Obama haciendo campaña por Clinton en Las Vegas, el domingo.
Barack Obama haciendo campaña por Clinton en Las Vegas, el domingo.AFP

Pero además, los demócratas necesitan avanzar lo más posible en la Cámara de Representantes. Ganar los 30 escaños que necesitarían para la mayoría es imposible según los expertos en encuestas. Pero se pueden ganar los suficientes como para lograr “un mandato”, dicen en la campaña, un mensaje claro de que el extremismo lleva a los republicanos a perder sus escaños.

Avanzar claramente en la Cámara es la única forma de desactivar el poder que tienen los extremistas del llamado Freedom Caucus sobre los republicanos de la Cámara baja, y especialmente sobre su presidente, Paul Ryan. Si una Clinton presidenta no puede sentarse con Ryan a negociar nada por la presión de la amalgama libertaria-trumpista-teaparty, su presidencia será un suplicio. Promesas clave, como la reforma migratoria o los programas de educación y sanidad, estarán en el aire. La Presidencia de Barack Obama ha sido un ejemplo de lo que pasa cuando un Partido Republicano con vocación de boicot tiene mayoría en las Cámaras.

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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