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Tribuna
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La paz ha muerto, viva la paz (La Loma, Bojayá)

He aquí otra sociedad partida en dos: la mitad, créalo o no, quiere que su presidente sea el maldiciente Donald Trump

Ricardo Silva Romero

Son las 7:31 a.m. del domingo del plebiscito: “sí” o “no” a los acuerdos de paz firmados el lunes pasado con las Farc. Desde las seis de la mañana no ha parado de diluviar, y está encapotado y pesimista el cielo de Bogotá, como si se tratara de preguntarnos qué tanto nos preocupa el país en guerra, qué tanto nos preocupa el viacrucis de aquel municipio –Bojayá, Chocó, resucitado por la tregua de este año– que el jueves 2 de mayo de 2002 perdió a 119 personas en la peor de las masacres de la guerrilla más vieja del mundo. Salimos a las 9:45 a.m. a votar: en orden de aparición aquí en Colombia, que ha sido siempre un enredo, una abuela de 68 años, un padre de 41, una madre de 36, un hijo de seis y una hija de un año y cuatro meses convencidos del “sí”. Cruzamos la ciudad de puesto de votación en puesto de votación. Tenemos luego un día de familia. Sí nos parece raro el clima –no que diluvie en Bogotá, no, sino que nadie se atreva a hablar del plebiscito ni en el supermercado ni en el restaurante ni en la calle–, pero sólo entendemos nuestra desazón cuando el noveno boletín de la Registraduría Nacional da la noticia de que a las 4:52 p.m. el “no” ha empezado a ganarle al “sí” por unos cuantos votos: 40.000, 46.500, 53.000. El Salón Rojo del Hotel Tequendama, el lugar en donde los políticos de siempre han celebrado sus victorias electoreras, se va desocupando porque los promotores del “sí” se declaran incapaces de celebrar: celebrar qué. En cambio cierta casa del expresidente Uribe en Rionegro, Antioquia, va llenándose de otros políticos de siempre –siquiera hay felices en Colombia– porque ha llegado la hora de reclamar el triunfo del “no”: la paz ha muerto, viva la paz.

5:00 p.m.: dice la periodista Camila Zuluaga que los resultados demuestran “lo desconectados que estamos los medios de la gente”. 5:05 p.m.: al WhatsApp me llega la sentencia que el periodista deportivo César Augusto Londoño pronunció en un noticiero el día en que mataron al humorista Jaime Garzón: “y hasta aquí los deportes, país de mierda”. 5:45 p.m.: un actor que defiende el “no” grita desencajado en la radio que ahora sí habrá una paz verdadera. 6:47 p.m.: los periódicos del mundo no pueden creer lo que están viendo. 7:00 p.m.: las Farc “reiteran su intención de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia el futuro”. 7:05 p.m.: el Presidente Santos, rodeado por sus negociadores, declara: “mañana mismo convocaré a todas las fuerzas políticas, y en especial a las que se manifestaron por el ‘no’, para escucharlas”.

Pero el expresidente Uribe, el victorioso líder del “no”, sólo aparece hasta las 9:00 p.m. acompañado por sus tres precandidatos a la presidencia a decirnos “queremos aportar a un gran pacto nacional”, pero también de paso –no como el perseguido político que decía ser, sino como un reelegido en campaña– a reivindicar las defensas de la derecha: la austeridad económica, la familia tradicional, la propiedad que nadie estaba amenazando. Como si fuera a haber paz el día en que todos seamos uribistas. Como si el resultado en Bojayá, que acababa de recibir, en La Loma, la promesa de reparación de las Farc, no hubiera sido 96% por el “sí” versus 4% por el “no”. Como si el resultado en el país no hubiera sido 50,21% contra 49,78%, 6.431.376 de votos contra 6.377.482 apenas, sino un aplastante regreso al poder.

He aquí otra sociedad partida en dos: en otras, la mitad, créalo uno o no, quiere que su presidente sea el maldiciente Donald Trump. Pero aquí todos, en mora de lograr que estar en desacuerdo no sea estar en guerra, estamos esperando desde aquella noche –minuto a minuto– que los líderes del “no” le respondan a Bojayá ahora a dónde vamos.

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