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El desafío del Brexit
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Europa, la botella medio llena

El ‘Brexit’, ocasión para acabar con la irritante ambigüedad europea del Reino Unido

Francisco G. Basterra
El líder del partido UKIP, Nigel Farage, enseña este viernes en Londres un cartel con la leyenda "Queremos nuestro país de vuelta".
El líder del partido UKIP, Nigel Farage, enseña este viernes en Londres un cartel con la leyenda "Queremos nuestro país de vuelta".Jack Taylor (Getty)

Queda solo un mes para el desafío del Brexit, prueba existencial para una Europa en horas bajas, descreída de sí misma. El momento de poner fin a la continua e irritante ambigüedad europea de Reino Unido. Mucho está en juego y no solo para los británicos. El referéndum que puede acabar con 42 años de pertenencia remisa del Reino Unido en la UE, o confirmar la permanencia, a la carta, de la tercera economía de la Unión, 65 millones de europeos accidentales, será el 23 de junio, tres días antes de las elecciones en España. Su resultado, sobre todo si es negativo, nos puede afectar y mucho. Pánico financiero si larga amarras. Churchill, el día antes del desembarco de Normandía, le dijo a De Gaulle: “Cada vez que Gran Bretaña tiene que decidir entre Europa y el mar abierto, siempre elegiremos el mar”.

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El referéndum no podía llegar en peor momento. Rebrote de la crisis de Grecia; el populismo subido a la ola de la llegada de refugiados mientras Bruselas subcontrata con la Turquía del sultán Erdogan el blindaje de su frontera exterior; tensión geopolítica en los lindes con Rusia; un crecimiento económico anémico unido a un rebrote nacionalista.

Sin embargo, debemos verlo sin dramatismo. La distancia próxima a cualquier realidad, que por subjetiva altera y deforma la misma, nos hace perder la perspectiva. Hay que alejarse para ver que la botella está medio llena. Ha tenido que llegar Obama a Europa, el primer presidente de EE UU no europeo y para algunos el último presidente de occidente, para describir un proyecto europeo meritorio y digno de ser profundizado. “Quizás necesitéis alguien que no sea europeo para recordaros la magnitud de lo que habéis logrado”. Sorprende que el aliento venga de fuera.

Cabe esperar que el pragmatismo supere la nostalgia imperial, la creencia mágica de la recuperación de la soberanía nacional —cuyo absolutismo es hoy inexistente— liberando al país y a su glorioso Parlamento de la supuesta tiranía extranjera. Los argumentos de los euroescépticos son emocionales, fronterizos con lo irracional. La realidad es que Reino Unido, fuera del euro, ha logrado lo mejor de los dos mundos: el mercado único con excepciones, no pagar rescates ni la supresión de las fronteras interiores de Schengen. Un traje a medida ya adquirido por Cameron en Bruselas. Europa, incluso esta Europa extraviada, es la solución, no el problema.

Estos ingleses locos que beben pintas de cerveza, conducen por la izquierda y veneran a la monarquía, quizás no lo estén tanto y, aun excéntricos, permanezcan en la UE, aunque sea para que Europa no solo hable alemán. Ya no pueden creerse los antiguos partes meteorológicos: niebla en el Canal, el continente aislado. Para estar en la UE no es imprescindible ser europeísta, basta con preferir estar dentro, nos recuerda un informe del Instituto Jacques Delors. No escribamos antes de tiempo el obituario de Europa. La historia del proyecto europeo, es un relato de supervivencia.

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