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MIEDO A LA LIBERTAD
Columna
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La hoguera de las instituciones

La política por vía del consenso desaparece con personajes como Trump o Temer

Tal y como se esperaba, la hasta ahora presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, está en el limbo de la legalidad. El Senado votó a favor de un juicio político por presuntos actos de maquillaje de las cuentas públicas, con el fin de desalojar a una mandataria que ocupaba la silla presidencial con el respaldo de más de 54 millones de votantes. ¿Qué está pasando en el mundo? De pronto, la ensoñación del diálogo, la construcción de acuerdos y la política hecha mediante consenso desaparece con personajes como Donald Trump o Michel Temer, y a golpe de la reafirmación de la derecha dura.

Las víctimas son múltiples, pero sin duda las más importantes son las instituciones. Uno de los factores que establece la diferencia entre los países de América del Norte —de habla inglesa— y los de América Latina —de habla hispana y portuguesa— es precisamente el papel de las instituciones, inexistente en el subcontinente. Su construcción puede llevar 100 años, pero su destrucción puede ser muy rápida. Y ahora los sucesos de Brasil recuerdan el papel que desempeñaron los senadores de Roma en su conspiración contra César, dispuestos a derramar la sangre de la legalidad, aunque al hacerlo terminaran por consolidar la figura que querían eliminar. Y es muy importante tomar nota de la reactivación de la Bolsa brasileña tras la caída de Rousseff y saber lo que están pensando los grandes grupos económicos. Sobre todo, cuando en un Estado se ponen de acuerdo para expulsar a una presidenta, utilizando una trampa legal y destruyendo todo el entramado institucional de un país tan complejo y con tantos matices.

El universo brasileño siempre tuvo en lo bueno y en lo malo, un relevante equilibrio patriótico y de integración que era superior a las divisiones del país. Ahora Brasil es tierra de confrontación

Desde este momento, la política en el gigante sudamericano ya no se desarrollará en las instituciones, sino en las calles, escenario de los encontronazos sociales. Estamos viviendo en un mundo en el que existen muchas explicaciones sociológicas para esta situación. Tal y como ocurrió en los años ochenta en Estados Unidos, una época relatada de manera brillante por Tom Wolfe en su Hoguera de las vanidades, en la que describía el éxito económico, el desorden social y la abundancia en la que vivían sus personajes que, a bordo de sus costosos automóviles y de su vida regalada, podían matar por accidente a cualquier desgraciado del Bronx o, en este caso, de las favelas. En esta hoguera de las instituciones, la facción más radical de Brasil ha apostado fuerte por la desintegración.

Con este panorama, tengo serias dudas de que se celebren los Juegos Olímpicos porque, salvo que metan en la cárcel a Lula da Silva, Rousseff y a todos los dirigentes del Partido de los Trabajadores, el mensaje está muy claro: hay una guerra de exterminio. Los senadores que levantaron la mano para votar contra la presidenta son, en su mayoría, los que han sido investigados por corrupción. Y ellos, que ampararon tantas veces acciones peores que las que esgrimen contra Rousseff, deben saber que no sólo han detonado el principio bíblico de ojo por ojo y el mundo se queda ciego, sino que han abierto la válvula de la reacción social.

Que Rousseff tuviera un problema de crecimiento económico y de inflación era muy grave, pero se trataba de un problema para los de abajo. Ahora, los de arriba han quitado todas las vallas protectoras y se enfrentan a la recesión, al desempleo y a la ausencia de un modelo de crecimiento, rompiendo además el contrato social establecido por Lula. Pero si Lula acaba por convertirse en Mandela, la reacción social será más fuerte. Y si Rousseff se convierte en una fracasada por su falta de cintura política y porque, al final, los representantes del enojo social simplemente la olvidaron imitando a sus verdugos, es lógico el desenlace que está por venir.

Más allá de las grandes palabras y de los grandes partidos, no hay que olvidar que el universo brasileño siempre tuvo en lo bueno y en lo malo, a pesar del hambre y de la escasa abundancia, un relevante equilibrio patriótico y de integración que era superior a las divisiones del país. Ahora Brasil es tierra de confrontación. Y en ese sentido, hay varias lecciones para el resto del mundo. Primero, la destrucción de las instituciones en países que durante siglos han intentado fortalecerlas y han fracasado constantemente. Y segundo, la enseñanza para los que votaron contra Dilma que ahora resulta tan clara: hay que ser el primero en disparar.

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