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El fin de una cierta idea del Partido Republicano

El derrotado Rubio encarnaba el futuro soñado de una derecha con raíces conservadoras pero abierta a los cambios de Estados Unidos

Marc Bassets
María Silva, de 85 años, escucha a Rubio tras la derrota electoral
María Silva, de 85 años, escucha a Rubio tras la derrota electoral Angel Valentin (AFP)

La retirada de Marco Rubio en la carrera presidencial liquida una cierta idea del Partido Republicano. Rubio —44 años e hijo de inmigrantes cubanos— era el futuro del partido. Joven e hispano. Suficientemente conservador para preservar las esencias, pero flexible para despegarse de la imagen rancia del partido. Donald Trump, a punto a lograr la nominación republicana con un mensaje xenófobo y proteccionista, arruina estos planes. El futuro de un Partido Republicano adaptado a un país más diverso y tolerante, que soñaban los reformistas del establishment, ya es pasado.

Les llamaban reformicons: reformistas conservadores. Eran un grupo de intelectuales, la mayoría residentes en Washington, que escribían papeles y organizaban debates sobre la derecha. El Partido Republicano debía abrirse a la sociedad: abordar cuestiones como la pobreza y las desigualdades y atraer a la minoría hispana, la más dinámica de un país en el que, en 2040, los blancos de origen europeo representarán menos del 50% de la población. Las ideas bullían en los think tanks y las revistas para llevar al Grand Old Party, anclado en los años ochenta y en Ronald Reagan, al siglo XXI.

En marzo de 2013, el Comité Nacional Republicano publicó el Proyecto de crecimiento y oportunidad. El documento, de 97 páginas, era lo que en la jerga de Washington se llama una autopsia. En este caso, la autopsia de un cadáver político: los republicanos acababan de perder por segunda vez las elecciones presidenciales ante Barack Obama y había que encontrar soluciones. El documento proponía que los republicanos, ensimismados en debates ideológicos y demasiado identificados con las elites económicas y Wall Street, se acercasen a la clase trabajadora. Sobre todo, les instaba a seducir a los hispanos, imprescindibles para ganar elecciones en los próximos años, quizá ya en las presidenciales de noviembre. De ser más humanos y amables, menos dogmáticos.

Trump, con una retórica populista y nacionalista que apela a las clases trabajadoras blancas, ha robado a los reformicons la idea de un partido alejado de las élites y en defensa del ciudadano de a pie. Pero es el ciudadano de a pie blanco. La hostilidad de Trump hacia los latinos (y los musulmanes) entierra el esfuerzo por ampliar la base de votantes hacia las nuevas minorías.

El fracaso reformista no se explica sin la cooperación de los propios reformistas. Parece como si nunca acabaran de creerse sus propias recetas. El Partido Republicano es hoy el único partido conservador en un país desarrollado que niega el cambio climático o rechaza legislar en contra. Los republicanos, desde que Obama llegó a la Casa Blanca en 2009, son el partido del no, en contra incluso de medidas como la reforma sanitaria, inspirada en políticas conservadoras. Cuando, hace cuatro años, Trump vociferaba sus teorías conspirativas sugiriendo, falsamente, que Obama nació en Kenia, los republicanos le cortejaban. Rubio, tras apoyar una reforma inmigratoria, renegó de ella. Cuando Obama visitó una mezquita en diciembre, Rubio le acusó de dividir al país. Nadie es inocente.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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