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Columna
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Brasil sin vuelta atrás

Sea cual sea el resultado del proceso de destitución de Rousseff, el país no volverá a ser el mismo

Juan Arias

La destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York por el terrorismo cambió el mundo. Desde entonces no fuimos los mismos.

En Brasil, en el que hoy ponen los ojos los países que reconocen su importancia en el tablero mundial, ha estallado una bomba política, el proceso de destitución de la presidenta, la exguerillera Dilma Rousseff, de consecuencias aún sin descifrar.

La ha hecho estallar un político con poder, el tercero en el escalafón de la República, el Presidente del Congreso, y el estallido ha sobrepasado, por su gravedad, las fronteras del país. El mundo está sorprendido con la noticia.

La perplejidad ha sido mayor porque el personaje que ha quitado la espoleta a la bomba, el diputado, Eduardo Cunha, cuenta con el rechazo universal y hasta visceral de la sociedad.

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Según el consultor político Murillo de Aragão, las posibilidades de que el proceso acabe con la salida de Dilma Rousseff son de un 50%, el mismo porcentaje que divide en las redes sociales a los favorables y contrarios al impeachment.

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La bomba, sin embargo, ha estallado y no hay vuelta atrás. Queda solo esperar el resultado. Algo, sin embargo, parece ya pergeñarse: el gesto suicida de Cunha hará que el país ya no vuelva a ser el mismo.

Y no lo será, gane o pierda Rousseff.

De ese estallido, que medio país aplaude y otro medio reprueba, podría salir un Brasil diferente. Y como en todas las convulsiones políticas o sociales, es difícil saber si será mejor o peor. ¿Saldrá más unido o más roto?

Si Dilma Rousseff sale a flote porque el Congreso la absuelve, ni ella ni su Gobierno podrán ser los mismos. Muchas cosas tendrán que cambiar para que recupere, por ejemplo, su popularidad que hoy cuenta con apenas un 10%. Y para volver a unir a una sociedad dividida.

La presidenta tendrá que rehacer la quebrada mayoría congresista; tendrá que dar una vuelta a su Gobierno, ya que el pleito dejará entre los partidos heridas que tardarán en cicatrizar.

Tendrá que presentar al país un proyecto claro y rápido para recuperar la economía que hace aguas y que golpea ya con el desempleo al 20% de la juventud.

Tendrá que aclarar las relaciones con su partido, el Partido de los Trabajadores (PT), así como con su tutor el expresidente Lula da Silva, para que no queden sombras sobre quién gobierna el país.

Tendrá que quedar claro para los ciudadanos de a pie que la fórmula maldita de ofrecer cargos y prebendas para comprar el apoyo de partidos y congresistas (un pecado que es la raíz de tantas ilegalidades) saldrá para siempre de su agenda.

Tendrá que saber conquistar a aquellos brasileños que la llevaron al poder y que hoy confiesan estar arrepentidos.

Tendrá que demostrar que se equivocan quienes la acusan hoy de no interesarle la política. Tendrá que aprender a escuchar más y sin excesivos enfados. Tendrá que aceptar que no siempre acertó en el pasado.

Dilma Rousseff no podrá ser la misma si sale ilesa de la guerra. Ni será el mismo el país si ella tiene que dejar el mando. Los triunfadores deberán demostrar que ellos tienen una fórmula mejor y más segura para atajar con urgencia la hemorragia de la economía.

Tendrán que convencer al país que ellos sabrán repartir mejor la riqueza y que son capaces de ofrecer un plus de realismo y eficiencia para gestionar el Estado sin volver a arruinarlo.

Tendrán que demostrar que ellos cuentan con la fuerza y la lealtad en el Congreso que le faltó a Rousseff. Que tienen claro el camino para una alternativa mejor.

Tendrán que demoler con hechos la acusación de que lo que pretendían era solo echar a la presidenta para ponerse ellos y para seguir con los mismos enjuagues y las mismas ambigüedades políticas.

Tendrán, ante todo y sobre todo, que conseguir pacificar a la sociedad demostrando que saben gobernar para todos usando más las armas del diálogo que las de la guerra.

Los próximos meses, hasta que se conozca el resultado de la bomba que Cunha se empeñó en hacer explotar, serán decisivos para saber qué país saldrá de esos escombros. Si mejor o peor, más unido o más desgarrado, con mayor o menor esperanza e ilusión.

Dicen que hay quien es capaz de escribir derecho con renglones torcidos. Ojalá que, con uno u otro resultado del impeachement, Brasil sea capaz de sorprenderse a sí mismo. Sin olvidarse que suele ser mejor, no el que más cacarea que ama al país, sino el que mejor sabe demostrárselo con hechos. Y con menos despilfarro de dinero público y de palabras vacías.

La política necesitaría de más silencio y reflexión. De menos algarabía y menos peleas de gallos. De menos fariseos vociferantes y más samaritanos dispuestos a curar con amor las heridas de los que siempre acaban olvidados.

Todo el resto es simple basura.

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