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Tribuna
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El Gobierno incumple lo de cortar en su propia carne

Los brasileños no quieren más recortes porque saben que son los políticos quienes les han arruinado

Juan Arias

Imagínense esta historia familiar: el padre y la madre viven por encima de sus posibilidades, con coches de lujo, viajes caros, empleados en cada esquina de la casa, derroche de todo tipo.

Un día, los hijos descubren que la situación económica de la familia es ruinosa, que sus padres deben más de lo que poseen.

No pudiendo esconder la realidad, confiesan a los hijos que no tienen cómo pagar las deudas acumuladas y que hay que empezar a apretarse el cinturón. ¿Cómo? Cortando gastos básicos de la casa, reduciendo todo a una economía de guerra.

Los hijos preguntan a los padres si también ellos van a empezar a hacer sacrificios, a cortar en su propia carne. Prometen que sí, pero pasado un tiempo, mientras a ellos se les exigen cada día mayores cortes y sacrificios, como dejar de ir al cine, comer una pizza fuera de casa, vender la moto, y hasta dejar de frecuentar un curso de inglés, ven que sus padres poco o nada han sido capaces de sacrificar. Siguen con sus lujos, viajando sin necesidad, saliendo a cenar a los restaurantes caros, sin prescindir de uno sólo de sus numerosos asesores y secretarios.

Y ahora les pregunto: ¿Cuál sería la reacción de aquellos hijos dentro de aquella familia? Como mínimo dirían a sus padres: “O vosotros cortáis gastos en vuestra propia carne, o no tenéis el derecho de exigirnos más sacrificios a nosotros. Después que nos hayáis dado ejemplo de austeridad, volved a hablar con nosotros. Punto”.

¿Les recuerda esta historia algo parecido a lo que está aconteciendo con la crisis de Brasil?

El grito de guerra del Gobierno, o cuando no se atreve a gritar, las súplicas de rodillas al Congreso para que usen tijeras y cuchillos para cortar en la carne de los contribuyentes, aumentando impuestos y renunciando a derechos adquiridos para poder hacer cuadrar las cuentas- aunque sea a costas de compromisos políticos inconfesables como el apoyo entre bastidores a Cunha- ¿no se parece a lo que los padres derrochadores de la historia exigían a sus hijos?

Los brasileños también le habían pedido al gobierno que, puesto que el país estaba arruinado porque ellos habían derrochado y administrado mal al país, antes de exigir más sacrificios, más impuestos y ajustes, empezara él a dar ejemplo, cortando ministerios, cargos de confianza, sueldos millonarios, gastos superfluos, tarjetas de crédito corporativas, privilegios, coches de lujo y un largo etc.

Al igual que los padres de aquella familia, también el Gobierno hizo promesas de austeridad. ¿Dónde están? ¿Dónde está lo cortado en la propia carne? ¿Cuántos de los 39 ministerios (son más que los que tienen Estados Unidos y Alemania juntos) han desaparecido? ¿Cuántos de los 23.000 cargos de confianza fueron eliminados? ¿Quiénes renunciaron a privilegios adquiridos, a veces escandalosos? Sirve para el Gobierno y sirve para el Congreso, también él con los bolsillos rotos y coleccionadores de privilegios.

Poco o casi nada se ha visto, sin embargo, de ese cortar en la propia carne mientras se hace cada día más exigente la petición de ayuda a los ciudadanos a fin de que acepten una mayor carga tributaria para que los trabajadores renuncien a derechos del pasado y para que se las arreglen como puedan los que van perdiendo el empleo. O los miles de jóvenes a los que la crisis les impide seguir estudiando por tener que volver a trabajar.

Alguien podrá decirme que son preguntas obvias o demagógicas. Entonces que los investigadores de IBGE salgan a la calle, que interroguen a la gente común, desde las más humildes a las mejor situadas, acerca de lo que piensan de un Gobierno y de un Congreso incapaz de cortar en su propia carne y de renunciar a privilegios acumulados en el tiempo de los que no disfrutan la mayoría de los políticos de países mucho más ricos que Brasil.

Que salgan a la calle, que pregunten y que después nos digan lo que han escuchado.

El diario O Globo, en su edición del domingo, lo ha hecho entrevistando gentes de todas las categorías y la respuesta es unánime. Afirman que el Gobierno no tiene el derecho de imponer más impuestos mientras él siga despilfarrando e incapaz de tasarse a sí mismo.

A no ser que queramos creer que la culpa última de lo que sufre el país no es del Gobierno sino de los trabajadores, o de los llegados de la pobreza a la clase media, a quienes se acusa ahora de haberse convertido en unos despilfarradores que se están comiendo hasta sus pequeños ahorros. Se los comen porque el sueldo ya no les da para acabar el mes.

Así de simple.

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