Alemania, 25 años después de la unificación
Un 80% de los alemanes cree que la unión del país ha sido un éxito
Cuando el reloj de la historia marcó las 24 horas del 2 de octubre de 1990 y las campanas de todas las iglesias de Berlín anunciaron con su tañido el nacimiento de un día histórico para el país, una inmensa bandera alemana fue izada frente al centenario Reichstag. En ese momento solemne, la República Democrática Alemana (RDA), la última reliquia del imperio de postguerra de Stalin, dejó de existir y confrontó a la nueva nación a un desafío gigantesco: reparar el daño causado por la división y, en el Este, las secuelas de cuatro décadas de comunismo.
El desafío que estaba por llegar ya había sido analizado por el Gobierno en Bonn y Helmut Kohl, que estaba dispuesto a no dejar pasar el tren de la historia ante su puerta, ya había prometido a sus futuros compatriotas un panorama idílico en febrero de 1990. En el marco espléndido de la plaza central de Erfurt y ante 150.000 personas, Kohl pronunció una frase célebre que fue recibida con una aclamación por la multitud y que ha marcado, desde entonces, el difícil proceso de unificación, que se propuso la envidiable meta de llevar la prosperidad económica y la economía social de mercado al desolador panorama que ofrecían los cinco nuevos estados heredados de la RDA.
“A través del esfuerzo común, lograremos transformar en los próximos tres o cuatro años los cinco nuevos estados federados en paisajes florecientes donde valdrá la pena vivir”, dijo Kohl el 20 de febrero de 1990. Kohl volvió a repetir esta visión paradisíaca el 1 de julio de ese mismo año, cuando entró en vigor la reforma monetaria y económica en la ex RDA que introdujo el poderoso marco occidental en el país. Y reiteró otra promesa que no pudo cumplir: “No vemos ninguna necesidad de aumentar los impuestos para financiar la unidad alemana”, dijo en mayo de 1990.
25 años después de la noche mágica, nadie quiere ahora poner en duda que la promesa formulada por Kohl se ha cumplido. El este alemán se está llenado de paisajes florecientes: la mayoría de los feos edificios prefabricados han desaparecido, la calidad de vida ha mejorado y los cinco Länder cuentan ahora con una infraestructura más moderna que los estados vecinos de Occidente. No en vano, un 80% de los alemanes creen ahora que la unificación ha sido positiva para el país.
Pero Kohl no pudo cumplir con la promesa de no aumentar impuestos para financiar la unidad. En los últimos 24 años, los cinco nuevos estados federados han recibido unos dos billones de euros para hacer posible que la otra promesa de Kohl se hiciera realidad. El dinero lo aportó toda la sociedad alemana a través del llamado “impuesto de la solidaridad”, que aún sigue vigente.
“La reconstrucción ha sido exitosa”, afirma el más reciente informe del Gobierno alemán sobre el estado de salud del país unificado. “El este alemán ha logrado un incremento considerable de su capacidad económica”, añade. Pero el informe que fue redactado en el Ministerio de Economía que dirige Sigmar Gabriel admite que aún existen problemas que no han sido resueltos. El rendimiento económico de los cinco nuevos estados federados, por ejemplo, es casi un 30% menor que en el rico Occidente, una diferencia que no ha variado en los últimos 15 años. “Las dos regiones de Alemania, el Este y el Oeste, están lejos de haber alcanzado una igualdad”, observó el Instituto alemán para la Investigación Económica de Berlín.
La tasa de desempleo, por ejemplo, que se disparó hasta superar el 18% en la ex RDA en los primeros años de la unificación, ha bajado hasta el 9,8%, pero aún sigue lejos del 5,9% que impera en los estados del Oeste. La renta per cápita no supera los 24.200 euros en los estados orientales, mientras que en los occidentales se acerca a los 33.400.
Aun así, el líder del partido La Izquierda, Gregor Gysi, admitió en vísperas del nuevo aniversario que la unificación había traído “libertad y democracia”. “También supuso un enriquecimiento personal para muchos, incluido yo mismo. La unificación fue una ganancia para todos”, añadió el político, que en los últimos 25 años se ha convertido en una de las figuras estelares de la política germana.
La unificación también hizo posible que Alemania, que se había ganado el mote de “gigante económico y enano político” (The New York Times), enterrara para siempre el síndrome de culpa que le persiguió a lo largo de la postguerra. La nueva personalidad del coloso económico se perfiló cuando una guerra insólita se incrustó en el corazón del viejo continente.
“Es un gran éxito para nosotros y la política alemana”, exclamó Kohl, tras la decisión de Bruselas de reconocer diplomáticamente a Croacia y Eslovenia en diciembre de 1991. Por primera vez desde el fin de la II Guerra Mundial, Alemania había logrado imponer una política exterior propia en una región conflictiva y marcada por el pasado nazi, una medida peligrosa pero que terminó convirtiendo al país en la primera potencia política del continente.
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