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Tribuna
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La maldición de la Casa Civil

¿Será que el cargo de ministro de la Casa Civil conlleva en sus entrañas la tentación o el peligro de resbalar hacia la ilegalidad y la corrupción?

Juan Arias

Podría parecer una especie de maldición el hecho de que los seis ministros de la Casa Civil (especie de primer ministro), de la era Lula-Dilma están, o en la cárcel, o investigados, o bajo sospecha de corrupción. Todos.

Aún no se sabe si la Presidenta Dilma Rousseff, en la reforma ministerial que está ultimando, cambiará a Aloizio Mercandante, el actual ministro de la Casa Civil, también investigado.

Si lo hiciera, sería el séptimo responsable de dicho ministerio considerado una especie de Primer Ministro, ya que está destinado a coordinar toda la acción del gobierno.

¿Habrá quién se atreva a entrar en esa especie de club maldito? Sin duda, Dilma, se lo deberá pensar dos veces antes de nombrarle y analizar su biografía con una lupa doble para que él no pueda acabar también condenado o bajo sospechas de corrupción.

¿Será que el cargo de ministro de la Casa Civil, una función difícil de explicar en otros países, por la ambigüedad de su función, conlleva en sus entrañas la tentación o el peligro de resbalar hacia la ilegalidad y la corrupción?

La fila de los seis ministros de la Casa Civil, desde que Lula llegó al poder hasta hoy, todos del Partido de los Trabajadores (PT), está encabezada por José Dirceu, al que Lula le dio tantos poderes que fue enseguida visto como un primer Ministro y sucesor natural suyo. Acusado de haber sido el ideador del escándalo del mensalao, acabó condenado y encarcelado. Hoy ha vuelto a ser incriminado en el otro escándalo del Lava Jato y de nuevo está preso en espera de nueva condena. Lo substituyó en la Casa Civil, la actual Presidenta, Dilma, sobre la que hoy pende la espada de Damocles de haber podido manipular las cuentas públicas para enjugar el déficit o de haber podido financiar sus campañas electorales con el dinero de corrupción. Es decir: haber podido ser connivente en los escándalos de Petrobras, de la que fue Presidenta después de ser Ministra de Minas y Energía.

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A Dilma le sucedió en la Casa Civil, cuando Lula y el PT la designaron como candidata para las presidenciales, Erenice Guerra, amiga suya que salió también bajo sospechas de corrupción y hoy se salpicada en el otro de los nuevos escándalos, el de la Operación Zelotes, que ha presuntamente substraído a la Hacienda pública 19.000 millones de reales anulando multas de impuestos.

Elegida Rousseff presidenta de la República, su primer Ministro de la Casa Civi, fue Antonio Palocci, importante ministro de Economía del gobierno Lula y que había sido el responsable de la campaña electoral de Dilma a las elecciones presidenciales.

Hoy, Palocci podría resultar encarcelado en cualquier momento, acusado de estar involucrado en el escándalo del Lava Jato.

Al médico y amigo personal de Lula le sucedió Gleisi Hofmann, que hoy está siendo investigada por supuesto crimen de corrupción, sospechosa de haber recibido dinero ilegal para su campaña del Ministerio de Planificación del que era entonces ministro su esposo, Paulo Bernardo.

Por último, el actual y polémico ministro de la Casa Civil, Aloizio Mercadante, el político quizás más cercano a Dilma, personal e intelectualmente, ambos economistas, también está siendo investigado a raíz de las declaraciones de un empresario, que asegura que le donó dinero de forma ilegal para una campaña política. 

Los seis últimos ministros de la Casa Civil: o condenados o bajo graves sospechas de corrupción. De ellos, tres son abogados (Dirceu, Guerra y Hoffmann), dos economistas (Dilma y Mercandante) y un médico (Palocci).

La pregunta que se hace la gente de la calle es si esa especie de maldición que se ha cernido siempre sobre la Casa Civil se deberá a una pura coincidencia o si será el excesivo poder del cargo en un sistema político presidencial como el de Brasil el demonio que acaba tentando a esos importantes ministros.

¿O no será también que es el sistema mismo, que opera hoy dirigiendo los destinos del país, el que se ha degradado hasta el punto que se da por hecho, como afirman a veces las personas sencillas, que se entra en política, sobre todo, para enriquecerse?

Existe, quizás, otro demonio peor, que es el hambre de poder, un impulso, según los psicólogos, más fuerte aún que el del sexo, que arrastra a los políticos, para no perder dicho poder, a morder la manzana prohibida del paraíso, para poder seguir sintiéndose como Dios.

Una tentación tanto mayor cuanto más altos se encuentran en la pirámide de las decisiones del poder.

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