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Columna
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Un negro en eterno exilio

El largo viaje de Carlos Moore, el activista e intelectual que denunció el racismo en Cuba y pasó su vida perseguido por los dos lados de la Guerra Fría

Eliane Brum
Carlos Moore, activista e intelectual.
Carlos Moore, activista e intelectual.Colección personal

A los 22 años, Carlos Moore ya había vivido más que la mayoría de la gente en una existencia entera. Ya había conocido el hambre y la violencia en la pequeña ciudad cubana donde nació, ya había deseado no ser negro y se había esforzado por alisarse el pelo, aclararse la piel con productos arriesgados y desachatarse la nariz con pinzas, ya había emigrado a los Estados Unidos y había descubierto la lucha por los derechos civiles, había sentido fascinación por Patrice Lumumba, el famoso líder congoleño, y había planeado un ataque contra el consulado belga en Nueva York para vengarse del asesinato del activista, ya había sentido encanto por la revolución tras la reunión con Fidel Castro, se había convertido en comunista y había regresado a Cuba para cooperar con el proceso revolucionario, ya había descubierto que el régimen cubano era tan racista como el que había derribado, ya había sido encarcelado una vez por denunciar que el racismo persistía en la revolución, ya había sido condenado a cuatro meses en un campo de trabajos forzados por segunda vez por la misma razón, después de dirigirse al propio Fidel Castro en público, ya había hecho una confesión para que no lo mataran, diciendo que se había equivocado y que no había racismo en Cuba, ya se había refugiado en la embajada de Guinea cuando se dio cuenta de que sería ejecutado de todos modos, ya había huido a Egipto y luego a Francia, sin ningún documento, ya había sido rechazado por un Jean-Paul Sartre convencido de que él era un “agente del imperialismo”, ya ha sido acogido por uno de los ideólogos de la negritud, el gran poeta surrealista de Martinica Aimé Césaire, ya se había convertido en guardaespaldas del activista negro Malcolm X, cuando este estuvo en París, y ya había sufrido de todas las formas por el asesinato del mismo. Todo eso sucedió hasta sus 22 años. Después sucedió mucho más.

Carlos Moore tiene hoy 72 años. Y lanza en Brasil su autobiografía: Pichón: raza y revolución en Cuba, por la editorial Nandyala, gracias a una financiación colectiva, y en los Estados Unidos en 2008, el mismo año en que Barack Obama se convertía en el primer negro elegido presidente de la mayor potencia global. El prefacio es de Maya Angelou (1928-2014), artista y activista, ella misma una leyenda, que desempeñó un papel crucial para que el entonces joven Moore descubriese su identidad y la realidad brutal de las mujeres negras.

Para alcanzar la trayectoria de Carlos Moore, hay que entender que, como hijo de inmigrantes jamaiquinos, ocupaba el peldaño más bajo de la escala racial de la sociedad cubana. Peor que un negro cubano era un negro inmigrante de las demás islas del Caribe. En su libro aparecen genocidios de inmigrantes negros en Cuba de los cuales la mayoría jamás ha oído hablar. A los 13 años, el padrastro de su madre ya la había violado y la había dejado embarazada. Con un hijo del incesto, ella se casó con otro inmigrante jamaicano. Moore nacería años después, entre varios hermanos. Y jamás entendió por qué su madre lo rechazaba y le daba palizas hasta el punto de dejarlo encamado durante días, cubierto de heridas y hematomas, que incluso lo llevaron a desarrollar una especie de reacción convulsiva. El pequeño Moore cavaba agujeros en el patio, para tratar de escapar de esa madre. Su fotografía era la única que no estaba colgada en la casa de la familia.

Un día, la madre se fue y los abandonó a todos. Y él solo descubriría mucho más tarde, ya en la edad adulta, la raíz de la violencia materna inscrita, mediante palizas cotidianas, en el cuerpo de su hijo. La vida de Carlos Moore también puede contarse por medio de una larga travesía en busca de una madre y de una identidad.

Hace algunos años, tras sufrir una embolia pulmonar y coquetear con la muerte durante tres semanas, Carlos Moore cuenta que decidió seguir el consejo de su buen amigo, el escritor estadounidense Alex Haley (1921-1992), autor de La autobiografía de Malcolm X, y escribir sus memorias. Decidió entonces trasladarse a Brasil, donde vive desde 2000 en Salvador, con su compañera, la guadalupense Ayeola. De su primer matrimonio tiene un hijo que vive en los Estados Unidos. En Brasil, acogió a una niña que vivía en una favela y hoy ya es adulta y hace doctorado. Tiene siete libros publicados, cinco de ellos traducidos al portugués y lanzados en Brasil. Uno de ellos, Fela, esta vida puta, es la impresionante biografía de Fela Kuti (1938-1997), el creador del afrobeat, con quien tuvo una amistad profunda. Entre sus varios exilios, Moore hizo dos doctorados en la Universidad de París VII, el primero en Etnología, el segundo en Humanidades.

Carlos Moore eligió Brasil, donde tenía amigos como Abdias do Nascimento (1914-2011), para recogerse y escribir su autobiografía con tranquilidad, en un país donde era casi un desconocido. Pronto se dio cuenta de que Brasil vivía un punto de inflexión en la lucha contra el racismo, con las cuotas raciales y las demás acciones afirmativas. Como hizo a lo largo de toda su vida, se comprometió. Su libro Racismo y Sociedad (2012), se ha convertido en una referencia y ha despertado controversias. Carlos Moore está lejos de despertar sentimientos unánimes, tanto dentro como fuera del movimiento negro, lo que no parece preocuparle. Se convirtió en uno de los pensadores negros dedicados a ese tiempo histórico muy particular de Brasil, definido por Moore como “el momento en el que las máscaras comenzaron a caer”.

Desde la infancia, Carlos Moore quería huir, una fuga profunda, con varios sentidos simultáneos. Acabó por pasarse la vida huyendo de perseguidores de todos los lados del espectro ideológico. Esa fuga interminable parece haberlo llevado a sí mismo, el único lugar de llegada que importa.

La entrevista a continuación se realizó durante seis horas, en dos días consecutivos de la semana pasada, durante la estancia de Carlos Moore en São Paulo, para el lanzamiento de Pichón. En ella, él habla de racismo, trayectoria, identidad, mujer negra, exilio, así como de las realidades del continente africano y de países como Cuba, los Estados Unidos y Brasil. Por su relato desfilan personajes que son iconos de la historia mundial del siglo 20, pero que tal vez la mayoría de los no negros desconozca, porque esta es una historia borrada por aquí, o jamás contada.

A primera vista, lo que llama la atención de este negro de tantos mundos es su levedad, que sorprende en alguien que carga una trayectoria tan pesada y además trae en el cuerpo las cicatrices de la violencia que comenzó a sufrir a manos de su propia madre. Moore es acogedor, cariñoso y sonriente, jamás esquiva una pregunta difícil, y su fuerza aparece cuando no está de acuerdo con su interlocutor y le da una respuesta demoledora. Está claro que, como se verá, no tiene tiempo para conversaciones superficiales.

1) El primer exilio de un negro: el del ser

Pregunta. ¿Por qué eligió Pichón como título de este libro?

Carlos Moore. El editor estadounidense quería quitar ese título, diciendo que no era un título comercial. Le dije que no lo cambiaría, porque le puse ese título para que la gente se preguntase: ¿qué es pichón? Pichón, en la Cuba de mi infancia, significaba “crío de buitre”. Solo más tarde, como adulto, vine a descubrir su significado más neutral, que era el de crío de cualquier ave. En Cuba era el término que utilizaban para humillarnos. Aquellos negros que venían del Caribe eran buitres, porque eran negros y también porque se decía que les robaban los empleos a los cubanos y que comían carroña. Y esta fue la palabra que más me dolió. Que me insultasen llamándome “negro de mierda” era normal. De modo general, los blancos estaban acostumbrados a llamarles “negros de mierda” a todos los negros. Pero solo a algunos negros los llamaban pichón, a aquellos que eran hijos de inmigrantes caribeños negros, gente venida de Haití, Jamaica, Barbados... Los negros cubanos ostentaban nombres como González, Díaz, Hernández y así por el estilo. Pero un negro con el nombre Moore ya se sabía que no era cubano, aunque poco importara que hubiera nacido en Cuba y que hubiera pasado 100 años allí. Había un odio profundo, racista, dentro de la sociedad cubana, para con los hijos de aquellos inmigrantes negros, a los que se consideraban más primitivos, más bárbaros, más africanos. Más negros. Su negrura era exponencialmente mayor, en el sentido negativo. Así que me dije: “Si ese es el término que más me hirió, durante mi infancia, es el que quiero utilizar como título del libro”. No lo quitaría por nada del mundo.

P. Usted tuvo una vida de exilios. Pero, desde niño, parece que usted ya se veía como exiliado, en un sentido más profundo. Un exiliado de la piel, de la lengua, de los nombres, ya que había un rechazo a su nombre, porque revelaba que sus padres eran inmigrantes jamaicanos. ¿Cómo es eso?

CM. Todos aquellos que nacemos negros de este lado del Atlántico ya nacemos dentro de un gran exilio. Un enorme exilio involuntario, forzado. Y a partir de ahí, vienen todos los demás exilios que proceden de él y que por su vez crean otros nuevos lugares de exilio. Pronto me di cuenta de que no tenía ninguna conexión con el mundo, a no ser una conexión ficticia que el mundo blanco me obligaba a aceptar, a querer ser como él. Ahí ya se creaba un corte fundamental, que era el corte conmigo mismo. Yo no sabía quién era, porque quería ser otro. Porque ese otro era lo bueno, lo bonito, lo que todo el mundo quería ser. Cuando era pequeño, rechacé a mi madre rápidamente debido a toda su brutalidad. Y en su lugar creé a otra madre en mi imaginación. Aunque nunca hablé de ese punto en el libro, la verdad es que creé otra madre imaginaria, que era totalmente blanca, rubia, de ojos azules, o sea, una mujer como las que yo veía en las revistas cubanas.

"Todos los negros nacen en un gran exilio forzado"

P. Su madre era una mujer brutal, pero cuando usted creó a una madre imaginaria, creó a una madre blanca, en vez de a una madre negra. Eso viene de otra brutalidad, ¿verdad?

CM. Sí. Me retiraba al fondo del jardín para hablar con esa madre imaginaria, que era cariñosa conmigo, siempre sonriente y de voz suave, y ella y yo hacíamos todo juntos. Esa madre de fantasía me traía regalos, me traía unos bizcochos que me gustaban mucho. Por la noche, yo me metía en la oscuridad del fondo del patio, entre dos cocoteros, y ahí esa madre venía a visitarme. Yo tenía unos siete años, y ella era real para mí. Siempre me preguntaba si estaba contento. Y yo le decía que quería escaparme de allí, le pedía que ella me ayudase a fugarme. Durante toda mi infancia, mi obsesión era fugarme, escapar. Largarme de allí fue el deseo más poderoso de mi infancia.

P. ¿Huir de qué? ¿Y hacia dónde?

CM. Yo pretendía caminar, caminar, caminar, caminar toda la noche, hasta llegar al puerto. Allí podría esconderme entre aquellos enormes sacos de azúcar, en uno de aquellos buques. Y aquel buque me llevaría a aquel país que era mítico para mí, que eran los Estados Unidos. Le decía a mi madre blanca: “Llévame, llévame por la mano”. Y ella me decía que no, que no podía. A veces yo me quedaba esperándola y ella no venía. Yo estaba totalmente alienado de mí mismo. Quería ser blanco, solo quería tener amigos blancos, quería cambiar de piel, quería cambiar de pelo, quería cambiarlo todo. Ese fue mi primer exilio, un exilio ontológico. Normalmente las personas saben lo que son, ellas son lo que son, no se plantean ese asunto. Pero yo no lo sabía, no quería ser lo que era y, por el hecho de no querer ser aquello que era, llegué a no saber ni quién era.

P. ¿Cómo es no saber lo que se es?

CM. Pues uno siente constantemente que le falta algo (la voz de Moore se vuelve inestable). No tengo la piel correcta, no tengo la nariz correcta, no tengo los labios correctos, no tengo el cuerpo correcto, no los tengo. Todo denota falta. Lo único que me salvó durante esa infancia fue mi inteligencia (la voz se restablece). Porque en la escuela yo podía abstenerme de estudiar, y, sin embargo, me daba bien en los exámenes, incluso mejor que los blanquitos que se pasaban el tiempo estudiando.

P. Y cuando usted se miraba al espejo, ¿qué veía?

CM. Me veía como alguien grotesco, siempre feo. Y además era bizco. Así que la gente siempre me decía: “Pichón, pichón, pichón...” Yo ni me miraba al espejo. Y como en mi casa no había ninguna foto mía, eso reforzaba mi idea de ser feo. Yo pensaba que era algo solo conmigo, no tenía aún esa percepción de que así se consideraba a todos los negros.

P. Su madre negra, concreta, parece haber sido una persona ambigua. Al mismo tiempo que ella le daba palizas constantemente y le alisaba el pelo, era ella quien se enfrentaba a los blancos y lo incentivaba a enfrentarse a ellos. ¿Cómo usted coexistía con esa ambigüedad?

CM. Ella fue la primera persona que me habló de la esclavitud. La única que me enseñó a resistir, la única que me dijo que tenía que enfrentarme a este mundo. Mi padre era todo lo contrario, buscaba solo la aprobación de los blancos. Y los blancos decían que yo era la vergüenza de mi padre. Pero de mi madre tenían miedo. Ellos temían que ella los afrontase, porque hacía escándalos con cualquiera. Los escándalos de mi madre, en aquella pequeña ciudad, eran mayúsculos. Pero yo sólo conseguía acercarme a ella los domingos, cuando ella lloraba porque estaba escuchando ópera en la radio. Se quedaba escuchando esa música, zurciendo la ropa y llorando. En aquellos momentos, ella me tocaba, era cariñosa conmigo.

“Mi madre me daba palizas y me alisaba el pelo, pero también me enseñó a resistir y a enfrentarme a los blancos”

P. ¿Hoy en día, como ve a esa madre?

CM. La veo con comprensión, porque fue una mujer violada por su padrastro a los 13 años. Mi hermano mayor es el hijo de esa violación. Mi madre llegó de Jamaica y, en pocos meses, ya había sido violada y se había quedado encinta. Estoy escribiendo otro libro, llamado “Las huellas del caos”, que habla de esas realidades históricas. En este libro, mis padres son los protagonistas. Por medio de ellos, voy a hablar de la vida de todos los demás. De esa pobreza inmensa, dramática. Del odio que enfrentaron en Cuba por ser negros inmigrantes de islas caribeñas, considerados bárbaros y primitivos. Poco antes de su muerte, hablé con mi madre en los Estados Unidos, en Nueva Jersey, donde ella estaba viviendo. Fue mi amigo, el escritor Alex, quien me dijo: “Tienes que saber lo que sucedió”. Así que fui a hablar con ella, y después con mi padre, que vivía en Brooklyn. Fue entonces cuando me enteré, por medio de ella, de que no era hijo de mi padre, sino de su mejor amigo, a quien mi padre le había confiado a su familia. Eso sucedió cuando mi padre tuvo que partir en busca de trabajo y pasó mucho tiempo sin volver. Ella, llena de hijos, pensó que él había muerto. Y cuando al fin mi padre regresó, ella estaba encinta de este amigo. El bebé era yo. Pero eso no lo supe si no a los 40 años. Después fui a hablar con mi padre. Él estaba sentado, tomando el sol. Ya estaba ciego. Él me dijo que mi madre nunca debería habérmelo contado, porque tenían un acuerdo sobre eso. Pero la nuestra era una ciudad pequeña, y me había pasado toda la vida peleándome con los otros niños porque le llamaban puta a mi madre y no sabía por qué. “Puta, puta, puta”. Y aquellos dos hombres casi se mataron a causa de aquel embarazo. Yo grabé toda la conversación con mi madre y con mi padre. Mi madre me contó las cosas horribles por las que había pasado. Toda el hambre que había pasado. Y los niños, llegando uno tras otro, porque no sabían cómo evitarlos. Ella estaba perpetuamente encinta. Entonces me di cuenta del horror que habían sido sus vidas. Eran vidas trágicas.

 P. Pero su padre, este que le creó, al contrario de su madre, lo aceptó por completo como hijo, ¿no?

CM. Fui su favorito. Todavía recuerdo el olor de aquellos tabacos que él fumaba, y hasta hoy me encantan los tabacos por eso, son lo único que fumo. Hasta me acuerdo del perfume que mi padre usaba, era un perfume que de vez en cuando le traían de los Estados Unidos. Cuando hablamos, le di las gracias por todo el amor que me había dado. Le dije lo mucho que lo amaba. Le dije: “Tú eres mi papá”. Y con eso el ciclo estaba cerrado.

2) La mujer negra: la más aplastada entre los aplastados

P. Por lo que se puede notar en su autobiografía, esa escisión entre la madre blanca buena y la madre negra mala impactó en la elección de sus parejas sexuales, ¿cómo fue eso?

CM. Eso es verdad, porque esa afectividad se transfirió a aquellas mujeres blancas que conocería en mi vida, que tenían aquel fenotipo que correspondía a esa visión de lo que para mí era la belleza. Todo lo que tenía que ser era bueno en la cama con ellas. No era una relación en el sentido de tener intimidad y explorar profundamente al otro. Era una performance sexual. Eran relaciones sexuales como de ficción. Cada encuentro con una mujer blanca era como en una novela. Eran mujeres que no sabían nada sobre las cuestiones raciales, solo querían un buen sexo, un negro en la cama que alimentase sus fantasmas sobre el macho negro. Y ellas, a su vez, alimentaban mis propios fantasmas. Y estos fantasmas estaban relacionados con esa otra visión, que podría incluso considerarse incestuosa, ya que esas mujeres correspondían a aquella mujer mítica creada en mi infancia. Que era buena conmigo, que me traía regalos. Yo veía el sexo como un gran regalo. La relación profunda solo comenzó a existir cuando pasé a conocer a mujeres negras, que tenían conciencia de su negritud, que estaban debatiéndose con el problema de la identidad y que me forzaron a debatirme con el problema de mi propia identidad como negro. Ahí fue donde comenzó el otro combate.

 P. ¿La historia de su madre le llevó a la historia de la mujer negra?

CM. Sí. Comencé a entender la historia de la mujer negra a partir de Maya Angelou y de las otras escritoras negras, amigas de ella, que luego alcanzarían la fama. En Nueva York, eran las mujeres con las que pasé a convivir, sin darme cuenta de la importancia literaria que tenían. Por eso, tengo una deuda con las mujeres negras que no tiene precio, porque me llevaron a comprender quién era yo. Y, por ello, tengo el deber de participar en esta lucha para que la mujer negra recupere la dignidad ante esta sociedad, una dignidad que le robaron brutalmente hace 400 años.

"El racismo ya ha determinado que las blancas son para casarse, las mulatas para fornicar y las negras para trabajar"

P. ¿Cuál es el papel de un hombre negro ante la indignidad sufrida por la mujer negra?

CM. La mujer negra experimenta una situación de profunda soledad. Ella es rechazada universalmente, es pisoteada. Para ser un negro consciente, un ser humano consciente, un hombre negro tiene que tener en cuenta ese aspecto. No puede seguir siendo un cómplice de ese aplastamiento histórico de la mujer negra. La mujer negra es el ser humano más aplastado de todas las categorías de personas marginadas del mundo. Y no se puede ignorar eso. Por eso, Obama hizo algo extraordinario al llevar a esa mujer negra, de piel negra, a la Casa Blanca, como su esposa, como madre de sus hijas, cuando en realidad, la sociedad no había programado eso. La sociedad había programado que alguien de ese nivel, con ese éxito, llevase automáticamente a una rubia a la Casa Blanca. Obama también rompió un tabú y se convirtió no solo en el primer presidente negro, sino también en el hombre negro que le devolvió a la mujer negra el sentido de la autoestima y del respeto que esa mujer debe tener, en primer lugar. El sistema racista ya hizo inviable la relación entre el hombre negro y la mujer negra desde los tiempos de la esclavitud. El racismo ya determinó que las blancas son para casarse, las mulatas para fornicar y las negras para trabajar. Hace cuatro siglos que esa es la ley. Así es que, cuando un hombre negro, consciente, como yo, entiende lo que todo eso significa, comienza a tener otra mirada hacia la mujer negra. Empieza a buscar el diálogo con esa mujer, en vez de pisotearla, en vez de reproducir toda la historia de aplastamiento. Es un diálogo muy difícil, porque, durante cuatro siglos, el hombre negro y la mujer negra no tuvieron una situación que permitiese ese diálogo. Para derribar el racismo es indispensable que el hombre negro y la mujer negra tengan esa conversación.

3) La Cuba de Fidel: un régimen que reprodujo el racismo

P. ¿Por qué decidió escribir esta autobiografía?

CM. En 1996 tuve una embolia pulmonar y estuve entre la vida y la muerte durante tres semanas en un hospital de Trinidad y Tobago, donde trabajaba como profesor universitario de relaciones internacionales. Pensé que, si muriese, todo aquello que necesitaba decir acerca de mi experiencia con la revolución cubana se perdería. La gente tiene una idea de que fue una revolución generosa, correcta con todo el mundo. Y fue la peor de las represiones contra los homosexuales, contra los negros. Así que pensé que, si yo sobreviviese, saldría de la universidad e iría a un lugar donde nadie me conociese como militante, para escribir este libro. Elegí Salvador de Bahía. Bahía, para mí, es como si fuese un país. La culinaria, la música, el candomblé... Quería un lugar donde pudiese vivir tranquilamente y terminar esta obra.

P. ¿Qué agujero se abre en su vida cuando usted descubre que la revolución cubana está reproduciendo el racismo?

CM. Fue un choque. Yo tenía una necesidad ontológica de que blancos y negros, juntos, pudiesen cambiar la sociedad. Cuando descubrí que estaban todos mintiendo, que estaban destruyendo las organizaciones negras, destruyendo las religiones africanas, designadas como santería, destruyendo todo lo que era negro, porque no querían convivir con esas diferencias, porque querían crear a un nuevo negro, a un negro sumiso, a un negro comunista, fue un gran choque. Lo que estaban proponiendo era un negro sin color, un cubano sin color. Pero yo quería mi identidad, yo no quería rebajarme a la categoría de un ser sin color. Había este discurso de que éramos todos cubanos, solo que el color cubano seguía siendo el blanco, ya que solo había un negro en posición de mando, entre todos, que era manipulado por Fidel, como yo ya me había dado cuenta en los Estados Unidos. Así que me dije: “no”. Pero fue un gran choque llegar a la conclusión de que estos dirigentes blancos no tenían la menor intención de convivir con gente como yo. No puedo ni describir lo que Fidel Castro significaba para mí. Él simbolizaba la revolución, y la revolución era para mí como una madre sustituta. Era aquella cosa de que podía entregarme y amar y ser amado por ella. Ser aceptado y amado por ella. Aceptado del modo como yo era. Y que ella nunca más iría a rechazarme. Y entonces me la encuentro y, de repente, me percato de que ella me rechaza, tal cual yo soy. Y es por eso que cometo esas imprudencias locas que voy a cometer, porque estoy convencido de que Fidel Castro no forma parte de eso. Yo estaba convencido de que Fidel estaba rodeado de los blancos racistas de siempre, que no eran la revolución. Cuando descubrí que Fidel era aquel que realmente estaba al frente de todo eso, ahí me rompí en pedazos... Todo eso me sucedió cuando no tenía ni 20 años.

"El racismo se ha reforzado en todos los espacios en la Cuba de hoy"

P. Usted hizo una confesión en la que negaba el racismo en Cuba, para escapar de un encarcelamiento más o de algo peor. ¿Cómo se siente con relación a eso?

CM. Muchas veces me he preguntado por qué no acepté que me fusilasen en vez de confesar lo que ellos querían que confesase. Muchas veces me he preguntado esto. Y no tengo ninguna respuesta, a no ser aquella que me forjé. Lo que aconteció es que llegó un momento en el que sabía que la muerte estaba allí y que, para evitarla, solo tenía que mentir. Y ese fue el momento en el que me dije a mí mismo: “Voy a mentir. Porque aquellos que me están pidiendo que mienta son mentirosos. Así que no estoy traicionando absolutamente nada”. Nunca dije el nombre de nadie, nunca impliqué a nadie. Me impliqué a mí mismo, diciendo: “Fui yo”. Asumí toda la responsabilidad. El régimen cubano puede enseñar ese documento en cualquier momento y solo mostrará que Carlos Moore dijo que lo hizo solo.

P. Usted volvió a Cuba hace algunos años para una visita, se reencontró con sus hermanos y conoció a su familia por parte del padre biológico. ¿Cómo ve la Cuba de hoy?

CM. La Cuba de hoy es mucho más compleja que la de cuando yo estaba denunciando el racismo en aquellos tiempos. El hecho de negar la existencia del racismo hizo que el este ocupase todos los espacios. Entonces el racismo se reforzó en Cuba. No se expresa de la misma manera como se expresaba antes de la revolución, mediante la segregación racial en los lugares públicos. Pero la segregación racial hoy es tan fuerte como aquí en Brasil. En el poder político, económico, en cosas tan simples como el contenido de la televisión. Es muy fuerte. La única gran diferencia que existe en la Cuba de hoy es que hay un número significativo de negros que pertenecen a una clase media que ha estudiado. Mis propios hermanos, por ejemplo, son todos profesionales. La razón de esto es que, para sobrevivir, el régimen tuvo que crear toda una clase de profesionales negros cubanos.

P. ¿Y ese no es un cambio importante?

CM. Sí que es un cambio importante, porque esa nueva clase de profesionales negros entrará en colisión violenta con la Cuba que ahora está surgiendo con Raúl Castro, que es esa Cuba capitalista, al estilo chino. Porque esa es una Cuba que excluye totalmente a los negros profesionales y no profesionales. Y ahí va a producirse una colisión, porque ahora hay una masa de negros que meditan sobre su situación. Y el régimen cubano va a tener que hacerle frente a un problema enorme. De la misma manera que Brasil, hoy, está afrontando un problema cada vez más fuerte, que es el refuerzo de esa clase media negra que es cada vez más consciente de su situación.

"Los pueblos ponen la revolución en movimiento, y en seguida aquellos que manipulan los aparatos de control la asesinan"

P. Y ¿cómo ve usted a Fidel Castro, ese hombre que acabó teniendo una gran importancia también en su vida?

CM. Fidel hizo algo muy importante para Cuba, la revolución fue importante. A pesar de todas las cosas que han sucedido, yo nunca habría preferido una Cuba sin revolución. La revolución era necesaria, en Cuba, y se convirtió en aquello en lo que se convirtió. La revolución murió, fue destruida, fue asesinada, pero el período durante el cual la revolución existió, como una esperanza que unió realmente a este pueblo, que les permitió a los negros soñar con una sociedad nueva y que les permitió a muchos blancos soñar con una sociedad en la que esas diferencias raciales y ese conflicto racial pudiesen superarse, ese fue un momento importante. Todas las reformas más estructurales que la Revolución hizo, como la de la salud y la de la educación, también fueron importantes. El hecho de que Fidel Castro fuese un dirigente que tuvo el coraje de desafiar a los Estados Unidos también fue importante. Ahora bien, esa militarización exigida por la resistencia contra los Estados Unidos convirtió a la sociedad cubana en una Esparta y destruyó todos los espacios de expresión civil, que no volverían nunca.

P. Usted hace una diferencia entre la revolución y el régimen. ¿Cuál es?

CM. La revolución es una esperanza colectiva. El ser humano está constantemente buscando ampliar los parámetros de la libertad de su existencia, y la revolución es ese momento. ¿Hubo una revolución rusa? Sí que la hubo. ¿Murió? Sí que murió. ¿Hubo una revolución china? Sí que la hubo. ¿Murió? Sí que murió. ¿Fue asesinada? Sí que fue asesinada. Los pueblos ponen la revolución en movimiento, y, en seguida, aquellos que manipulan los aparatos de control la asesinan. Así que es siempre ese vaivén. Ese conflicto, esa contradicción.

4) Encuentros con Malcolm X y Aimé Césaire, desencuentro con Sartre

P. Usted pasó por una experiencia muy particular, la de vivir en un mundo polarizado, que era el mundo de la Guerra Fría, y ser sospechoso a ambos lados, perseguido por ambos lados, sin lugar en ninguno de ellos. ¿Cómo es esa experiencia de encarnar un no lugar, en el sentido más profundo?

CM. Hubo personas que me acusaron de ser un agente del imperialismo, por un lado, y otras que me acusaron de ser un agente del comunismo, por el otro lado. Al mismo tiempo. Me sentí víctima de una injusticia total. Hasta el punto de que no podía resistir más. Uno no consigue probar nada. Cuanto más intenta probar algo, más le dicen que está camuflando la verdad. Me di cuenta de que, para aquellos que se dicen de izquierda, o para aquellos que se dicen de derecha, no importa para nada la verdad. Para ellos, la verdad es algo relativo. Uno tiene un adversario, entonces lo elimina de la forma más eficaz. Y esa manera más eficaz es mediante calumnias. Pero esas mentiras destruyen al ser humano que es el blanco de esos ataques. Hubo momentos en los que sentí que no podría aguantar más. Recuerdo al menos tres momentos en los que contemplé seriamente la posibilidad de quitarme la vida.

P. ¿Podría describir uno de esos momentos?

CM. La última vez que me encontré en esa situación, le hablé francamente a mi pareja actual, Ayeola. Me senté con ella en un jardín, en Guadalupe, y le dije: “No puedo continuar más, y no consigo ni siquiera explicarte el dolor que estoy sintiendo”. Ella me miró y dijo: “Está bien. Entonces hazlo. Lo entenderé. Si estás sintiendo tanto dolor hasta el punto de querer abolir tu existencia, debes hacerlo”. Esa fue la cosa más maravillosa que alguien podría haber hecho por mí. Me sentí libre, liberado, realmente libre. Y esa autorización, de la mujer que me amaba, hizo que algo se rompiese a partir de ahí. Y empecé a vivir tranquilo, sabiendo que, en cualquier momento, podría quitarme la vida. Fueron pasando los meses, los años... Y eso me ayudó a afrontar esa situación de cerco permanente.

P. En el lanzamiento de su libro, en una librería de São Paulo, usted dijo que la persona que más le marcó fue Aimé Césaire. ¿Por qué?

CM. Porque era un hombre con una calma extraordinaria en medio de todos los conflictos. Pertenecía al Partido Comunista y salió por una cuestión ética, la invasión de Hungría, y pasaron a atacarlo violentamente. Y lo atacaron también los de la derecha, porque estaba siempre predicando una especie de socialismo de la negritud, para Martinica y para otros países negros. Me impresionó mucho su discurso sobre la cuestión colonial, especialmente aquella parte fantástica que me abrió ventanas, cuando dijo: “¿Por qué están condenando a Hitler? Eso es mentira. ¿Cómo pueden condenar a Hitler, cuando ustedes hicieron la trata de esclavos, cuando ustedes colonizaron toda África? Trabajos forzados, genocidios... Ustedes no pueden decir nada contra Hitler. Hitler son ustedes”. ¡Y también dijo: “Lo único que pueden decir sobre Hitler es que les dolió que matase a blancos! ¡Ah... eso sí que pueden decirlo! Pero no confiesan que para ustedes el único delito que Hitler cometió fue haberles aplicado a blancos, durante un corto período de tiempo, aquellos métodos que ustedes les reservaban hasta entonces a los negros, desde hacía siglos”. Esa argumentación me impresionó muchísimo. Produjo una explosión en mi cabeza.

"Para aquellos que se dicen de derecha o de izquierda, no importa la verdad. Si tienen un adversario, lo eliminan de la forma más eficaz: mediante calumnias"

P. ¿Y cómo fue su “no encuentro” con Sartre?

CM. Cuando llego a París, busco a Aimé Césaire y finalmente nos reunimos, y él me escucha acerca de lo que está sucediendo en Cuba. Y, al final, afirma: “No me quiero creer todo lo que me has dicho, no me lo quiero creer. Pero me lo creo”. Entonces me dijo que necesitaba ver a varias personas, entre ellas a Sartre. Un joven escritor, amigo íntimo de Sartre, organizó ese encuentro, en un café. Yo veía a Sartre allí, con sus amigos, mientras aquel amigo en común fue a decirle que yo estaba allí y que quería hablar con él. De inmediato, Sartre empezó a gesticular y a decir que no con la cabeza. El amigo volvió, entonces, y me explicó: “Sartre dijo que no te va a recibir, porque no habla con agentes del imperialismo”. Imagínense que Simone de Beauvoir y Sartre son gente a la que amo, son personas que liberaron mentes. Sartre fue aquel que abrazó la negritud, que escribió un texto hermosísimo que se llama “Orfeo Negro”, donde les explica a los intelectuales blancos, de izquierda y liberales, lo que es la negritud. Dijo cosas luminosas. Ese Sartre era fundamental en mi vida. Así que, para mí, fue una traición. Como si alguien me apuñalase. Él tuvo una reacción de conquistador, de no querer escucharme. Eso fue muy duro para mí. Sin embargo, eso no cambió que él siguiese siendo fundamental en mi vida, en mi desarrollo como ser humano. Así como Simone de Beauvoir. Siento mucho amor por esos dos... mucho amor.

P. ¿Cuál fue su experiencia con Malcolm X?

CM. Cuando lo conocí, como líder en los Estados Unidos, no era su amigo. La amistad llegó en aquellos momentos dramáticos en los que él estaba caminando hacia la muerte. En aquel entonces, él estaba obsesionado con poder apoyar rápidamente la insurrección en el Congo. Yo tenía poco más de 20 años y pensé que lo menos que podía hacer era darle todo mi apoyo a Malcolm para que él pudiese reunir a voluntarios. Entonces pasé a ayudar a reclutar a esas personas. Durante el período que pasó en Francia me ocupé de su seguridad, durmiendo inclusive en su suite en el hotel. Es decir, él dormía y yo me quedaba despierto. Después de que él despertase, yo dormía durante algunas horas. Él se hacía cargo de sus asuntos y después buscábamos un lugar para que él desayunase, porque tenía miedo de que lo envenenasen en el hotel. Eran los últimos momentos de Malcolm, y él lo sabía. Me dijo que solo tenía horas o días, que estaba yendo hacia la muerte. Me decía constantemente: “Tienes que prestar atención a lo que te estoy diciendo, porque es la última vez que voy a poder hablar así”. Entonces él empezó a hablarme de todo: de la mujer, de la vida, de la revolución, de cómo organizar los grupos en la clandestinidad... Era un hombre muy generoso. No era una persona efusiva, no era una persona de abrazos, era un hombre muy contenido. Todo se concentraba en sus ojos, en el modo de sonreír. Y tenía una gran paciencia. Yo podía hablar durante media hora y él no me interrumpía nunca. Se quedaba allí, atento a todo lo que yo o alguna otra persona estaba diciendo. La gente tiene una visión de Malcolm solo como aquel gran agitador y todo lo demás, pero Malcolm era un hombre muy tranquilo, muy generoso, muy cariñoso...

P. ¿Y cómo recibió la noticia de su asesinato?

CM. Cuando me enteré de su muerte hacía frío en París y salí a caminar durante horas. Aquel fue uno de los momentos más difíciles para mí. Tenía 22 años. Cuando asesinaron a Patrice Lumumba, yo solo quería venganza. Amé a Lumumba sin haberlo visto jamás, lo amaba por las cosas que decía. Había una fragilidad en Lumumba. Era un hombre delgado, alto, pero cuando decía que crearía una nación en la que se respetase a los negros y a la que todos los negros, de cualquier parte del mundo, podrían ir, es decir, el Congo, fue una revelación para mí, a los 18 años. Sin embargo, con Malcolm el sentimiento fue de impotencia total, porque yo había convivido con él y lo amaba. Me acuerdo de un momento en el que le estaba presentando a reclutas para el Congo y una de las jóvenes, que prestaría ayuda como enfermera, le interrumpió. Me enojé: “No interrumpa al brother Malcolm. “Malcolm paró, me miró, metió la mano en el bolsillo, sacó una moneda de un dólar y dijo: “Brother Carlos, ¿qué hay al otro lado de esta moneda?” Le dije que no lo sabía. Y Malcolm me respondió: “Entonces, nunca más interrumpas a una mujer, porque la mujer siempre ve la otra cara de la moneda”. Nunca me olvidé eso.

5) Brasil, la mayoría negra y la creciente tensión racial

P. Usted ha investigado el racismo en varios países, en cuatro continentes. ¿Qué es el racismo, desde su punto de vista?

CM. El racismo no es una simple tejedura de prejuicios aberrantes, ni una confabulación ideológica desechable. Tampoco es una realidad oportunista surgida hace poco, y mucho menos una “enfermedad”. Se trata de una estructura de origen histórico, quedesempeña funciones beneficiosas para un grupo, que por medio él construye y mantiene el poder hegemónico sobre el resto de la sociedad. Ese grupo usa el racismo como instrumento a través de las instituciones y organiza, por medio del imaginario social, una tela de prácticas de exclusión. De ese modo, preserva y amplía los privilegios sociales, el poder político y la supremacía total adquiridos históricamente y transmitidos de generación en generación. En una sociedad ya multirracial y mestiza, serviría para preservar el monopolio de los recursos para el segmento racial dominante. Sería un sistema total que se articula desde el principio mediante tres instancias operativas entrelazadas, pero distintas: 1) las estructuras políticas, económicas y jurídicas de mando de la sociedad; 2) el imaginario social total, que controla el orden simbólico; y 3) los códigos de comportamiento que rigen la vida interpersonal de los individuos que forman parte de esta comunidad. Por lo tanto, no se puede atacar el racismo en una sola dimensión, porque nada va a cambiar. Hoy en día, el racismo ha alcanzado tal grado de sofisticación que se niega a sí mismo y finge que no existe. Negar la existencia del racismo, transformarlo en un tabú social, tratarlo como una “aberración” o reducirlo a la “discriminación” y al “prejuicio” es la mejor manera de encubrirlo y protegerlo en cuanto estructura sistémica. Por eso, siempre que el ser humano lo niega o lo simplifica, está automáticamente en “complicidad sistémica” con él.

P. Y ¿cómo ve usted el racismo en el Brasil actual?

CM. Los blancos y los negros están librando aquí una batalla terrible. Y los blancos ni siquiera saben que están enfrascados en esa lucha. Algunos lo saben y fingen que la lucha no existe. Pero solo una minoría, muy pequeña, es consciente de esa lucha y sabe que es una lucha. La mayoría no quiere ni saber de ella.

“En Brasil, el racismo es la leche que amamanta al negro todos los días”

P. ¿Hay alguna peculiaridad en el racismo de Brasil?

CM. No estoy buscando ningún lugar idílico, eso no existe para mí. Lo que estoy diciendo en mi libro Racismo y sociedad es que tenemos que pensar el racismo a partir de los modelos. El racismo aquí en Brasil corresponde a un modelo específico, y ese modelo vino de la Península Ibérica. Es el modelo de una esclavitud ya naturalizada, donde los negros crecen dentro de la esclavitud, los negros se saben esclavos. Donde hay un sistema clientelista, donde hay una serie de gradaciones de colores. Esta es una esclavitud que tiene mil años de osificación. En ella, el subalterno dentro del sistema acepta su actividad, ve eso como normal. En este modelo, el racismo es la leche que amamanta al negro todos los días.

P. ¿Un racismo naturalizado?

CM. Sí. Por eso, todo el mundo quería esa limpieza del vientre, de la barriga. Las mujeres negras buscaban constantemente que sus hijos saliesen de la esclavitud. ¿Y cuál era la única salida? Era que fuesen mulatos. Una situación de transacción sexual entre el hombre blanco y la mujer negra. Porque aquí, cuando uno habla de mestizaje, habla de una forma general, habla sin decir que aquel que está mestizando es el hombre blanco. No es el hombre negro el que está mestizando a la raza blanca, sino el hombre blanco el que está mestizando a la raza negra. Cuando llegan los españoles y los portugueses es lo primero que hacen con las nativas y con las africanas. La mujer blanca viene después, con el sistema ya estabilizado. Así que este es un modelo mucho más difícil, porque todo se naturaliza, todo está normado. En ese contexto, las cosas fluyen, la sangre está fluyendo dentro del sistema de una manera normal.

“La penetración de los negros en las universidades, mediante las cuotas raciales, fue vivida por la sociedad blanca como una violación”

P. Parece que algo fuerte está sucediendo en Brasil en este momento, en lo que se refiere al racismo, aunque muchos blancos no lo vean o no lo quieran ver. ¿En qué medida esto está relacionado con la primera generación de negros que llegó a la universidad mediante las cuotas raciales?

CM. Esa relación es real. Por eso hay tanto pánico. Yo llegué aquí en un momento en el que el pánico comenzaba a desencadenarse. El movimiento negro hizo un trabajo colosal en este país. Y llegó a interferir en los partidos. Luego, cuando vi a esos jóvenes negros entrar en la universidad y llevar con ellos el candomblé, las favelas, los quilombos... La universidad entró en estado de choque. Ellos eran un cuerpo extraño que había entrado allí, y me di cuenta de eso. Ellos no eran vistos como estudiantes, sino como soldados de un ejército extranjero. Eran vistos como invasores de la universidad. Me percaté de que ese espacio sacrosanto, blanco, se había desacralizado. Ante eso, comenzó una reacción tan fuerte, contraria, que continuó aumentando hasta nuestros días. Volviéndose más compleja, convirtiéndose en todo tipo de oposición, con una máscara política. Por primera vez los blancos en este país oyeron decir que los negros eran mayoritarios. La población blanca parece vivir eso como una violación. La raza negra es un falo y la sociedad blanca es una enorme vagina. Hay una tensión constante. Esa penetración en las universidades se vio, simbólicamente, como algo muy, muy, muy profundo. Por eso, inmediatamente, la repulsa fue general, dentro de la sociedad blanca. Con las cuotas raciales y las demás acciones afirmativas se despertaron fuerzas que nadie conocía. Me di cuenta de que había un potencial real de cambio que actuaba dentro de la sociedad. En este punto es donde empecé a ver, a sentir, que este país tenía la posibilidad de cambiar esta situación. Las máscaras han empezado a caer. Y Brasil es un país de máscaras, tantas máscaras...

P. ¿Es importante que las máscaras caigan?

CM. Es importantísimo. La sociedad estadounidense, por ejemplo, tiene esa posibilidad tan grande de discutir y de avanzar en esta cuestión tan difícil, que es la cuestión racial, porque las máscaras allí se arrancan con mayor facilidad. Ya son varias generaciones discutiendo abiertamente la cuestión racial. Aquí, no. Allí, cuando se mata a ocho, a nueve negros en una iglesia, se dice claramente que los mataron por ser negros. Punto final. Aquí, si queman a un indio, lo quemaron por alguna otra razón. Matan al negro y es lo mismo. Pero las máscaras están comenzando a caer.

“Al romper el mito de la democracia racial, el movimiento negro rompió la ideología sobre la que se sostiene este país”

P. ¿El mito de la democracia racial es una máscara que cae?

CM. Al romper el mito de la democracia racial, el movimiento negro rompió la ideología sobre la que se sostiene este país. Este país siempre se presentó ante el mundo entero como el único país en el que todo va bien entre blancos y negros. Y mismo los negros fuera de este país se lo creían. Todo el mundo hablaba de Brasil como un milagro, hasta que los negros de aquí, en décadas de combate, al fin rompieron el mito de la democracia racial. Que este mito vuelva ya es imposible. Tendrán que inventar algo nuevo.

6) Los blancos y la negociación del poder

P. ¿Qué pasará después de que las máscaras hayan terminado de caer?

CM. No sé lo que va a venir... Porque esos son los momentos en los que puede suceder lo mejor o lo peor.

P. ¿Y qué sería lo mejor y qué sería lo peor?

CM. Lo mejor sería una discusión, dentro de este país, en la que se debata claramente cuáles son los problemas. En la que cada uno diga lo que tiene dentro. En la que cada uno diga lo que tiene que proponer. En la que cada uno diga cuál es su relación con este país. La cuestión racial se sobrepone a todas las demás consideraciones: de sexo, de género, de nacionalidad, de religión... Estamos llegando a un momento en el que se están diciendo estas cosas. Algunas personas ya se dan cuenta de que este es un país en el que la mayoría es negra y eso funda un pánico existencial enorme, dentro de esa parte de la población blanca, en la que la mística de la cuestión racial está enraizada, como en Sudáfrica. Vi esa misma reacción en Sudáfrica, cuando se empezó a hablar de la transferencia de poder. La minoría blanca nunca había oído hablar de sí misma como una minoría, ni se había visto a sí misma como una minoría. En el Brasil de los últimos 15 años, la conciencia de que los blancos son una minoría, en un país que es en su mayoría negro, está creciendo. Surge entonces un pánico existencial, que está delineado por una consideración racial.

“El descubrimiento de que los negros son mayoría en Brasil generó un pánico existencial en la parte blanca de la sociedad”

P. ¿Usted cree que hay en Brasil un Apartheid, con la diferencia de que no está en la ley?

CM. Aquí el Apartheid no es jurídico. Pero está en todas partes, en todos los lugares de poder y de decisión. Solo no consta en las leyes porque, dentro del modelo ibérico, el Apartheid se basa en un consentimiento social. Los negros saben dónde están los espacios de los blancos. Los blancos, a su vez, saben dónde están los espacios de los negros. Cada cual, negro y blanco, sabe dónde están los límites más allá de los cuales el negro no debe ir. Todo el mundo sabe cuál es su lugar, y el lugar del blanco es siempre hegemónico. Pero, ahora, por primera vez en la historia de este país, ha llegado el momento de cuestionar eso.

“En los próximos 15 años, la mayoría negra tendrá que estar reflejada en todas las instancias de poder”

P. Usted dijo que lo mejor que podría suceder sería una discusión abierta, donde a las cosas se las llamase por su nombre. ¿Y qué es lo peor que podría suceder?

CM. Lo peor sería lo que sucedió en Alemania. El racismo es fascismo. El racismo es nazismo. Solo que estamos acostumbrados a pensar en el nazismo como campos de exterminio. Pero el nazismo no se restringe a los campos de exterminio, este es solo su momento extremo. El exterminio simbólico y físico, sin los campos, está sucediendo todos los días. Y se acepta ese nazismo cotidiano, el nazismo de todos los días. Porque la sociedad blanca dominante lo está viendo como una respuesta a la “agresión” de los negros, que están llegando cada vez más cerca de aquello que no deben tener, que es el poder. Ya existe la idea, dentro de la nación, de que tarde o temprano los blancos tendrán que negociar aquí el poder político y económico, tal como lo negociaron en Sudáfrica. Tarde o temprano eso va a suceder. En los próximos 15 años, seguro, la mayoría negra tendrá que estar reflejada en todas las instancias del poder político. Nunca el blanco de este país pensó en términos de negociación racial. ¿Con quién iría a negociar? ¿Y por qué? Ahora, por primera vez, esa idea está entrando, simbólicamente, en las cabezas, porque existe una contestación negra. A veces aflora como una protesta por algo que está sucediendo en la televisión, en la que los negros dicen: “No queremos eso”. Y en la que los blancos dicen: “¿Qué derecho tienen ellos a decir lo que quieren o no quieren? Es solo televisión...” Pero los negros dicen que no quieren ese tipo de ocio. Y entonces los blancos dicen que es fascismo de los negros. Esto demuestra que hay un momento de confrontación obvio. Visual. Los extranjeros ven eso con más facilidad que los brasileños. Llegan aquí y ven que la tensión es cada vez mayor. El Brasil de hoy ya no es el Brasil de hace 15 años.

P. Usted dice que no le gusta el concepto de tolerancia. ¿Por qué?

CM. La palabra tolerancia transmite rechazo. Y transmite imposición de todo un modo que determina aquel que dice tolerar. Voy a tolerar, pero el modo bueno es el mío. Para mí, lo importante es el comercio con el diferente. Esa espiritualidad, que no tiene nada que ver con la religión, que es sentir la conexión con todos los demás que no conozco. Quiero conocer y tener una relación con el diferente, como diferente. Quiero poder formar parte de su mundo también. En la medida en que pueda. Y quererlo también en mi mundo. En la medida en que él también pueda. Es muy arrogante decir eso de tolerar. Cuando alguien dice, aquí en Brasil, que tolera a los negros, que no tiene nada contra los negros, uno ya sabe que quien está hablando es racista. Y ha llegado el momento de rasgar esas máscaras. Diga usted, entonces, francamente, que no le gustan los negros, que cree que son sucios, que huelen mal, que son peligrosos, que hay que cortarlos y castrarlos, también intelectualmente. Los negros son una amenaza para el mundo occidental, especialmente para Brasil. Y Brasil se elige a sí mismo como parte del mundo occidental. Los blancos de este país se consideran representantes tropicales del mundo occidental. Así que sus reacciones son las reacciones del mundo occidental. Y el mundo occidental se considera hoy invadido por los negros y por los árabes. En la Alemania nazi, se convirtió a los judíos en negros. Y, cada vez que conviertes a un grupo blanco en negro, tienes que subir el espacio del grupo blanco a otro nivel, por eso Hitler cambió a ario. Ahora están convirtiendo a los árabes en negros, entonces tienen que cambiar la dimensión blanca a otra dimensión, la suprablanca. Porque los árabes son blancos en sus países. Y los blancos aquí en Brasil consideran que están siendo invadidos por los negros.

P. ¿Cómo está produciéndose ese proceso de “más blanco” en Brasil?

CM. Ahora está habiendo un problema aquí en Brasil. En la medida en que los negros que tienen la piel clara comienzan a decir que son negros, ya empiezan a acercarse demasiado. Así que los blancos tienen que cambiar de categoría. Tomemos (la cantante) Fabiana Cozza (una de las amigas que hospedaron a Moore en São Paulo), por ejemplo, que insiste en que la reconozcan como negra, y quiere hacer valer su negritud. Al adoptar esta actitud, está subvirtiendo el sistema. Y esto está sucediendo cada vez más. Solo que este sistema se creó exactamente para lo contrario. Para que cada vez que un negro tuviese la piel más clara, reforzase el sistema de la blancura en este país. Ahora estamos viendo un desplazamiento de la categoría ‘blanco’, o sea, de la blancura, a un nivel superior de barbarie. Eso es lo que estamos viendo en estos momentos: un desplazamiento de la blancura en este país. Porque el negro está llegando demasiado cerca. El esquema raciológico brasileño está rompiéndose y creando una profunda angustia dentro de esa sociedad blanca. Esta angustia está expresándose de muchas formas.

“Los blancos van a tener que negociar el poder en Brasil, como sucedió en Sudáfrica. Ya no hay como ‘blanquear’ más el país”

P. ¿Cuál debe ser el papel de un blanco en el Brasil de hoy, en lo que se refiere al racismo?

CM. Brasil es un lugar muy particular, en lo que se refiere a las relaciones raciales. Particular no por las razones que los blancos argumentan, diciendo que las cosas suceden de una manera diferente al resto del mundo. No. Aquí, las cosas suceden como lo hacen en todas las demás partes del mundo. La opresión del negro es brutal, es severa, es terrible. Aquí se ha confinado al negro a los peores lugares, en el imaginario, en el espacio físico, en todos los espacios. Pero Brasil ocupa un lugar muy particular en el sentido de que este es el lugar donde los negros son la mayoría. Y eso quiere decir que los blancos no van a cambiar de país. Los blancos de Sudáfrica no cambiaron de país. Tuvieron que pactar. Y los blancos de Brasil tendrán que pactar con la mayoría negra de aquí. Porque es una mayoría negra que constituye cada vez más una mayoría. Y este proceso ya no se puede revertir, porque ya no hay la posibilidad de una inmigración blanca a este país. Se acabó cualquier posibilidad de una inmigración europea hacia aquí. Así que los blancos y los negros están aquí en una competición demográfica, y los blancos ya la han perdido. Los negros han vuelto a ser mayoría en este país. Como eran mayoría al fin de la esclavitud. Después de la abolición, los blancos manejaron esa realidad mediante la importación de millones de europeos. Les daban todas las ventajas y privilegios a esos europeos, para que se asentasen aquí y, al mismo tiempo, expulsasen a los negros de todas las áreas de la vida civil, esperando que se extinguiesen. Porque el plan era ese, era eugénico. Y los blancos pobres iban mestizando a las mujeres negras, para llegar a una población de piel clara, que pudiese ser considerada como blanca, para reconstituir la mayoría blanca en el país. Ahora bien, esa mayoría negra, que va a constituir cada vez más una mayoría, es cada vez más consciente de su negritud, de sus derechos, y consciente del hecho de que tiene que gobernar este país. Tarde o temprano, habrá que negociar.

P. ¿Y sobre qué bases se producirá esa negociación?

CM. Es una negociación en torno a qué tipo de país queremos. Es una conversación profunda. No se trata simplemente de aquella conversación sobre el capitalismo. Hay que salir de una conversación sobre el capitalismo, el socialismo, que era aquella polarización que teníamos hasta ahora y que se basaba en el “queremos el comunismo o queremos el capitalismo”. Ahora no. La conversación es sobre qué tipo de país queremos. Ahora es cuando esa conversación ha comenzado de verdad en Brasil. Qué tipo de país nos va a permitir vivir de una manera correcta, aquí, con todos los recursos naturales que tenemos. Creo que este es un país que reúne muchas condiciones para que se llegue a un diálogo. Y solo se llega a ese diálogo por medio de una confrontación en la que las máscaras caigan y los negros expresen lo que ellos desean que este país sea.

“Para una parte de los blancos, descubrirse como opresores es un gran problema. Esos blancos éticos serán una reserva moral importante”

P. ¿Y cuál sería el papel ético de un blanco en este momento?

CM. Esta situación ya está teniendo un impacto en las conciencias de algunos blancos, que están comenzando a darse cuenta de que este mundo en el que están viviendo no es aquel mundo en el que pensaban que vivían. Están viviendo, de hecho, en un mundo que es un horror para la mayoría de la población. Así que, en estas circunstancias, tendrá que haber una convergencia entre dos tipos de conciencias: una conciencia surgida de las exigencias éticas, de una parte de la población blanca, que se encuentra en contradicción consigo misma, en lo individual, y otra conciencia de la parte restante que no tiene esa exigencia ética. Tener una visión de sí mismo forma parte del ser humano. Cuando ciertos blancos descubren que forman parte de un bando de opresores, para ellos es un gran problema. Pero, para muchos, eso no va a tener ninguna importancia, porque los privilegios son tan grandes que no constituye un problema. He visto este problema hacerse cada vez mayor para los blancos de este país que se encuentran en contradicción ética consigo mismos. Así que creo que esta situación va a crecer. Si yo no hubiera visto este proceso ocurrir en otros lugares, no podía manifestarme con la confianza con la que me estoy manifestando ahora. No voy a decir que los blancos van a cambiar, digo que ciertos blancos van a cambiar. Y que ellos constituirán una reserva moral importante en este país.

7) Las dos Áfricas: la mítica y la real

P. Hay esa dimensión mítica de África como origen. Pero, cuando se trata de África, son varias Áfricas. ¿Cuál fue su encuentro —o su enfrentamiento— al andar por tantas de ellas?

CM. Cuando salgo de Cuba, voy a Egipto, pero ahí no encuentro África, encuentro el mundo árabe. Vivo un año en Egipto, dentro del mundo árabe. Llego al África real cuando voy a Nigeria por primera vez. Y allá me encuentro con un África terrible. Un África de dirigentes completamente cínicos, corruptos, mercenarios, asesinos. Es un choque muy grande. Porque hasta entonces mi lógica era la del enfrentamiento con el mundo blanco. Y allá era el enfrentamiento con el mundo blanco, aún, pero a través de aquella cosa de (Frantz) Fanon: “Piel negra, máscaras blancas”. Aquellas clases dirigentes totalmente occidentalizadas estaban oprimiendo al pueblo. Resolví este conflicto uniéndome al África de la resistencia. Si yo no hubiese abrazado de inmediato la causa popular en África, me habría sentido totalmente destruido. Me habría convertido en un cínico total.

“Inventamos un África mítica para resistir durante 400 años en un sistema que decía que no éramos humanos”

P. ¿Qué papel ocupó esa África mítica en la resistencia de los negros a lo largo de la historia?

CM. Tuvimos que inventar un África mítica para resistir durante 400 años. No fue fácil atravesar 400 años sin ninguna referencia positiva acerca de ti, de la raza negra. Tuvimos que inventar un África que sirviese como apoyo moral y espiritual. Un África que nos dijese, que nos informase constantemente de que éramos seres humanos, viviendo 400 años en un sistema que nos decía que no éramos humanos. En el que el blanco era el único que constituía una referencia de lo que es humano, de lo que es bello, de lo que es bueno, de lo que es justo, de lo que es limpio, y uno... apenas suciedad. ¿Quién resiste a eso? Así que tuvimos que inventar un África que mantuvimos en secreto, como las religiones. Las religiones también tuvieron ese papel de darnos esas referencias, de que no éramos suciedad... basura.

P. ¿Y el África real?

CM. Hoy en día, necesitamos decir: “Aún necesitamos ese mundo mítico. Pero ahora, tenemos que mirar hacia el mundo real. El África de hoy es esta. Donde a los pueblos los están masacrando esos canallas. Millonarios, mercenarios y totalmente vendidos al extranjero. Y las guerras civiles son por eso”. Así que había que hacer las dos cosas: abrazar el África mítica para desmitificar esa África cruel. Tener fuerzas para llegar hasta aquí, para luego tener fuerzas para afrontar la realidad de hoy. Hoy me siento muy cómodo. Voy a África con frecuencia, pero sé cuál es mi lugar. No voy allá a confraternizar con las élites africanas. Las élites africanas son élites enemigas. Voy allá para hacer algo muy preciso. Sé dónde está mi línea de demarcación.

8) Conclusiones del exilio: donde lo humano es real

P. Cuando leemos su autobiografía, parece que son tantas vidas en una sola. En las últimas páginas del libro, usted escribe: “Fue una historia casi inverosímil”. Y los acontecimientos y las personas involucradas son tantos que podemos llegar a tener esa impresión. ¿Por qué los lectores deben creer la historia que usted cuenta?

CM. No, ellos no deben creerla. En primer lugar, no trato de convencer a nadie. El libro fue escrito simplemente porque alguien me llevó a escribirlo, alguien me dijo: “Tienes que contar eso que sucedió”. Y comencé a contar lo que sucedió. Eso fue lo que pasó. Y si el Gobierno Cubano tiene pruebas de que eso no haya sucedido, que las presente. Y si otras personas tienen pruebas de que eso no haya sucedido, que las presenten también. Pero, que yo sepa, esa fue la experiencia que tuve. Eso fue lo que le pasó a mi madre, a mi padre, el modo como crecí, el modo como me rebelé, la forma en que me fui a los Estados Unidos y la manera en que un día una mujer llegó y me cambió toda la vida. Y así como fue lo cuento... lo estoy contando. Yo podría haber cambiado mi historia muchas veces. El régimen cubano me dio muchas posibilidades de entrar. Mi hermano se fue a la Unión Soviética, se graduó ingeniero, regresó a Cuba y entró en el Partido Comunista. Todos mis hermanos y hermanas están dentro del sistema. Pero yo opté por una vida de resistencia, porque era lo que sentía. Y eso dio en lo que dio.

P. Y cuando usted mira hacia esa vida tan inmensa, ¿qué ve?

CM. Yo no cambiaría mi vida. Cuando uno está sintiendo la presión y el dolor, quiere que esa presión y ese dolor cesen. Pero las oportunidades que yo tenía de hacerlos cesar no eran dignas. Así que me negué a tomar esas vías. Pero tuve mil oportunidades de ser un chivato, de satisfacer a la Inteligencia Francesa, que me estaba interrogando continuamente. Me expulsaron de varios países, pero podría haberme acomodado. Podría haber cambiado el desenlace de mi historia muchísimas veces. Pero uno no está haciendo una historia. Está viviendo una vida.

“Uno no está haciendo una historia. Está viviendo una vida”

P. ¿Y cuál es la diferencia?

CM. La vida es todos los días y es una vida de opciones. Ahora mismo tengo opciones ante mí. Por ejemplo, podría callarme aquí en Brasil. Lo más prudente sería callarme aquí en Brasil. Porque pueden echarme de Brasil en 24 horas. Denuncio el racismo aquí desde hace 15 años y ciertos hasta podrían acusarme de interferir en la vida doméstica del país. Es una opción. Podría optar por no hacer eso. Sencillamente, por vivir tranquilo en Brasil. En ningún momento la policía vino a mi casa a decirme qué hacer o qué no hacer. En ningún momento el Gobierno Brasileño interfirió en la vida de mi familia. Entonces, ¿por qué voy a denunciar, meterme en una situación en la que pongo mi propia paz en riesgo? Porque mi opción es mantenerme fiel a esta vida que tengo hasta ahora. Porque es la única cosa que me da paz. Si hago cualquier otra cosa, no me quedo en paz.

“No me defino por nacionalidades. Mi lugar es el de vivir de acuerdo con mi época”

P. ¿Usted se siente exiliado, hoy?

CM. Me sentiré exiliado siempre. El exilio ya ha dejado de ser para mí algo burocrático. Algunas personas cubanas dicen: “Él no es un exiliado porque puede volver a Cuba”. Vuelvo a Cuba condicionalmente. Ellos me dicen que no puedo vivir allá, residir allá. Pero esa es una cuestión burocrática. Y mañana ellos pueden cambiarla también. Pero no va a cambiar la manera como me siento. Formo parte de una tribu de humanos que no se sienten bien con ninguno de estos sistemas. Que están incómodos con este tipo de mundo en el que estamos viviendo. No me conformo con este Brasil que estoy viendo. Y si mañana salgo de Brasil y me voy a Trinidad y Tobago, me voy a Senegal, me voy a Sudáfrica, también me sentiré incómodo con la situación de esos países. Me sentiré incómodo en Uganda, como me sentiré incómodo en cualquiera de esos lugares. Así que pienso que mi verdadero lugar es vivir conforme a mi época. Y mi época es la de afirmar ciertas cosas que deberían ser evidentes, pero que no lo son tanto. Afirmar que hay posibilidades de que la sociedad pueda funcionar de otro modo. Mi época es la de decir “no”. La de resistir.

P. Usted afirmó que lo más importante es vivir de acuerdo con su época. ¿Qué significa eso hoy en día?

CM. Mi esperanza se funda en lo posible. Creo que es posible que el hombre y la mujer lleguen a entender que la opresión que el hombre ha creado es totalmente contraproducente. No creo que el masculinismo, el machismo y el sexismo sean situaciones que no puedan extirparse de nuestra experiencia humana. Creo que es posible que negros y blancos puedan verse de otra manera. Creo que es posible parar las guerras, esas guerras sin sentido. No estoy diciendo que tenga una solución, eso sería diferente. Pero creo que es posible sobreponerse a todos los conflictos, que son conflictos religiosos, en torno a cosas que nosotros creamos, porque los dioses fueron creados por nosotros, totalmente creados por nosotros. No es el momento de afiliarme a una facción o a otra facción. Mi momento es el momento de las posibilidades.

P. Usted dijo que, en su infancia, no sabía quién era. Hoy en día, ¿lo sabe?

CM. Sí, lo sé perfectamente.

P. ¿Y quién es usted?

CM. Soy un negro, que nació en Cuba, pero que superó su cubanidad. Cuba ya no es la única referencia para mí. Es la referencia de donde nací, de donde está enterrada toda mi infancia, todo aquello que me formó, pero Cuba no es el lugar que conforma mi ser, mi identidad hoy en día. Mi identidad atraviesa fronteras, atraviesa muchas culturas, es algo mucho más flexible. Me siento muy bien donde quiera que esté. Me reinvento donde esté viviendo, porque fundo una familia de amigos. Así que no tengo esa angustia con la que viven los cubanos que están en el exterior, de volver a Cuba. Estoy en Brasil, vivo el momento de Brasil, vivo los problemas de Brasil. Y, cuando me vaya de Brasil, haré exactamente lo mismo. Cuando estaba en Nigeria, En Senegal, también me involucraré en la lucha política de esos países. Dondequiera que vaya, me involucro en las luchas de aquel momento. No quiero estar inmerso en una nostalgia permanente. Los cubanos que viven fuera de Cuba siempre muestran esa nostalgia del país: solo quieren escuchar música cubana, comer comida cubana... La referencia de mi vida es mucho mayor que Cuba, mucho mayor que Brasil, mucho mayor que cualquier país. Un país, por si solo, nunca podría concentrar la referencia de lo que es mi vida, de lo que es mi identidad.

P. ¿Y cuál es la referencia de su identidad?

CM. Aquello que me hace sentirme bien. Como dije antes, es estar de acuerdo con mi época. Así que todo aquello que perturba esa forma de vivir entra en conflicto conmigo de un modo inmediato y profundo. Por eso no necesito definiciones ideológicas. La gente me pregunta: “¿Pero eres de izquierda o de derecha?" Constantemente me piden que me defina en términos de derecha o de izquierda. Esas distinciones yo las conocía antes, me definía de ese modo. Pero ¿dónde está la línea de demarcación entre la izquierda y la derecha? Vemos a veces a derechistas comportándose como izquierdistas en la cuestión racial. Y a izquierdistas comportándose como derechistas, cuando se trata de esa misma cuestión. Yo conozco a izquierdistas que son homofóbicos. Conozco a derechistas que son homofóbicos. Los izquierdistas y los derechistas se encuentran en tantos puntos... Lo que estoy diciendo es que lo más importante para mí es la línea de división ética, ciertas cosas en mi vida que considero inviolables.

P. Que son...

CM. Me refiero a la necesidad de la diferencia. Repito eso constantemente. Porque, para mí, eso es lo más importante. A partir del momento en el que no se respeta la diferencia, tengo que entrar en guerra. Por eso entro en guerra con el mestizaje. Porque está diciendo que no tengo el derecho a tener el fenotipo que tengo, de tener el pelo crespo que tengo y de ser respetado tal como soy. Que tengo que tener el pelo diferente, alisado, que no tengo que tener la piel negra, que mis hijos tienen que ser cada vez más blancos para que se les respete dentro de la sociedad. Y yo digo que no. Digo que no, en absoluto. No me rindo a eso. Mis hijos tienen que ser respetados tal y como nacen, con la piel negra, con el pelo crespo, con los labios gruesos, con la nariz de la forma que la tengan. Tienen que ser respetados de la manera que son. Así que esa es la línea de demarcación más fina en mi vida. Es la que define prácticamente todas las opciones que hago en la vida.

“Me he encontrado: puedo mirar todas las diferencias y no sentirme amenazado por ninguna de ellas”

P. ¿El respeto a la diferencia?

CM. Absolutamente. El hecho de haber sido proscrito de Cuba durante 34 años me hizo comprender que la nacionalidad es un juego, es una broma. Que las fronteras son cosas totalmente artificiales, que se erigieron y se convirtieron en realidades sacrosantas. Y que esas fronteras no eran nada, porque en cada frontera por la que pasaba me paraban, yo era un sospechoso. Entré en una tribu de sospechosos. Me di cuenta de que toda esa fuerza emocional de ser cubano, de ser brasileño, de ser estadounidense, se basaba en puros mitos que los seres humanos habían erigido como una forma de movilizarse contra otros seres humanos. Yo viajaba con un documento de las Naciones Unidas, pasaba mucho tiempo en cada frontera, esperando a que pudiesen reconocer que ese documento era auténtico. Eso me dejaba mucho tiempo para reflexionar sobre la condición humana. A lo largo de los años, aquellas categorías de definición de separación fueron cayendo, una a una. La religión, la nacionalidad, la casta, la clase social... Según iban cayendo, tuve que buscar cuál era el sustituto real. No el sustituto ideológico, sino dónde se encontraba el momento crítico del ser humano, fuese el que fuese. ¿Dónde un ser humano era real? Llegué a este punto en el que estoy, en el que me identifico y me siento bien. Creo que me he encontrado. Me gusta quién soy. Creo que me he encontrado en la vida, me he encontrado en el universo, en el sentido más amplio. Me he encontrado en aquel espacio en el que me siento bien, que es este espacio en el que puedo mirar todas las diferencias, todas ellas, y no sentirme amenazado por ellas. No me siento amenazado por ninguna diferencia.

P. ¿Y dónde un ser humano es real?

CM. Nosotros pertenecemos a una especie. Sin embargo, no tenemos conciencia de ello. Tenemos la conciencia de las definiciones ideológicas, pero la conciencia de la especie no existe. Ser humano implica cierta solidaridad y, para mí, la solidaridad es un deber. El deber de mirar a otro ser humano que está siendo aplastado, excluido, que está sufriendo discriminación, y colocarse a su lado. En nombre de esta especie. Formamos todos parte de esta especie, amenazada, incluso, a causa de todo lo que nosotros mismos hacemos. Cuando oigo a Obama decir que el principal problema que tenemos no es el terrorismo, sino el cambio climático, entonces él toca algo en mí que yo alcancé a duras penas, después de 34 años de rechazos en todos los sentidos. Tenemos que ser solidarios entre nosotros, tenemos que llegar a un acuerdo. Para defender la existencia aquí, sobre la Tierra. Si vamos a continuar existiendo, o no, es, a final de cuentas, lo más importante. Lo más importante de todo es eso: sentir solidaridad por gente que nunca vas a conocer, por personas que aún están por venir y con las que no vas a encontrarte. Y a los que tenemos que dejarles, como legado, una Tierra habitable.

Eliane Brum es escritora, periodista y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes – o avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos y de la novela Uma duas. Sitio web:desacontecimentos.com. Email: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: brumelianebrum.

Traducción: Óscar Curros.

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