_
_
_
_
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Obama no será el primero

La prioridad es interactuar con el mayor número posible de cubanos: funcionarios, sociedad civil y gente de la calle

Juan Jesús Aznárez

El secretario de Estado, John Kerry, visitó La Habana y probablemente Barack Obama querrá hacerlo, pero no será el primer presidente norteamericano en viajar a Cuba desde la ruptura diplomática de 1961 porque se le adelantó George W. Bush en 2002, encarnado en el jefe de la Sección de Estados Unidos, James Cason, que desembarcó en la isla vicariamente, con plenos poderes en nombre de la democracia. El jefe de misión más polémico cedió la sede diplomática a los disidentes, les dotó de medios y se proclamó activista contra el comunismo y por las libertades.

Poco se sabe sobre las instrucciones que Obama haya impartido a Jeffrey DeLaurentis, encargado de negocios de la nueva Embajada, pero su discreto perfil indica que el apoyo a la oposición seguirá discretamente, sin las escenificaciones de su predecesor en el trienio 2002-05, a quien los cubanos rebautizaron con el alias de cabo Cason. No hubo gallo como él al frente de oficina diplomática del malecón habanero desde que se abrió en 1977.

Procede repasar su modus operandi para identificar, por eliminación, la previsible bitácora del nuevo encargado de negocios. Al poco de aterrizar en La Habana, el hombre de Bush estableció un calendario de reuniones con los grupos opositores, les animó a crear un partido político y organizó cursos de periodistas independientes, a los que rápidamente se apuntaron una decena de agentes de la seguridad cubana. Abrió 24 terminales de Internet en la legación, distribuyó 30.000 aparatos de radio, periódicos de Miami, cámaras fotográficas, bolígrafos y libretas, e invitó a otras Embajadas a sumarse a su cruzada.

“Les invité a que me expulsaran pero no lo hicieron”. Sospechando que el atrevimiento del diplomático escondía una provocación del Departamento de Estado para cerrar las legaciones y exacerbar la crisis, la respuesta cubana fue el arresto de 75 disidentes, entre ellos los más allegados al jefe de misión, ridiculizado en una serie de cómics titulada Casos y cosas del cabo Cason. Ningún funcionario cubano asistía a las recepciones extrajeras si detectaba presencia estadounidense.

Lejos de amilanarse, aquel prendía un pin de cabo en su guayabera y una de sus caricaturas en la sátira televisiva tremolaba en la banderola del coche oficial. Iluminó la fachada de la oficina con el número 75 y cinco kilómetros de cables con bombillas, y exhibió una réplica de una celda durante un cóctel en su residencia. Sus choques con el Gobierno fueron constantes. Cason contaba con 51 subordinados estadounidenses y 300 empleados cubanos. “Nos vigilaban. No teníamos privacidad”. Para conseguirla, les prohibió el acceso a las tres últimas plantas de un edificio de seis. Al irse, admitió su aislamiento: “Nunca pude reunirme con ningún profesor, periodista, juez o diputado”. La guerra era abierta. Un agente de inteligencia comentó que un día se pringó la mano de mierda al abrir la puerta del coche. Sus colegas se rieron: “Nosotros les hicimos lo mismo en Estados Unidos”, publicó The New York Times.

Pero Jeffrey DeLaurentis no es James Cason, ni la Cuba de Fidel Castro es la Cuba de Raúl Castro. La prioridad ahora es afinar el encaje de bolillos emprendido por Obama e interactuar con el mayor número posible de cubanos: funcionarios, sociedad civil y gente de la calle. Levantada la prohibición vigente con el cabo, DeLaurentis podrá desplazarse por la isla, tomar el pulso a sus habitantes y proponer iniciativas a Washington para acelerar la liberalización económica y social vigente en Cuba, e intentar la política.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_