Un éxodo que presiona las costuras de Irak
El desamparo de 3 millones de refugiados suníes amenaza con dar alas al Estado Islámico
En el campamento de Al Salam, al sur de Bagdad, los desplazados por el avance del Estado Islámico (EI) sobre Ramadi el mes pasado se superponen a los que llegaron de la provincia de Saladino hace ya casi un año. De 375 familias se ha pasado a 800 y siguen aumentando. En total 3,1 millones de iraquíes se han visto obligados a abandonar sus hogares desde junio de 2014, casi un millón de ellos en los últimos seis meses. Pero esa creciente presión choca con una falta de fondos que está obligando a la ONU a reducir sus programas de asistencia. Fuentes humanitarias advierten del peligro de que el EI saque partido de la eventual suspensión de la ayuda, lo que afectaría sobre todo a la comunidad árabe suní.
“Nos estamos quedando sin dinero”, declara a EL PAÍS Lise Grande, la coordinadora humanitaria de la ONU para Irak. “Estamos a punto de abandonar a las víctimas del EI, una de las insurgencias más brutales del mundo”, añade.
La falta de fondos es tan grave que han tenido que cerrar 77 centros médicos en las zonas del frente y reducir las raciones de comida que proporcionan a un millón de iraquíes. Por eso, la ONU y las ONG que colaboran con la organización han pedido con urgencia a los donantes 450 millones de euros para cubrir el coste de facilitar agua, comida, techo y otra ayuda de emergencia durante los próximos seis meses a las comunidades desplazadas o afectadas por los enfrentamientos entre el EI y las fuerzas gubernamentales.
“Cada vez que hay un enfrentamiento, aumenta el número de quienes abandonan sus hogares”, constata Grande, que ha visto como los desplazados pasaban de 2,2 millones a 3,1 millones en los seis meses que lleva en Irak. “Hay 14 potenciales Ramadi en camino”, advierte tras recordar que en total 8,2 millones de iraquíes necesitan asistencia y que fácilmente van a superar los 10 millones para finales de año.
“Necesitan que alguien los escuche”
“No hay enfermedades graves. La mayoría acude con diarreas, problemas respiratorios e infecciones de la piel debidas a las condiciones en las que se encuentran. Si logramos que se instale el sistema de saneamiento y distribución de agua que hemos propuesto, se solucionarían el 70% de los casos”, explica Ernesto Altamirano, responsable médico de MSF, durante una visita a Al Salam donde el grupo opera dos clínicas. En opinión de este salvadoreño, “lo que más necesitan es que alguien los escuche”. Por eso su organización está preparando un servicio de salud mental atendido por psicólogos.
El problema es la burocracia iraquí. Visados y permisos resultan laboriosos de conseguir. Aunque sobre el terreno los extranjeros son bien recibidos, las autoridades se muestran recelosas. Altamirano considera que eso está cambiando. “Desde hace un mes el Ministerio de Sanidad ha empezado a reconocer que no llega a todo, que necesita ayuda”, señala.
La misma sensación de urgencia transmite Médicos Sin Fronteras (MSF), cuyo coordinador para Irak, Fabio Forgione, declaraba recientemente que el país “está experimentando su peor crisis humanitaria de las últimas décadas”. Esa organización alerta de “zonas grises” a las que no está llegando la ayuda humanitaria que miles de personas, sobre todo en el centro de Irak, necesitan con urgencia.
Aunque nadie lo menciona de forma directa, en el centro de Irak, en las zonas grises, viven sobre todo árabes suníes, la comunidad más afectada por el vuelco político que ha dado el país desde el derribo de Sadam Husein. Aunque la mayoría chií recela de sus simpatías hacia del EI, son ellos las principales víctimas, primero de su avance y luego de los combates para recuperar el territorio. Fuentes humanitarias señalan que el 90% de quienes reciben ayuda son suníes. De ahí el temor a que, si la falta de fondos les deja sin asistencia, terminen echándose en brazos de ese grupo, que se presenta como su salvador frente a los Gobiernos chiíes de Bagdad y Damasco.
Se ha visto de nuevo tras la caída de Ramadi. Miles de personas, que habían aguantado un asedio de nueve meses, intentaron ponerse a salvo cruzando el Éufrates, la única vía de escape posible. En lugar de una operación de asistencia, el Gobierno (dominado por una coalición chií) desplegó controles para evitar que entre los escapados se colara algún terrorista suicida. Sólo quien disponía de un familiar o conocido que le apadrinaba podía cruzar. Las imágenes de la gente agolpándose desesperada en el pontón de Bsabeez pusieron en evidencia a las autoridades.
“En el puente han muerto niños y gente mayor que no ha aguantado el calor”, admite Grande.
En contraste, algunos ciudadanos acudieron a título individual a ofrecerse como garantes de desplazados a los que ni siquiera conocían. Es el caso de Yasin, el almuédano de la mezquita de Al Muthanna, en el barrio de Al Dora, que ha acogido a 23 familias. Como ellos, la mayoría de quienes huyen de la violencia han encontrado refugio en casas de familiares, edificios cedidos por benefactores o centros religiosos.
“Tenemos dificultades para llegar a ellos porque se distribuyen en más de 3.000 lugares; muchas comunidades les han acogido y se han mostrado extraordinariamente generosas, pero según pasan los meses empiezan a resentirse del esfuerzo. En Kurdistán se ha doblado el nivel de pobreza no sólo de algunas familias, sino de toda la comunidad”, explica la coordinadora humanitaria de la ONU.
Además, este año Irak afronta un importante déficit fiscal debido al descenso del precio del petróleo y los gastos por el conflicto con el EI. El presupuesto se ha reducido un 40%, lo que está impidiendo la ayuda en efectivo a los desplazados. Eso aumenta su vulnerabilidad, ya que hasta que no están registrados no tienen acceso a la cartilla de alimentos que distribuye el Gobierno. De ahí que Grande insista en la importancia de que la comunidad internacional arrime el hombro. “Es algo temporal. En cuanto suba el precio del petróleo, Irak podrá hacer frente a esas necesidades por sí mismo”, asegura.
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