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Columna
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La nadadora reacia

Merkel, que tenía miedo al trampolín de niña, se juega pasar a la historia como quien permitió la ruptura del euro

Francisco G. Basterra

La niña que, según sus biógrafos, no se atrevía a saltar desde el trampolín en las clases de natación en la antigua Alemania del Este, Angela Merkel, afronta la decisión más crucial de su vida política. La canciller alemana, la dirigente más importante del mundo tras Obama, deberá zambullirse y liderar la Europa unida para evitar la salida de Grecia del euro y, posiblemente de la UE, impidiendo que el drama que vive la eurozona acabe en tragedia. Solo Alemania y ella, con la ayuda de Tsipras, pueden hacerlo. Al borde del abismo, como le gusta jugar a Bruselas, no se produjo el jueves en la reunión del Eurogrupo, “el milagro que necesitamos”, en palabras del primer ministro finlandés. Este Waterloo, cuya batalla cumple ahora 200 años, se aplazó porque los 18 no quisieron que la reunión acabara como la derrota de Napoleón, a manos de alemanes, holandeses y británicos.

El caso es que, fríamente, esta amenaza al euro es un problema delimitado y solucionable, disfrazado de insoluble por la torpeza de los contendientes. Ya no es un problema económico, es político. ¿Cómo explicaríamos a las generaciones venideras que un país que significa el 2% del PIB europeo pueda arrastrar a la moneda única y con ella al proyecto europeo? La brecha es mínima: una reducción del gasto del 0,5% del PIB griego. No nos engañemos, la ruptura, si finalmente se produce, no podrá ser limpia. Salvando el honor de los griegos y del club de Bruselas, que razonablemente insiste en que los compromisos deben cumplirse, el coraje político reside en intercambiar concesiones mutuas que eviten el divorcio.

Merkel desearía que Grecia siguiera en el euro, como también que Reino Unido permaneciera en la UE; no a cualquier precio, pero sí se declara preparada a pagar algún precio. El sociólogo Ulrich Beck explicaba en su ensayo Una Europa alemana (Paidós) que su posición no es ni un claro sí, ni un claro no, sino un jein, sí pero no. Sabe lo que ella se juega, pasar o no a la historia como la dirigente que permitió algo sin precedentes: el abandono del euro por parte de un país o la salida de un socio de la UE. Está en cuestión la indivisibilidad de la moneda única, ¿quién creería en el futuro del euro, quién sería el siguiente país en seguir a Grecia?

Alemania y otros países se preguntan por qué sostener a un Gobierno radical de izquierdas en Atenas que estimularía a fuerzas políticas semejantes en otros socios con mucha deuda, como por ejemplo España. Es comprensible la frustración con Grecia sentida en toda Europa, pero no debemos dejar pasar la última oportunidad. Europa, como defiende el lúcido analista británico Timothy Garton Ash, debe salvar a Grecia para salvarse a sí misma. Varoufakis, el malo de esta película, tiene razón cuando afirma que estamos en un estado mental que acepta un accidente. El lunes, Merkel, en lo alto del trampolín, deberá decidirse y saltar para salvar a Grecia y a Europa.

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