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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las virtudes de la guerra

El autor analiza las conmemoraciones del centenario de la entrada de Italia en la Primera Guerra Mundial

Antonio Elorza
El presidente de Italia, Sergio Mattarella.
El presidente de Italia, Sergio Mattarella.MOHAMED MESSARA (EFE)

El domingo 24 de mayo se han cumplido los cien años de la entrada de Italia en la Primera Guerra Mundial. El presidente de la República, Sergio Mattarella, ha querido realzar la importancia del acto, con una doble participación, por la mañana en Roma, y luego en la provincia de Gorizia, donde el Ejército mandado por el general Cadorna dio durante más de dos años toda una muestra de ineficacia militar, pagada al precio de cientos de miles de muertos. Fueron 530.000 en el curso de la guerra, con más de un millón de heridos y mutilados por unas conquistas territoriales que en lo esencial, la integración del Trentino, estaba a punto de conseguirse por las negociaciones con Austria, unida a Italia por la Triple Alianza desde 1881 hasta después de haber decidido Roma el cambio de campo, mientras seguía negociando con Viena hasta la víspera (12 de mayo).

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En general, prevalece en Italia la buena conciencia respecto de la disparatada política exterior seguida en la primera mitad del siglo XX. Con cargarlo todo en la cuenta de Mussolini, todo está resuelto. Siguen exhibiéndose placas y calles que evocan las glorias patrias en los crímenes contra la humanidad cometidos en Libia y en Etiopía. Es más, junto al monumento fascista a La Victoria de Bolzano una columna ensalza las grandes conquistas: África oriental, Libia, ¡España!. El centenario ahora celebrado era buena ocasión para rectificar la memoria histórica. Mattarella la ha desaprovechado, al tiempo que envolvía su discurso en la exaltación de la paz. A su juicio, por encima de los muertos, de las tragedias colectivas, estuvo el papel de la guerra como “gran factor de modernización, industrial, científica social”, de afirmación de “la conciencia nacional” más allá de las elites. Sin duda, y bien que lo aprovechó Mussolini para poner en marcha el fascismo, que el discurso presidencial olvida.

Lo mismo que el precio pagado en esa guerra italiana por los adversarios, ahora hermanos en Europa e invitados a la ceremonia (Austria, Eslovenia, Croacia). De sus sufrimientos, el católico estadista nada dice. Solo existe Italia.

Y por supuesto tampoco menciona que el Tirol del Sur, masivamente germánico, fue incorporado al Reino de Italia, sufriendo bajo el fascismo una brutal desnacionalización. Se le somete por el gobierno Renzi a la obligación de izar la bandera italiana en los ayuntamientos. “¿Qué tenemos que celebrar?”, se pregunta el presidente tirolés de la provincia de Bolzano, Arno Kompatscher.

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.

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