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Conflicto en el semillero de la élite

Los alumnos toman el Colegio Nacional de Buenos Aires y defienden el modelo de este referente de la educación pública argentina, ahora muy cuestionada

Carlos E. Cué
Un grupo de alumnos en la entrada del Colegio Nacional de Buenos Aires durante la protesta.
Un grupo de alumnos en la entrada del Colegio Nacional de Buenos Aires durante la protesta.ricardo ceppi

Durante 152 años ha sido la joya de la educación pública gratuita argentina. La escuela a la que todas las familias de clase media sueñan con mandar a sus hijos. Al Colegio Nacional de Buenos Aires solo llegan los más brillantes, en un durísimo proceso de selección al que cada año se presentan más de 1.000 y entran 400. “Es una isla de excelencia en medio de la decadencia de la educación pública argentina”, sostiene su rector, Gustavo Zorzoli. Pero no todo es perfecto. La semana pasada, durante tres días con sus noches, sus alumnos, de entre 13 y 18 años, tomaron el colegio para rechazar una reforma que implicaba, entre otras cosas, echar del colegio a los alumnos más rezagados, casi un 10%. Su protesta, a la que se unió otro colegio público de élite, el Carlos Pellegrini, tuvo gran eco en los medios argentinos, dado el prestigio del centro, y de momento han logrado parar la reforma.

Entrar en el Colegio Nacional es volver por un momento a la época de esplendor de Argentina, la que atraía y asombraba a los europeos que huían del hambre. Un edificio neoclásico imponente en el corazón de la ciudad, con una gran escalinata de mármol de Carrara y una biblioteca única. En 2013 cumplió 150 años este semillero de la élite política e intelectual, en el que estudiaron tres presidentes, dos premios Nobel y muchos políticos actuales, incluido el ministro de Economía, Axel Kicillof, de la promoción de 1990.

La escuela a la que todas las familias de clase media sueñan con mandar a sus hijos

En el inmenso y luminoso claustro, el pasado martes, unos 300 adolescentes sentados en asamblea discutían sobre cómo seguir la protesta para reivindicar el modelo de su colegio y la educación pública. “El colegio tiene un nivel impresionante, es muy exigente, pero el modelo falla. Hay barreras socioeconómicas: para entrar hay que prepararse en academias privadas, y ahora quieren echar a más gente y quitar las clases de apoyo”, sentencia Félix Samoilovich, de 16 años, uno de los portavoces de la protesta. Julia Bozzalla, otra alumna, remata mientras hace guardia en la puerta: “Queremos evitar que suceda como en Chile, la privatización. Nosotros lo que queremos es que toda la educación argentina sea como este colegio, pública, gratuita, de buen nivel”. Sol Gui, presidenta del centro de estudiantes, va más lejos y cree que tras la reforma hay “un régimen privatizador, que quiere recortar la educación pública”.

El rector Zorzoli lo niega radicalmente pero parece casi contento de la protesta, que le llevó también a él a dormir en la escuela para controlar de cerca la situación. Cree que es una muestra de que este colegio, referente de la intelectualidad, está vivo. Y que las nuevas generaciones tienen ganas de batalla. “Los dos pilares de este centro son la excelencia, que no se ha perdido, y la participación política. Aquí son muy estudiosos pero también muy militantes, movedizos. Está bien, muchos terminan en la política. La mitad de los candidatos de las primarias de Buenos Aires (se votaron ayer) estudiaron aquí”, dice.

“La educación pública argentina ha tenido un deterioro muy importante, es preocupante; los resultados de [la evaluación] PISA son muy malos, y eso que se ha invertido mucho dinero, pero aquí logramos aislarnos”, asegura Zorzoli, que sostiene que también hay en sus clases gente de extracción muy humilde, a la que a veces le ofrecen alojamiento. Los estudiantes dicen que la historia no es tan perfecta.

La política está por todas partes en el colegio, como sucede en toda Argentina. La militancia de los jóvenes y adolescentes, habitual en los setenta, ha vuelto en el siglo XXI. En la batalla interna de este colegio de élite gana el Partido Obrero, minoritario fuera, en votaciones muy divididas donde el kirchnerismo es tercero.

La militancia de los jóvenes y adolescentes, habitual en los setenta, ha vuelto en el siglo XXI

La educación pública en Argentina siempre fue un asunto de Estado. Mientras en Europa, al entrar en el siglo XXI, Alemania o Inglaterra abandonaron la gratuidad de la universidad, Argentina la ha mantenido a toda costa incluso después de la crisis de 2001. Pero eso no garantiza la calidad.

“Todos los que estamos en esta mesa somos hijos de la universidad pública gratuita argentina”, presumía esta misma semana en Moscú señalando a sus ministros la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner. Su Gobierno, admiten todos los expertos, ha hecho un enorme esfuerzo presupuestario en educación. Pero los resultados no convencen. El informe PISA de 2012 —ahora llegará el de 2015— fue durísimo para la moral argentina, acostumbrada a tener la mejor escuela de Latinoamérica y ahora en puestos de la mitad de tabla mientras Brasil, Chile, México e incluso Ecuador y Perú hacen grandes progresos. Argentina perdió el liderazgo que la hizo referente mundial, pero el Nacional de Buenos Aires lucha por mantener su modelo.

Más cobertura, peores resultados

La crisis de la educación argentina es un asunto recurrente de conversación en el país, mientras el Gobierno presume de que ha construido 1.800 escuelas y nueve universidades, además de ampliar la obligatoriedad. “Cuando llegamos había 10 años, ahora son 14, de los 4 a los 18”, presume el ministro de Educación, Alberto Sileoni. En una apuesta de inclusión social común a varios países latinoamericanos, los expertos coinciden en que se han hecho muchos esfuerzos y Argentina roza el 6% del PIB dedicado a educación. Pero la calidad media baja. El Gobierno achaca a esta política los malos resultados de PISA en Argentina.

Los datos son especialmente duros en comprensión lectora. Si en 2000 Argentina estaba segunda en Latinoamérica, 35 del mundo, en 2012 cayó a sexta del continente y 60 del mundo.

“Todo el mundo habla de los sesenta como la época de gloria de la educación argentina que asombró al mundo”, apunta Claudia Romero, directora del área de educación de la Universidad Di Tella, “pero se olvidan de que entonces llegaba al secundario el 25% de los alumnos. Ahora llega el 90%, aunque solo acaba el 43%. Teníamos una escuela pensada para la clase media, se amplió y eso ha generado desajustes, muchos profesores no están preparados para volver a enseñar a leer. Llevará tiempo y mucho esfuerzo”, resume.

Paula Razquin, de la Universidad de San Andrés, apunta: “En los noventa se deterioró mucho la educación, hubo muchos recortes. Ahora se está haciendo un esfuerzo pero otros países están teniendo mejores resultados con políticas más agresivas. Accede mucha más gente a la universidad, pero eso no implica más calidad. Hay que cambiar”.

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