China alcanza la última frontera
El gigante asiático puja por asentarse en el extremo norte del mundo. Busca recursos para una población que no para de crecer
El primer mapa del círculo polar ártico se remonta a 1606. En aquella antigua —y equivocada— representación, el extremo norte del mundo se dibujaba como una suerte de inmensa isla rodeada de interminables ríos, en la que una definición genérica, pigmeos, servía para identificar a sus habitantes. Cuatro siglos después, el conocimiento de ese ignoto pedazo del planeta ha crecido casi tanto como el interés global que despiertan sus reservas naturales, así como su condición de lugar de paso para una ruta comercial clave del futuro. En ese escenario, no solo los países árticos se plantean aprovechar esa riqueza. Pese a la lejanía geográfica, también China ha puesto su mirada sobre la zona: “El interés de Pekín en el Ártico se debe a la necesidad de búsqueda de recursos, indispensables para satisfacer a una población que no para de crecer”, explicó recientemente Harald Serck-Hanssen, vicepresidente del DNB, principal banco de inversión noruego, en un simposio sobre el futuro del Ártico que el semanario británico The Economist organizó en Oslo.
Las posibilidades de explorar la región aumentan al mismo ritmo que sus hielos se derriten. Según datos del Gobierno de Estados Unidos, su cantidad es la menor desde 1979, año en que se empezaron a recabar datos por satélite. Varios estudios internacionales coinciden en que, si no se toman medidas para contrarrestar la acción del calentamiento, entre 2040 y 2050 el Ártico lucirá totalmente libre de hielo.
La progresiva desaparición de la espesa capa de protección, además de conllevar peligrosas consecuencias medioambientales, facilita el acceso a las abundantes reservas de carbón y uranio y, sobre todo, al petróleo y el gas atrapados en sus entrañas, cuya masa representa, en los cálculos del US Geological Survey, la cuarta parte de las reservas mundiales aún sin descubrir.
Pekín no quiere, o tal vez, simplemente, no puede, quedarse excluido en el reparto de ese suculento pastel. Según datos de Naciones Unidas, en 2040 la población china ascenderá a 1.414 millones y casi tres cuartos vivirán en ciudades superpobladas. Sus necesidades, más allá de la energía indispensable para abastecer a la nueva población urbana, aumentarán también no solo en razón de su número; la Universidad Tsinghua de Pekín calcula que 320 millones de ellos tendrán 60 o más años y necesitarán recursos sin tener la capacidad de producirlos, ya que estarán fuera o a punto de abandonar la fuerza laboral.
Por ello, las autoridades chinas han puesto en marcha un paulatino pero incesante acercamiento al círculo polar. El gigante se define como “Estado vecino del Ártico” pese a que el punto más septentrional del país esté tan cerca de la zona como de Alemania. Desde 2013, China es miembro observador del Consejo Ártico, el foro intergubernamental en el que los ocho países árticos (Canadá, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega, Rusia, Suecia y Estados Unidos) afrontan y discuten los problemas regionales.
“El Gobierno chino da mucha más relevancia al cambio climático y a la contaminación que antes, respeta la soberanía de los Estados árticos y entiende cualquier proyecto en la región como una ocasión para cooperar”, asegura Ping Su, profesora del Centro de Estudios Polares y Oceánicos de la Universidad Tongji de Shanghái. Sin embargo, matiza: “China se está moviendo en el Ártico a través de su diplomacia científica y utiliza sus centros de investigación —como el Instituto de Investigación Polar chino— como punta de lanza para asentarse en la región. Pekín entiende sus maniobras en el Ártico como un proyecto a largo plazo, basado en los recursos energéticos, mineros y pesqueros”. Así sucedió con General Nice, uno de los principales importadores chinos de materias primas, que se hizo en febrero con la mina de Isua, en Groenlandia, cuyo valor se calcula en 1.850 millones de euros. De ahí extraerá los minerales de hierro que incluyen las materias primas necesarias para fabricar acero, del que China es el primer productor mundial.
La postura de Pekín no inquieta, de momento, a la diplomacia internacional: “Deberíamos alegrarnos porque la explotación de los recursos energéticos del Ártico no se ha convertido en una nueva fiebre del oro y de que todo se está haciendo respetando estrictas reglas medioambientales. Lo más importante es mantener una actitud colaboradora”, asevera Børge Brende, ministro de Exteriores de Noruega, quien subestimó las maniobras militares que el Ejército ruso puso en marcha cerca de las fronteras septentrionales noruegas y que amenazan con quebrar las buenas relaciones que hasta ahora han gobernado el Consejo Ártico.
Los abundantes recursos energéticos no son el único motivo de interés para China. El gigante asiático es el primer país pesquero en el mundo (según un informe de Naciones Unidas y el Banco Mundial, en 2030 consumirá el 38% del pescado mundial) y los mares del círculo polar constituyen una importante reserva aún inmune a la explotación masiva. Para una economía ampliamente basada en las exportaciones, además, el deshielo implica la posible apertura de nuevas rutas de navegación, más rápidas respecto a las convencionales.
Peter Hinchliffe, secretario general de la Cámara Internacional de Transporte, aclaró durante el simposio que “la plena navegabilidad del Ártico será una realidad concreta como mínimo dentro de 20 años, pero hay que crear ya las infraestructuras y la arquitectura jurídica que la hagan posible”. La posibilidad de que se concrete una ruta comercial estable, sin embargo, despierta dudas entre los expertos. Malte Humpert, director ejecutivo del think tank Arctic Institute, con sede en Washington, especifica que “aunque el recorrido es más breve que las rutas convencionales, los costes para cruzar el Ártico son tan elevados que anulan las ventajas de viajar más rápidamente”. Según datos de la Oficina de Información sobre las Rutas del Mar del Norte, en 2013 escogieron ese camino 71 barcos. Se trata de un sustancial incremento respecto a 2010, cuando lo hicieron solo cuatro, pero es todavía una cifra muy alejada de los 16.000 que en 2013 pasaron por el canal de Suez.
Así que, a la espera de que la situación geopolítica se defina, podría ser el propio mercado el encargado de contrarrestar los planes chinos: “Las tensiones internacionales podrían implicar un aumento de la regulación que haría más complicado invertir en el Ártico. Llevar adelante proyectos en la región pese a los crecientes riesgos medioambientales conlleva además la posibilidad de dañar la reputación de las empresas involucradas en ellos”, sentencia Harald Serck-Hanssen, del banco de inversión noruego DNB.
No siempre, sin embargo, las reglas y la mala imagen han sido suficientes para frenar las ambiciones chinas.
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