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Columna
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Guerra cuatro, paz cero

Son conflictos armados por procuración: los muertos son locales, los intereses en juego extranjeros

Lluís Bassets

La guerra vence a la paz por cuatro a cero. Con la de Yemen, son ya cuatro las que hay en marcha en el mundo árabe.

La primera y más antigua es la de Irak, que empezó en 2003 gracias a Bush (aunque no es la más antigua del mundo islámico, que es la de Afganistán, también iniciada por Bush y todavía viva). La segunda es la de Libia, que empezó propiamente hace cuatro años cuando Gadafi reprimió militarmente las revueltas contra su régimen y obtuvo la contundente respuesta aérea de la OTAN, sin que siguiera esfuerzo alguno para estabilizar el país y obligar a las distintas facciones a sentarse y gobernar juntos en vez de embarrarse en una guerra civil que todavía sigue. La siguió al poco la tercera, también declarada por el dictador sirio Bachar el Asad contra su propio pueblo, al que bombardeó incluso con armas químicas, convirtiendo así una revuelta pacífica en guerra civil. Parece que la cuarta, la de Yemen, haya estallado justo ahora, pero tiene viejas raíces en las luchas tribales y también en el derrocamiento en 2011 del presidente Ali Abdulá Salé, 33 años en el poder, que ahora se manifiestan en forma de conflicto internacionalizado, chiíes contra suníes y árabes contra persas.

Cuatro guerras y ningún acuerdo de paz. La que siempre se espera y nunca llega, entre israelíes y palestinos, se halla ahora más lejos todavía. Y la que cuenta con plazos, la guerra fría entre Washington y Teherán, va superando las fechas sin que lleguen a cerrarse las negociaciones.

Cada una de las cuatro guerras tiene trazos en común. Responden a divisiones tribales y sectarias de gran capacidad destructiva para las frágiles estructuras de Estado existentes e incluso las fronteras coloniales. No se entienden sin las intervenciones extranjeras, decisivas en la aniquilación de las instituciones, como fue el caso del ejército iraquí disuelto justo al culminar la ocupación del país por Estados Unidos. En ellas se enfrentan por procuración las distintas potencias regionales e incluso internacionales: los muertos los ponen los locales, pero los intereses geoestratégicos, los extranjeros.

Y lo hacen según una geometría variable, en la que son aliados o enemigos según el lugar donde se encuentran. Turquía y Arabia Saudí son aliados en Siria y Yemen, pero apoyan bandos distintos en Libia. EE UU se enfrenta con Irán en Yemen y es su aliado en Irak. El antaño gran amigo de Washington que es Arabia Saudí pretende frenar a la vez las aspiraciones de Irán con la creación de una OTAN de los árabes y arrebatar a los terroristas del Estado Islámico, sea por las armas sea por la predicación de sus imames, la popularidad entre los jóvenes musulmanes. Israel dice temer más a un Irán nuclear que al Estado islámico vecino de Siria e Irak.

Las cuatro guerras y la paz que siempre falla son hijas del vacío político y del retraimiento de EE UU y Europa de la región. Y si anuncian algo parecido a un orden nuevo, será menos occidental y probablemente más inestable.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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