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Tribuna
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¿La clase media salvará a Brasil de la crisis?

La novedad es que la clase media pide el paso, sale a la calle y quiere mayor protagonismo en la salida a la crisis

Juan Arias

La crisis brasileña se enmaraña cada día que pasa mientras el Banco Central presagia un PIB negativo para este año, una inflación muy por encima de la meta y un índice de desempleo en aumento. ¿Será cierto que esta vez la clase media, que está saliendo de su letargo, podría sacar a flote al país?

La gravedad de la crisis se debe a que al factor económico se añade un vacío político con un Gobierno que parece perdido, en guerra con sus partidos aliados, mientras la justicia sigue destapando el pozo sin fin de la corrupción. Y una presidenta de la República cuya popularidad se ha despeñado, y ya solo un 13% aprueba su gestión.

La pregunta que se hacen los expertos es quién podrá salvar a Brasil de esta situación que podría alejar a los inversores extranjeros mientras se agudiza la presión de las protestas populares. Una nueva manifestación contra el Gobierno, la corrupción y los amargos recortes anunciados están programadas para el próximo 12 de abril.

La novedad en el momento difícil y confuso que vive Brasil consiste en que por primera vez en muchos años, la clase media tradicional (la que se coloca socialmente entre los muy ricos y los que aún bucean en la pobreza) ha dado un paso adelante. Ha salido por primera vez a la calle para hacerse oír y para exigir un cambio de rumbo en la política. 

Los dos millones que salieron a la calle pertenecían a esa clase media que por primera vez dejaba su silencio 

Esa clase media, sin la cual este país sería otro, porque es la que ha estudiado y está informada, había quedado entre adormecida y penalizada los últimos años de gobiernos populares y sociales presididos por el Partido de los Trabajadores (PT) y sus presidentes, Lula da Silva y Dilma Rousseff, que habían puesto el énfasis en el rescate de los más pobres.

Los gobiernos petistas pusieron el énfasis (con acierto) en crear la nueva clase C, llegada de la antigua pobreza. Fue con esa nueva clase media, un ejército de más de 30 millones, con la que Lula consiguió salir indemne de la crisis económica mundial de 2008.

La intuición de Lula fue crear la gran red de nuevos consumidores internos aliviados por el crédito fácil y toda una serie de programas sociales que la crisis económica empieza a querer recortar.

Todos los ojos se pusieron en esta nueva clase C, considerada la esperanza económica de Brasil, con su sed de un consumo soñado durante años. Ha sido hasta ayer la clase más mimada, la de la esperanza de un país ya sin pobres.

Fue un hecho real. Brasil pasó a ser por primera vez mayoritariamente de clase media (aunque se tratara de una clase pobre en instrucción, en su mayoría analfabeta funcional). Una clase media que empezó sin embargo a poder disfrutar de una serie de bienes materiales que conocían solo en las casas de los ricos. Esta fue también la gran reserva de votos incondicionales al Gobierno.

Los últimos estudios de la masiva protesta del pasado 15 de marzo han dejado en evidencia que los casi dos millones que salieron a la calle contra la corrupción, contra Dilma Rousseff y contra el PT pertenecían fundamentalmente a esa clase media tradicional que por primera vez dejaba su silencio y pedía paso, dispuesta a intervenir y actuar directamente en la crisis.

Esa clase media formada por profesionales liberales, técnicos, pequeños empresarios, universitarios, médicos, abogados, etc. se sitúa entre la minoría de los brasileños que leen, se informan y manejan con naturalidad las nuevas técnicas de comunicación.

Preocupa que en esta crisis la nueva clase C pueda volver a la pobreza

Esa clase media, que produce, crea y consume cultura y opinión, vivía entre pasiva y apedreada, acusada por una cierta izquierda elitista de no soportar la ascensión económica de los pobres que habían desembarcado en sus playas y ya compraban televisiones de plasma como ellos y hasta empezaban a viajar en avión y tenían coche.

Esa clase media a la que la catedrática de Filosofía Política del PT Marilena Chauí calificó el 17 de marzo de 2013, en un acto con la presencia del expresidente Lula da Silva, de “abominación política”, porque según ella es “fascista, violenta e ignorante”. Dijo entre grandes aplausos, que la odiaba, olvidándose quizás que ella es hija natural de esa clase, económica o culturalmente.

Empieza a ser evidente que esa clase media, a pesar de haberse sentido arrinconada y con poca voz en la construcción de los últimos años de Gobierno popular del PT, fue la que evitó las tentaciones autoritarias de un cierto bolivarismo que forcejeaba para incrustarse en el país.

Fue esa clase media, entre la que se encuentran también los profesionales liberales de la información, la que hizo abortar cada tentativa del Gobierno y del PT de llevar a cabo una censura de los medios de comunicación, a la que llaman eufemísticamente “control social de la prensa”.

Brasil vive un momento quienes exigen en la calle que la justicia vaya a fondo en las investigaciones sobre la corrupción política, o piden un cambio de modelo económico ya que el que está en vigor parece agotado, empiezan a ser tachados de golpistas.

Y es en este momento donde empieza a ser considerado providencial el hecho de que la clase media, a pesar de su silencio y su poco protagonismo político, haya pedido el paso para hacer oír su voz.

Esa poco apreciada clase media clásica, mayoritariamente de vocación democrática, podría ser paradójicamente la que impida que vuelva a su antigua pobreza la clase C que con tanto sacrificio y esfuerzo consiguió dar el salto, si no social y cultural, sí económico.

La gravedad de la crisis se debe a que al factor económico se añade un vacío político

Justamente una de las mayores preocupaciones políticas en este momento de crisis en que se hacen imprescindibles recortes de derechos laborales adquiridos para salvar la economía víctima de pasados despilfarros de gastos públicos, es que la nueva clase C pueda resbalar de nuevo hacia el abismo de la pobreza de la que había salido.

Según uno de los últimos sondeos nacionales, tres de cada cuatro brasileños de los que en octubre pasado votaron para reelegir a Rousseff, hoy están o desilusionados o arrepentidos. Fueron los que no salieron a la calle en las últimas manifestaciones, pero que podrían empezar a acudir, en la medida en que adviertan que podrían ser ellos el nuevo chivo expiatorio de la crisis.

La clase media lo ha advertido. Y ha decido intervenir. Hoy es ella la que empieza a repartir las cartas.

Si es cierto el dicho que Dios a veces escribe derecho con renglones torcidos, es posible que en este momento sea la tan maltratada clase media tradicional brasileña la que acabe salvando a esa otra clase C. Podrá ayudarla a entender que lo que la salvará de volver atrás no serán las ideologías ni las falsas promesas y utopías y menos las mentiras o los odios de clase, sino la toma de conciencia de que también ellos deben convertirse en protagonistas de un nuevo Brasil unido en un mismo esfuerzo de superación. No bajo el lema de “nosotros contra ellos”, sino en un gran y único abrazo que evite lo peor, y abra nuevos horizontes. Lo están exigiendo sobre todo los jóvenes con vocación y derecho de triunfar y de ser copartícipes de las grandes riquezas de este país, hoy tan saqueadas por la avaricia de una corrupción que aparece siempre más perversa e institucionalizada.

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