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Tribuna
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Lo mejor no es que Lula vuelva, sino que lidere una gran Reforma de Estado

¿Qué sentirá el expresidente viendo que aquel Brasil vive un desencanto por la política, empezando por su propio partido?

Juan Arias

Sería interesante saber lo que el carismático expresidente Lula da Silva piensa del momento crítico que vive Brasil y cómo está dispuesto a actuar. ¿Lo mejor para él sería tratar de volver al Gobierno? Con él, sobretodo en su primer mandato, el país se convirtió en objeto de la envidia mundial. Brasil era un sueño alcanzable.

Por una vez, Lula, tenía razón con su mantra "nunca en este país", porque era cierto que Brasil nunca había estado más visible en el candelero del mundo, rezumando esperanza y posibilidades.

¿Qué sentirá Lula viendo que aquel Brasil, que no deja de ser una fortaleza económica por sus recursos naturales y humanos, con una posición central en el continente, vive momentos de desencanto y desinterés por la política, empezando por su propio partido, el Partido de los Trabajadores (PT) que, en frase suya, fundó "para ser diferente" y que hoy vive su mayor crisis de credibilidad siendo tan igual o más que ningún otro partido en cuanto a tropezones éticos? ¿Será verdad que ya ha pedido poner en marcha la máquina de su reelección?

Es fácil achacarle a Lula cosas que probablemente ni dijo ni piensa. La prueba del millón sería saber, por ejemplo, cuáles son sus auténticas relaciones con su discípula, Dilma Rousseff, a la que hoy se la quiere presentar como levantando el vuelo sin necesidad del soplo de su creador e incluso contra él.

Hay quien ha llegado a decir con cierto gracejo que es posible que ni el mismo Lula sepa lo que piensa de Rousseff, ni lo que preferiría de ella en este momento, si convertirla en el chivo expiatorio de toda esa desazón que agita a los brasileños o si sería mejor ayudarla a no fracasar para que no se pueda un día decir que él se equivocó al presentarla como la "mejor candidata" y sucesora suya, como "la madre que cuidaría de Brasil".

El exsindicalista sigue siendo visto como el comodín, la carta maestra para poder ganar cualquier apuesta
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Difícil también saber lo que Lula piensa de la renovación o refundación del PT, ya que siempre se dijo que el partido no existiría sin él, ni él sin el partido ¿Seguirá eso siendo cierto?

El expresidente se ha convertido —o lo han convertido— en lo contrario del chivo expiatorio, papel éste que más corresponde a Dilma.

El exsindicalista sigue siendo visto, con razón o sin ella, como el comodín, la carta maestra para poder ganar cualquier apuesta. De ahí el movimiento de "Vuelve Lula", lanzado no sólo por el PT sino por millones de votantes que siguen viéndolo como salvador de la Patria.

Difícil saber si son ciertas las noticias publicadas por el diario A Folha de São Paulo, según las cuales Lula habría dado luz verde a los suyos para lanzar su candidatura, sin que se diga que es él quién ha dado la orden.

Si el Gobierno de Rousseff fracasara y se hicieran necesarias nuevas elecciones antes del 2018, no cabe duda de que el grito de "Vuelve Lula" se hará más fuerte. Lula es mucho Lula y mantiene aún una fuerte credibilidad y una gran poder de convocatoria, sobre todo entre las clases menos escolarizadas del país y, paradójicamente también, entre empresarios y banqueros y otros componentes de las denominadas élites.

Existe, sin embargo, un peligro acechando a Lula, el mencionado por Cervantes a Sancho Panza en el Quijote: "Nunca segundas partes fueron buenas". Él mismo pudo comprobar que su segundo mandato, zarandeado por el escándalo del mensalão —ahora multiplicado por el del petrolão—, no tuvo el esplendor del primero, lo que hizo decir a la oposición que había dejado a Dilma una "herencia maldita", ¿la tendría su tercer mandato?

El Brasil exitoso del primer Gobierno popular y de izquierdas de Lula, aunque teñido de pragmatismo liberal y centrista, ya no es el Brasil de hoy. Desde entonces han cambiado muchas cosas, en Brasil, en Latinoamérica y en el mundo. Existe un cansancio de viejos mitos y antiguos salvadores de la Patria, demostrando en Cuba y Venezuela.

Lula es mucho Lula y mantiene aún una fuerte credibilidad y una gran poder de convocatoria

En Brasil nadie se atreve a apostar sobre el futuro político inmediato porque a pesar de tratarse de un pueblo que se conforma con lo poco o mucho que consigue, está ya dando prueba de que quiere, incluso en política, algo mejor y más nuevo. Ya no le basta el pasado. Los jóvenes empujan para que los políticos sepan dar respuestas nuevas a las exigencias y realidades del mundo en el que están entrando.

Por eso, se hace necesaria la pregunta de si para Lula —y para Brasil—, en este momento, lo mejor sería volver al Gobierno con un país que ya no es el que fue, ni quizás tan suyo como antaño.

¿No sería mejor para él y para Brasil que liderase, con su innegable carisma y su experiencia de primer trabajador llegado al poder sin pasar por la Universidad, un grupo de políticos que como él contribuyeron en sacar al país de su parálisis económica, de sus desigualdades sociales y su atraso cultural para insertarlo en la modernidad sin tener en cuenta si son del gobierno o de la oposición?

Ese grupo podría, con un trabajo de equipo, pergeñar y promover, de la mano del Congreso y auxiliados por el Poder Judicial, no una maquiavélica reforma política, sino una gran reforma de Estado, algo con un consenso real, que hasta fuera popular.

Se trataría de promover un diálogo nacional que ofreciera confianza y seriedad para intentar no sólo recolocar el tren descarriado de Brasil de nuevo en marcha, sino para inventar para el país ese no sé qué de nuevo y de diferente que bulle en los millones de brasileños. Así, estos brasileños podrían volver a recuperar su perdida esperanza en la política y en sus representantes.

Para ello, sin embargo, sería premisa indispensable que cada fuerza política acepte tanto su parte de acierto como de fracaso en la gestión actual. Esconder los fracasos no ayuda.

Hay momentos históricos —como lo fue en España después de la dura dictadura franquista— en que lo mejor es que cada fuerza política o social se olvide por un momento de ser Gobierno u oposición, de sus propios intereses de gremio, para juntos relanzar la nave encallada y ensayar nuevas rutas de navegación.

¿Será un pecado atreverse a dar este consejo a Lula? Y él, si goza de esa sabia astucia política que más que los libros da la vida, ¿no debería sentirse responsable del momento que vive el país que él ayudó a redimir y buscar algo más nuevo, inédito y esperanzador que una simple vuelta al Gobierno o el vano esfuerzo para que su partido a solas promueva una reforma política bajo plebiscito que ya nace muerta?

Crece, en efecto, cada día, como se puede palpar en las redes sociales, la convicción entre los brasileños de que, como aconseja el dictado bíblico, es inútil, "remendar con un paño nuevo un vestido gastado, o echar vino nuevo en odres viejos" (Mt.9,16-18).

Ni lo viejo sólo es capaz de dar cuentas del mundo nuevo que está surgiendo movido por el motor de la comunicación global, ni solo lo nuevo, por nuevo, será capaz de cambiar la Historia despreciando lo ya conquistado.

Se impone quizás en el Brasil de hoy la teoría de Hegel del nacimiento de una nueva antítesis que purifique la vieja síntesis.

Hoy esa antítesis no tiene por qué ser llevada a cabo por una revolución violenta, sino con la elaboración inteligente y desinteresada de una nueva fase histórica llevada a cabo por quienes no han abdicado de los valores de la democracia y están dispuestos a dejar de lado sus intereses personales o de grupo para poder colocarse a disposición de la comunidad.

Aferrarse cada uno a su bocado de poder descargando la responsabilidad del fracaso sobre el compañero de al lado, como hacen los niños en el colegio, sería condenar al país a seguir resbalando cuesta abajo.

Y eso, Brasil no lo merece.

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