De villanos a superhéroes: tres ex pandilleros derrotan al crimen
Pasaron su juventud en pandillas, en las que traficaron con drogas y armas: su misión es evitar que otros jóvenes sigan sus pasos
Nacieron en tres países diferentes: Honduras, Guatemala y México. Pero sus historias de vida son tan similares que cuesta creer que no ocurrieron en el mismo barrio, o incluso en el mismo hogar. Una familia desestructurada, falta de amor, necesidad de aceptación, pobreza y falta de oportunidades, los llevaron a convertirse en delincuentes.
Fueron parte de ese ejército conformado, según cálculos de diversas fuentes, por 70.000 jóvenes en toda América Central. Desde muy pequeños aprendieron a manejar armas. Y las utilizaron contra otras personas. También robaron y vendieron drogas. Además de consumirlas, claro. Pero un día decidieron dejar la pandilla atrás y tratar de arreglar el daño que hicieron, aunque admiten que hay cosas que no tienen remedio.
Los tres trabajan en sus respectivos países para evitar que los niños y los jóvenes vean en las pandillas una opción para escapar de la pobreza, para encontrar aceptación y ganar respeto. Los tres participan aquí en un gran encuentro continental para buscar soluciones a un problema que ya es una epidemia regional y afecta principalmente a la juventud. El lema de los participantes y de la conferencia: empezar a forjar generaciones de #JóvenesSinViolencia, una apuesta que parece ganar adeptos entre expertos y gobiernos.
A continuación, los testimonios de cómo dejaron atrás la vida de pandilleros y comenzaron a luchar contra la violencia.
Ladrón de sonrisas
A los 10 años, la mamá de Cecilio Torres Juárez lo echó de su casa. Sin familia y sin hogar, vivió en las calles hasta que lo acogió un vendedor de drogas de su barrio, en Honduras. Al poco tiempo, él también comenzó a vender drogas, y a los 13 años compró su primera pistola.
"Era más grande que yo", recuerda. "Ni siquiera me cabía en las manos, pero eso despertó cierto respeto hacia mí en las demás personas. O miedo. Realmente, creo que fue miedo. Y yo me sentía importante, porque me respetaban", cuenta.
Muchas veces usó esa pistola en su carrera como delincuente. "Ya no solo tenía enemigos comunes por droga. También la misma policía me quería matar", cuenta.
Pero a los 17 años, ocurrieron dos eventos que fueron para él el inicio de su transformación. Uno fue que sobrevivió a un atentado con armas de asalto. Le dispararon de frente a poca distancia. Logró huir del ataque, y cuando se encontró en un lugar seguro, vio que las balas solo le habían perforado la ropa.
Pero ocurrió algo aún más decisivo. "Un día conocía a una niña. Solo tenía tres meses y la estaban regalando. Y yo, estando en ese mundo feo y peligroso, decidí adoptarla y darle el amor que yo no tenía. Eso despertó en mi cierto amor a la vida, cierto temor a morirme y el deseo de querer cambiar".
El proceso de transformación fue largo y difícil. Pero hoy Cecilio dirige una escuela de danzas folclóricas, hace deportes y su mejor amigo es un antiguo rival al que dejó parapléjico de un balazo. Su misión ahora es impedir que los niños vean a las pandillas como una opción.
"El convivir con ellos me despertó el niño interno", dice. Cuenta que recientemente tuvo que comparecer en un tribunal por un problema legal que tenía pendiente de su época como delincuente y le dijo a la juez: "he cambiado, pero todavía soy ladrón. Ladrón de sonrisas, porque trabajo con niños".
Reparar el daño
Agustín Coroy también creció en un hogar pobre y desestructurado. Relata que el primer gesto de cariño que recuerda en su vida fue cuando uno de los narcotraficantes del barrio le pidió que le fuera a comprar un refresco.
Tras una vida en las maras, en medio de drogas y armas, un día que lo estaban torturando en la cárcel le prometió a Dios que si le permitía sobrevivir a aquel tormento (le estaban arrancando las uñas de los pies) dedicaría su vida a evitar que los jóvenes se dedicaran al delito.
"Pienso que le hice tanto daño a mi país, Guatemala, a tantos jóvenes, a tantas familias, entonces llegó el momento como que para remediar todo lo que había hecho y me empecé a involucrar en organizaciones", explica.
Gracias a un programa de ayuda a ex pandilleros encontró un empleo fijo, pero al año se dio cuenta de que no estaba cumpliendo su promesa, de modo que dejó ese trabajo y comenzó a trabajar de lleno con su comunidad.
Una de sus primeras actividades fue organizar un campeonato de fútbol. "El balón nos costó 95 quetzales (US$11 aproximadamente), pero con esa inversión mínima logramos que los jóvenes dejaran de matarse. Durante 8 meses no hubo ningún asesinato en la comunidad", explica.
Gracias a su trabajo, Agustín fue uno de los fundadores de Jóvenes Contra la Violencia, una organización que nació en 2009 en Guatemala y que ya tiene capítulos en toda Centroamérica. Erradicar la violencia, explica, "va a costar, pero todas las organizaciones deberían empezar a trabajar unidas".
Pandillero de la paz
"En nuestra infancia sufrimos violencia y después en nuestra adolescencia y nuestra juventud empezamos a ser generadores de violencia", explica Carlos Cruz, en referencia a Cauce Ciudadano, el movimiento que fundó junto a otros ex pandilleros en la Ciudad de México, y que trabaja con niños y jóvenes, además de en las cárceles y en varias comunidades.
"A los 16 años estaba involucrado en temas de tráfico de armas, tráfico de dinamita, robo a casas de habitación. Era un fenómeno que nos fue arrastrando desde la vida violenta en el barrio, en las familias y también por la ausencia de las instituciones. De toda la gente de mi edad en mi barrio, de 23 hoy solo vivimos tres".
En el año 2000 le asesinan a un amigo, y eso provocó que Carlos y sus otros compañeros comenzaran a plantearse trasformar sus vidas. "Empezamos a valorar lo que éramos como personas y que nuestra experiencia de vida podía servir para que otros aprendieran", dice.
En el proceso, decidieron renunciar a la violencia como opción de vida y comenzar a enfrentar problemas como la pobreza, la falta de oportunidades y el hecho de ellos también haber sido víctimas de violencia. Además, recibieron apoyo de varias instituciones para lograrlo.
Hoy Carlos Cruz se sigue declarando pandillero, pero pandillero constructor de paz. Y sostiene que la base de un futuro sin violencia no está en la familia, sino en la comunidad. "Los niños, niñas y adolescentes son de todos y hay que cuidarlos. En eso es en lo que estamos".
José Baig es editor online del Banco Mundial
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