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Socialistas en tierra de nadie

La tormenta económica deja herido a un movimiento que pierde poder

Cecilia Ballesteros

En esa elegía socialdemócrata titulada Algo va mal, Tony Judt escribió: “La socialdemocracia no representa un futuro ideal, ni siquiera representa el pasado ideal. Pero entre las opciones disponibles hoy es mejor que cualquier otra que tengamos a mano”. Hace sólo 15 años, 13 de los 15 países de la Unión Europea estaban gobernados por partidos socialistas. Hoy, en una Europa a 28, apenas queda una decena (algunos en coalición), y otros se acercan a un abismo electoral inédito en su historia. El primer ministro socialista francés, Manuel Valls, ha dado la alarma poniendo el dedo en una llaga muy dolorosa: “Hay que acabar con la "izquierda anticuada". Incluso, ¿no ha llegado el momento de dejar de llamarnos socialistas?” ¿Qué fue mal? ¿Cómo puede haberse desbaratado el modelo del Estado del bienestar levantado tras la II Guerra Mundial, base de los 30 años gloriosos de prosperidad que hicieron del continente una sociedad justa?

La globalización, con su imparable proceso de desregulación de las finanzas, deslocalización del trabajo y competencia mundial, la propia integración europea, el cambio tecnológico, el envejecimiento de la población y hasta el cambio de la naturaleza del poder son factores que parecen haber conspirado contra la visión socialdemócrata. “En los 80 casi mueren de éxito”, dice Ignacio Urquizu, sociólogo, miembro de la Fundación Alternativas y de la Foundation for European Progressive Studies. “Duró mientras hubo vacas gordas. Pero cuando en los 90 se reducen las políticas de bienestar, la rama anglosajona (Bill Clinton y Tony Blair con su Tercera Vía) apuesta por desregularizar el sistema y el consumo. Fue el principio del fin, del que la izquierda es corresponsable”.

En su época de mayor esplendor, en 1981, el PS francés de François Mitterrand consiguió un 34% de los votos, porcentaje similar al obtenido en 2012. Sin embargo, pronto, en 2017, podría convertirse en la tercera fuerza política, debido a la gestión de François Hollande, el presidente más impopular de la V República, según los sondeos. En Alemania, lejanos los tiempos de Willy Brandt, el SPD lleva tiempo sin superar la barrera del 25% y dos legislaturas como socio de coalición con los conservadores de Angela Merkel. En Reino Unido, un país del que Harold Wilson decía en los 70 que era el hábitat natural del laborismo, el partido obtuvo en 2010 el peor resultado desde 1918: tan sólo el 29% de los votos. “No tenemos coartada. Mientras la economía crecía, no nos preguntábamos: ¿Cómo? ¿Es sostenible? Las rentas de la clase obrera y la clase media estaban estancadas, pero ese agujero se llenó con crédito fácil y barato. El endeudamiento de los hogares alcanzó los dos billones de euros, es decir, el 100% del PIB”, afirma David Mathieson, analista y exconsejero del ministro laborista de Exteriores, Robin Cook. En Suecia, solo ahora los socialdemócratas acaban de recuperar el poder tras ocho años de travesía del desierto, y en Italia, donde el centroizquierda se rebautizó como Partido Demócrata al estilo de EE UU, su líder y primer ministro, Matteo Renzi, brega por sacar adelante sus reformas.

El consenso entre los analistas es que la crisis global de 2008 y las duras políticas de ajuste llevadas a cabo por Gobiernos de izquierda como en Grecia o España acabó pasándoles factura en las urnas. “Los desafíos son muy grandes. El envejecimiento de la población y la universalización de las prestaciones exigen impuestos más altos. Pero si los subes, ricos y empresas huyen. Optas por endeudarte lo que te deja a merced de los mercados. Si además tienes una camisa de fuerza, que es la moneda común y una fiscalidad estricta, te sitúas en una tierra de nadie. O sea, que la manta es estrecha: si te tapas los pies, te queda el pecho descubierto porque ricos y mercados te abandonan y si dejas los pies al aire, pierdes votos por la izquierda o se van a formaciones populistas”, asegura José Ignacio Torreblanca, politólogo y columnista de EL PAÍS.

La izquierda europea parece paralizada y la derecha sigue en el desmantelamiento del Estado, mientras los partidos populistas, cabalgando en la ola de xenofobia desatada por la inmigración, campan a sus anchas, atrayendo los votos de las clases sociales que tradicionalmente sostenían el proyecto socialdemócrata. Pero no sólo: parte de los jóvenes e incluso de los que ya no lo son tanto no se sienten representados por la izquierda convencional y huyen a movimientos alternativos. “La gente quiere mayor participación. En este sentido, los partidos socialdemócratas, como los otros, son del siglo XX. Además, no han presentado una alternativa económica a la austeridad. Parece que se puede cambiar de políticos, pero no de política”, asegura el analista Andrés Ortega.

¿Qué hacer? ¿Reformarse o transformarse? ¿Bastará un cambio de nombre? La crisis, vista en principio por algunos como una oportunidad para los partidos socialistas, ha tenido el efecto contrario: ponerlos al borde de la bancarrota electoral. La desigualdad, ese concepto contra el que la izquierda dejo de combatir y que paradójicamente un socialista, el economista francés, Thomas Piketty, ha puesto de moda este año, podría ser su tumba. “Hay que dar un paso atrás y construir un modelo de sociedad acorde con una visión de izquierda”, asegura Urquizu.

 

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Sobre la firma

Cecilia Ballesteros
Redactora de Internacional. Antes, en la delegación de EL PAÍS América en México y miembro fundador de EL PAÍS Brasil en São Paulo. Redactora jefa de FOREIGN POLICY España, he trabajado en AFP en París y en los diarios El Sol y El Mundo. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense. Autora de “Queremos saber qué pasó con el periodismo”.

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