¿Qué pedirían los pobres a Dilma si entendieran de economía?
Los más desfavorecidos deben ser los primeros interesados en saber el nombre del nuevo ministro de Economía
La presidenta Dilma Rousseff está recibiendo de todas partes consejos y sugerencias sobre cómo debería cambiar la política económica que acabó con un rosario de índices negativos en su primer Gobierno y con el temor de que pueda aparecer el temido fantasma del desempleo, que sería peor aún que el dispararse de la inflación.
Dilma se ha reelegido más con los votos de los candidatos de baja renta que con los más afortunados. ¿Qué le pedirían esos millones de votantes pobres si entendieran de economía? Es muy probable que le presentaran, paradójicamente, las mismas preocupaciones de los más ricos, de los empresarios, del mundo que produce y exporta.
Esa nueva clase C que no sabe lo que es el PIB o el cambio fluctuante o el famoso triplé económico, si lo conocieran, serían los primeros en estar preocupados por saber el nombre del nuevo ministro de Economía. Estaría esa nueva clase C preocupada por saber si la nueva presidenta va a dejar correr suelta la inflación y si van a seguir subiendo los intereses.
De tener conocimiento de cómo esos posibles cambios pueden afectar a su vida concreta de cada día, o del tormento que supone tener que endeudarse con los bancos para mantener lo ya conseguido, estarían más preocupados por esos cambios en la economía que por la reforma política o por el uso de plebiscitos. Y si me apuran, hasta de cómo resolver el cáncer de la corrupción que afecta a Petrobrás. Para eso los pobres tienen una solución drástica: que los corruptos vayan a la cárcel y devuelvan lo robado.
El voto dado a la candidata del gobierno por la humilde clase C fue sin duda un reconocimiento a los gobiernos del PT, los dos de Lula da Silva y el de Dilma por haberles rescatado de la miseria, así como por el miedo infundido, aconsejado por los marqueteros, de poder perder las ayudas sociales si votaban a la oposición. ¿O es que alguien se podía creer que una persona como Marina Silva iba a traer de nuevo el hambre y la miseria a Brasil?
Los pobres de Brasil no son hoy los que no tienen qué comer sino los que no recibieron educación
En las sociedades modernas, el concepto marxista de la lucha de clases y las divisiones entre pobre y ricos, trabajadores y explotadores está trasnochado. Lo afirman hasta los partidos socialistas democráticos y los de la socialdemocracia.
Queda en pie la inicua desigualdad social entre trabajadores que no es sólo económica sino también educacional y cultural y contra ella deben luchar las fuerzas políticas de cualquier color o ideología. Queda en pie la tiranía ejercida hoy por las multinacionales del dinero en todo el mundo creadoras de crisis que acaban poniendo de rodillas sobre todo a los más desfavorecidos.
Los pobres de Brasil no son hoy los que no tienen qué comer sino los que no recibieron educación y por ello nunca consiguieron un trabajo cualificado que les permita tener una renta digna.
Hoy el lema es la igualdad de oportunidades para todos, algo que se consigue sólo permitiendo que nadie se quede sin una preparación técnica o académica. Eso lo deben asegurar los gobiernos.
Podría parecer extraño, pero una decisión como el nombramiento del nuevo ministro de Economía o de Educación podría ser hasta más importante para los pobres que para los ricos. Ni en las mayores crisis económicas, los ricos acabarán tirados en la cuneta de la pobreza. Para la clase C, que empieza a sentir el gusto de poder saborear algunos, aunque pequeños, privilegios de la clase A y B, les basta descender un peldaño para precipitar de nuevo en el infierno de la pobreza o de la miseria.
Un punto más en la inflación o en el índice de intereses, unas décimas de crecimiento del PIB o una menor posibilidad de conseguir un buen empleo, acaba siendo, sin la menor duda, la mayor tragedia para las clases menos asistidas y más frágiles económicamente.
La clase C no vive de ideología; vive de sueños y esperanzas que se avivan no con una economía en crisis sino con un país creciendo
A los más pobres se les suele alertar contra el peligro de las privatizaciones, contra los empresarios y bancos ávidos de ganancias. Si ellos supieran economía entenderían muy bien que si quienes crean riqueza cruzaran las manos, si se hiciera una guerra contra los mercados, los primeros en sentir sobre su piel el latigazo de la crisis serían ellos por el simple motivo que son los más frágiles.
La clase C no vive de ideología; vive de sueños y esperanzas que se avivan no con una economía en crisis sino con un país creciendo, con sus riquezas mejor distribuidas, con una inflación que no les haga salir cada día del mercado con el malhumor del aumento de los precios o con la pesadilla al ir a dormir de no saber cómo pagar sus deudas o de perder el empleo.
El día que en Brasil esa clase C sepa de economía, los pobres serán más críticos e inconformistas. Sólo entonces los políticos se verán constreñidos a arrinconar sus viejos trucos para conquistar o comprar votos provocando la inútil división entre clases que no interesa hoy ni a los pobres ni a los ricos.
Hoy la riqueza se crea y administra entre todos juntos, con un país unido en la esperanza y en el derecho a poder defender ideas diferentes.
El viejo consejo de "divide y triunfarás", lleva en su entraña el sabor de la guerra. Sólo unidos en un mismo abrazo solidario, entre diferentes, sin que nadie pueda ser visto como enemigo por pensar de otro modo, los brasileños reconquistarán su gusto por la alegría y la amistad, valores que les son propios y que fueron tristemente humillados en las elecciones.
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