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Temporada alta para los esclavistas del siglo XXI

Conflictos como el sirio o eritreo disparan el número de personas que aspira a llegar a la UE

ANA CARBAJOSA (EL PAÍS)
Inmigrantes en el centro de detención de Zawiya (Libia), en mayo.
Inmigrantes en el centro de detención de Zawiya (Libia), en mayo.Sabri Elmhedwi (EFE)

Cuando Michel Dahoud decidió desertar del Ejército de Bachar al Asad, supo que no volvería a Siria en mucho tiempo. Su padre lo arregló todo. Vendió la casa familiar en el norte del país y entregó el dinero a un mujarreb, uno de los traficantes de personas, al alcance de cualquier desesperado dispuesto a pagar. “Mis padres lo vendieron todo en Siria para salvar mi vida”, contó Dahoud ya en suelo europeo. Por 12.000 euros, una red mafiosa multinacional le condujo por toda Europa hasta llegar a Suecia, su país de acogida.

Antes, tuvo que caminar durante la noche hasta Turquía, lloviendo, guiado por su mujarreb. Luego viajó 24 horas de autobús hasta Estambul, donde le encerraron en un piso. Pasados cinco días le soltaron en un bosque con una patera desinflada, unos remos y una bomba. En ese bosque pasó cuatro días sin comida y casi sin agua, escondido bajo un puente de los helicópteros y las motos de la policía de fronteras. “Hacía un frío terrible. Estábamos empapados, tiritando. Me estaba muriendo”. Por fin llegó a Atenas y desde allí, a Estocolmo.

En una embarcación con 450 personas a bordo interceptada recientemente la facturación rondó el millón de euros, según Frontex

Su hermano Milad y sus vecinos llegaron a Suecia por un camino similar. Como ellos, cientos de miles de refugiados e inmigrantes pululan como sombras por los bosques y los pisos patera de Europa camino de un destino seguro y de la mano de tupidas redes de traficantes de personas, que atraviesan su temporada más alta. Constituyen la versión macabra y clandestina de una agencia de viajes, que ahora hacen su agosto. Conflictos como el de Siria o el de Eritrea o la inestabilidad en Libia, principal teatro de operaciones de los traficantes, han disparado el número de personas que aspira a tocar suelo europeo. La máxima leninista de que “cuanto peor, mejor”, se cumple a rajatabla en el caso de las mafias. Cuantas más guerras y más hambrunas, más clientes. Cuanto más atestada y más peligrosa la patera, también más ingresos. Y paradójicamente, cuanto más se blinda Europa, cuantos más muros, perros policías y más selladas las fronteras, más necesarios se vuelven los traficantes para a sortear obstáculos.

Frontex, la agencia europea para el control de fronteras, calcula que más de 160.000 inmigrantes indocumentados han llegado a las costas de Europa —el 80% de ellos al sur de Italia— en lo que va de año. Esa cifra supone más del doble de los que llegaron en 2011, año récord por las primaveras árabes. La organización calcula que, por ejemplo, en una embarcación interceptada recientemente con 450 personas a bordo, la facturación rondó el millón de euros. La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) cifró a principios de octubre en 7.000 millones de dólares el negocio de los traficantes en las dos principales rutas: la de África hacia Europa y la de América del sur hacia el norte. “Observamos una tendencia al alza de la trata de personas por todo el mundo”, estimó Yuri Fedotov, director de la agencia de la ONU con sede en Viena.

Buena parte de los clientes, como Dahoud, huye de conflictos. “Nunca antes en la historia de la ONU hemos tenido tantos refugiados, desplazados internos y solicitantes de asilo”, dijo recientemente el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon en Ginebra. Y precisamente por eso, nunca antes las posibilidades de negocio habían sido tan atractivas para los que trafican con personas.

“Son negocios en los que trabaja mucha gente y están muy organizados. Falsifican muy bien la documentación”, explican fuentes policiales españolas

Las rutas, las tarifas y hasta los nombres de los mujarreb son conocidos. Una veintena de entrevistas a sirios llegados a Suecia basta para trazar con cierta exactitud las operaciones mafiosas. Los montan en barcos sobrecargados y los abandonan a su suerte. En el mejor de los casos les hacen pasar hambre, sed y miedo. En el peor, los secuestran, los torturan y a las mujeres las convierten en esclavas sexuales. Ya en Europa, los confinan en pisos patera. Trasladan a los necesitados en camiones en los que viajan agolpados como ganado. O en autobuses con las cortinillas corridas que cruzan Europa sin parar. O los sientan en un tren, con un pasaporte falso en la mano.

Todo el que lo necesita sabe cómo encontrar al mujarreb, una palabra que salpica las conversaciones con los recién llegados. Mujarreb es el término genérico en árabe. Luego hay subcategorías. Está el captador, el facilitador, el transportista y el alojador. “Son negocios en los que trabaja mucha gente y están muy organizados. Falsifican muy bien la documentación”, explican fuentes policiales españolas. Se organizan por nacionalidades: en Líbano, en Turquía, en El Cairo, en Milán se les ve en las estaciones de tren, de autobús y en las costas. “Son muy profesionales. Nuestro mujarreb cogía carreteras secundarias, se metía por los bosques. Cada 300 kilómetros parábamos en una casa vacía donde nos daban agua y un sándwich. Siempre el mismo. Todo estaba muy organizado”, asegura Souad, una maestra siria que llegó en patera. El viaje le costó a su familia 40.000 euros.

En Melilla resulta también sencillo recopilar información a las puertas del centro temporal de inmigrantes. Sirios y subsaharianos detallan su periplo. Unos han tardado meses y otros más de un año. Unos han pagado 500 euros por un pasaporte falso, otros 2.000. Unos han llegado en patera y otros cruzando un paso fronterizo. Unos han pasado meses en los bosques marroquíes a la espera de dar el salto y otros apenas semanas. Pero todos han necesitado a un mafioso con contactos para abrirles la puerta de su destino.

Michael Diedr, secretario general del Consejo Europeo para los Refugiados y Exiliados (European Council on Refugees and Exiles, ECRE) considera el éxodo sirio paradigmático de las contradicciones del sistema. “Es una perversión kafkiana, porque no hay para ellos prácticamente ninguna manera legal de viajar a Europa”, critica. “El resultado son miles de muertos, traumatizados y millones de euros para los bolsillos del crimen organizado, de traficantes de personas sin escrúpulos”.

Una de las claves del éxito mafioso es que forman un ecosistema vivo y versátil, que se amolda con facilidad a los cambios sobre el terreno. El levantamiento de los 12 kilómetros de valla en el lado griego de la frontera con Turquía y un mayor despliegue policial, así como la coordinación a través de Frontex, ha hecho que disminuya el número de indocumentados que cruzan la frontera greco-turca. Algo similar ha sucedido con la frontera entre Turquía y Bulgaria, mientras que se ha registrado un fuerte aumento entre los que intentan pasar desde Serbia a Hungría, según la agencia. Libia sigue siendo el gran punto de salida para inmigrantes y refugiados.

Meron Estefanos es probablemente una de las personas que mejor conoce el modus operandi de las mafias, en particular de las que trafican con eritreos. Unos 4.000 eritreos huyen cada mes del país, según Acnur. Estefanos dirige un programa de radio en Estocolmo muy conocido en Eritrea desde el que advierte a sus compatriotas de los peligros del camino. Si hay peligro, la llaman. Su teléfono no para de sonar. Cuando hay un naufragio ella avisa a la marina italiana, que acude al rescate. Estefanos apunta un factor adicional que contribuye a la buena salud financiera de las mafias. “Desde la tragedia de Lampedusa [cuando 366 personas murieron en alta mar el pasado octubre], los italianos rescatan a casi todo el mundo. Antes había mucha burocracia y todo era lento. Ahora, no. Eso hace que los traficantes arriesguen mucho y metan a mucha gente en barcas pequeñas, porque saben que probablemente los salvarán. El negocio ahora es mucho más rentable”.

La Fortaleza Europa es beneficiosa para los contrabandistas

Michael Diedring

Más de 23.000 refugiados e inmigrantes han perecido ahogados desde el año 2000 mientras intentaban cruzar el Mediterráneo. Sólo este año, se calcula que han sido casi 3.000, y la cifra sería mayor si Italia no hubiera puesto en marcha la operación de rescate Mare Nostrum, cuya continuidad está ahora en la cuerda floja.

La política comunitaria de no utilizar vías legales de entrada en la UE hace que millones de euros acaben en los bolsillos de contrabandistas sin escrúpulos y que se jueguen la vida en peligrosos viajes muchas personas que huyen de la guerra y la opresión y pretenden ejercer un derecho fundamental reconocido en toda la Unión Europea: el derecho de asilo. Este mismo mes, una vez más, los ministros de la UE reiteraron su compromiso de intensificar los esfuerzos para luchar contra el contrabando de personas y concretaron otras iniciativas como restringir el tráfico de barcos procedentes de Túnez y Egipto con el fin de “evitar peligrosos viajes por mar”.

Para que cualquier propuesta de “evitar peligrosos viajes por mar” tenga resultados, debe examinar los motivos por los que los refugiados emprenden esos viajes hacia Europa. No tienen más remedio. ¿Por qué abandonan sus países? Alrededor de la mitad de los que llegaron en barco a Italia este año son eritreos, que huyen de un régimen represivo, y sirios, supervivientes de una pesadilla sin fin.

Si tienen que huir de sus hogares, ¿por qué no permanecen en sus regiones? Lo hacen. Las regiones en vías de desarrollo acogen a la inmensa mayoría de los refugiados del mundo, el 86%. Según ACNUR, es la cifra más alta de los últimos 22 años. Por ejemplo, la mayoría de los refugiados eritreos residen en Sudán y Etiopía, mientras que Líbano, un país de poco más de cuatro millones de habitantes, alberga a más de un millón de refugiados sirios. Con esos países tan abarrotados y con la escasez de dinero dedicado a dar respuesta humanitaria a la crisis de Siria, algunos refugiados se ven obligados a trasladarse a otros lugares. Irak es peligroso, Libia vive una situación de anarquía y Egipto no reconoce el asilo y no acepta a los refugiados.

Nadie se metería con sus hijos en un barco que sabe que se puede hundir si tuviera otra opción. No pueden llegar a la UE sin visado y, si lo solicitan, se lo van a negar. Aparte de unas limitadas posibilidades de asentamiento, los refugiados no tienen forma legal y segura de entrar en la Unión. Incluso los que tienen ya a familiares en Europa y necesitan refugio urgente se quedan la mayoría de las veces sin poder reunirse con sus seres queridos debido a los complejos procedimientos administrativos.

Sin embargo, la máxima ironía es que, una vez en territorio europeo, las leyes nacionales e internacionales obligan a proteger a esos refugiados. ¿Por qué deben arriesgar sus vidas niños y adultos cuando existe casi la seguridad de que van a recibir la protección que merecen en cuanto crucen las fronteras de la UE?

Las terribles circunstancias en que se ven forzados a vivir y la imposibilidad de viajar de forma legal hasta un lugar seguro son lo que lleva a los refugiados a ponerse a merced de criminales y alimenta el mercado del contrabando. Mientras los traficantes tengan el monopolio de dar a quienes necesitan protección la única oportunidad de alcanzarla, el negocio seguirá floreciendo.

Michael Diedring es el secretario general del Consejo Europeo para los Refugiados y Exiliados (ECRE).

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Sobre la firma

ANA CARBAJOSA (EL PAÍS)
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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