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Columna
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Vulnerables

La respuesta internacional a la crisis del ébola está llegando tarde y solo tras el contagio sufrido por víctimas occidentales

Francisco G. Basterra

“Os olvidasteis de África, pero África no os olvida”. El Roto sintetizaba así en su viñeta el miércoles en las páginas de este periódico la tragedia de la crisis del ébola. La extrema desigualdad, creciente, la vulnerabilidad del primer mundo a pesar de su fuerza económica y tecnológica, la confirmación de que vivimos en un pequeño mundo sin fronteras.

Hace solo unas pocas semanas asistíamos al estallido del ébola en África Occidental como algo ajeno a nosotros, propio del mundo subdesarrollado, material útil para que el cine de Hollywood nos entretuviera con catástrofes pandémicas en 3D.

Pero el virus, todavía sin cura, ha llegado a España, ha matado a dos compatriotas que trataron de atajarlo en África e infectado a una enfermera que, voluntariamente, se prestó a paliar el final de una de las víctimas. También ha cruzado el Atlántico, introduciéndose en el corazón de EE UU.

Las víctimas mueren solas, sin nadie que compasivamente les sostenga la mano, y su última mirada es para un extraño embutido en un traje espacial. Somos una aldea global, los gérmenes siempre han viajado, el problema es que ahora lo hacen a la velocidad de un avión a reacción. Los expertos aseguran que estamos ante el mayor reto sanitario desde el sida, y no podemos garantizar que el riesgo sea cero hasta que la epidemia, que ha causado ya más de 3.800 muertes, 232 de ellas de médicos y personal sanitario, esté controlada en África. El miedo se expande incluso más rápido que la propia enfermedad. Pero no estamos en la Edad Media ni ante una peste que no pueda detenerse.

La respuesta internacional coordinada está llegando tarde y solo tras el contagio sufrido por víctimas occidentales. “Falla miserablemente”, según el presidente del Banco Mundial. La infección en agosto de un médico y un cooperante de EE UU despertó a la primera potencia, cuando ya la epidemia cumplía cinco meses y el virus había saltado desde las aldeas de Guinea, Sierra Leona y Liberia a las capitales, donde está atrincherado, según la Organización Mundial de la Salud. Los discursos y los diagnósticos realizados desde los centros de poder se contradicen con las necesidades apremiantes sobre el terreno: Liberia, 1 médico por 100.0000 habitantes, y un sistema sanitario inexistente, EE UU 240, y España, 390.

¿Poner en cuarentena a África Occidental? Blindar las fronteras es un espejismo: la solución no es impedir la llegada de los otros, sino atajar en lo posible los problemas en su origen.

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Mientras las grandes farmacéuticas y el sector público encuentran una vacuna, batallar en África con lo mejor que podamos enviar, incluido el Ejército, como ha hecho Obama para instalar 17 centros de tratamiento con 100 camas cada uno, incluidos laboratorios móviles y transporte aéreo. China, uno de los primeros inversores en África occidental, manda un laboratorio con 59 especialistas y 175 médicos.

¿Y España? Acurrucada en su ébola interior sin ni siquiera un centro nacional de enfermedades infecciosas digno de tal nombre. Salvada por el esfuerzo impagable de sus misioneros y voluntarios civiles. Somos vulnerables.

fgbasterra@gmail.com

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