Ni maquillaje ni tacones
Las restricciones a las mujeres no impiden que algunas musulmanas europeas se unan al EI
Sólo hay hombres en el organigrama del Estado Islámico (EI). De hecho, su ideología niega a la mujer al obligarla a ocultarse bajo un manto negro que sólo deja ver los ojos y prohibir que salga a la calle sin la compañía de un varón. Aún así, hay mujeres que se sienten atraídas por ese modelo brutal. Su presencia en las redes sociales indica que varios cientos de musulmanas del Reino Unido a Malasia, pasando por Francia y Chechenia, se han unido al grupo reforzando su narrativa de que no es organización terrorista sino un Estado para todos los musulmanes.
“Preferimos hacer un camino más largo para evitar los controles del EI”, declara sin embargo Muna, una joven siria de 20 años que vive en Qudsaya, a apenas siete kilómetros de Damasco. Una vez a la semana, ella y su compañera Hana, de 21 años, viajan a la capital para colaborar con una ONG local. El trayecto les lleva 50 minutos debido a que tienen que cruzar varios puestos rebeldes y del Ejército.
“Los del EI dan miedo”, apunta Hana a quien ya le han parado en dos ocasiones. “La primera para reprocharme que fuera maquillada, y después porque llevaba pantalones”, explica. “Te avisan dos veces, a la tercera te detienen”, añade Muna. Los rumores de jóvenes detenidas en los controles han hecho cundir el pánico y las dos chicas aseguran que sus amigas cristianas hace tiempo que se ponen un pañuelo para evitar que les echen el alto.
Solo pueden trabajar las ginecólogas, enfermeras y maestras de niñas
Una circular que los yihadistas distribuyen en las ciudades bajo su férula también prohíbe el uso de tacones y amenaza con “severos castigos corporales” a quienes violen el estricto código vestimentario. El pasado febrero el EI formó en Raqqa una unidad femenina de la policía moral, la Brigada Al Khansaa, para “escarmentar a las que no cumplan la ley”.
La imposición del velo es sólo el aspecto externo del confinamiento de las mujeres en el autoproclamado califato. En los territorios bajo su mando, les ha prohibido trabajar fuera de casa salvo como ginecólogas, enfermeras y maestras de niñas. Aún con esa perspectiva, tiene seguidoras. Al menos, en las redes sociales.
Posan, no se sabe si sonrientes, completamente cubiertas, con pistolas, rifles, cinturones explosivos o, en el caso más demencial, con una cabeza recién cortada. Tuitean animando a otras a unirse al EI. E incluso hay una médico de Malasia de 26 años, que romancea su matrimonio con un yihadista en Diario de una viajera. Pero sea cual sea el atractivo que esas imágenes tengan para algunas jóvenes, aventureras o descerebradas, no representan la realidad de la vida que les espera.
“Seré directa… no hay absolutamente nada para que las hermanas participen en Qitaal [combate]… No amalia istishihadiya [operaciones de martirio (sic)] o un katiba [batallón] secreto de hermanas. Eso son todo rumores”, escribe Aqsa Mahmood, de 20 años, en su página de Tumblr.
Melanie Smith, del Centro para el Estudio del Radicalismo en el King’s College de Londres, estima que dos centenares de mujeres occidentales se han unido al EI. Según esta investigadora, que sigue las andanzas de 21 británicas en internet, su media de edad ronda los 19-20 años. Alguna española lo ha intentado. Para Sasha Havlicek, del Institute of Strategic Dialogue, esas chicas tienen un papel importante en la estrategia de comunicación del EI al reforzar su pretensión de que lucha contra una sociedad decadente y moralmente corrupta, que no respeta a las mujeres.
Los radicales quieren que se casen, cuiden la casa y procreen
Pero lo que el EI espera de ellas es que contraigan matrimonio, cuiden la casa y procreen. A su llegada, a no ser que estén casadas, se las envía a vivir con otras mujeres.
“No todas pueden vivir en el mismo lugar que su marido, ya que hay zonas seguras y zonas peligrosas”, advierte la autora del diario citado. En cualquier caso “el Estado provee todo lo básico como cocina, sartén, cazuela, utensilios y si consigues un horno y un frigorífico, considérate bastante afortunada”. También les abastecen de alimentos mensualmente. “Para ser sincera, a veces no duran un mes”, admite.
Su día a día, según cuenta Mahmood, “gira en torno a las tareas habituales de una ama de casa normal”. Además de limpiar y cocinar, acuden a clases de religión. Apenas salen a la calle, a no ser que les acompañe un hombre al mercado o a alguna tienda, aunque ocasionalmente también cuelgan imágenes en las que se les ve tomando un zumo. “La verdad es que es vivir sin un hombre aquí es realmente difícil”, confiesa la joven de Glasgow.
Con información de Natalia Sancha.
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