La ‘sharía’ controla toda la sociedad
Los yihadistas prohíben las armas y el consumo de drogas, alcohol y tabaco Su ley establece castigos como la amputación de manos o la lapidación
A los yihadistas del Ejército Islámico (EI) les precede su fama. Las imágenes que ellos mismos distribuyen de degüellos, ejecuciones en masa y otras atrocidades son suficientes para que mucha gente salga corriendo ante la sola noticia de su avance. Además, tanto en Raqa como en Mosul han acabado con cualquier oposición organizada antes siquiera de tomar el control. Luego recurren tanto a la cooptación como a la coerción para garantizarse el control social.
Lo primero que hacen los combatientes del EI cuando conquistan una localidad es desfilar por sus calles ondeando la bandera negra que se ha convertido en su seña de identidad. Pero esa exhibición de fuerza minuciosamente calculada va acompañada de otros gestos. Casi al mismo tiempo, los milicianos organizan sesiones de catequesis en las mezquitas locales, en las que también se ofrece comida a los asistentes. Es una forma de congraciarse con la población, o al menos no provocar su inmediato rechazo.
Poco después difunden a través de las mezquitas la llamada Carta de la Ciudad, una especie de código de comportamiento. De acuerdo con su particular interpretación de la ley islámica (Sharía), se prohíben las armas y las banderas que no sean las del EI, y el consumo de drogas, alcohol y tabaco; se establecen castigos físicos como la amputación de manos a los ladrones o la lapidación de los adúlteros, y se estipula que las “mujeres deben vestirse con decoro”, un eufemismo para el velo integral que cubre la cara (niqab), y no salir a la calle sin la compañía de un varón.
Esas normas recuerdan al puritano modelo social que los talibanes impusieron en Afganistán. Como aquellos, el EI también ha instaurado patrullas morales, conocidas como Hisba Diwan, para asegurarse de que no se violan sus preceptos. Y quien lo hace, lo paga. Sin piedad. Con toda la fiereza de una legislación salida del Medievo en la que además de aplicarse castigos crueles, no hay protección contra las detenciones arbitrarias, presunción de inocencia, derecho a un abogado defensor o recurso de apelación.
Pero para unas poblaciones que han sufrido décadas de brutal dictadura seguidas del desgobierno de unos Estados que hace tiempo dejaron de protegerles, no importa tanto la dureza del sistema penal como el hecho de que sea consistente y efectivo. Frente a la arbitrariedad y el desorden anteriores, el EI impone reglas claras y si uno las sigue, está a salvo. Incluso el califato es mejor que la anarquía que le ha precedido. Aunque a la larga su dureza pueda despertar rechazo, a corto y medio plazo los tribunales islámicos son relativamente populares porque resultan más rápidos y menos corruptos que los que existían hasta ahora.
Las ejecuciones y las amputaciones se hacen en la plaza principal, a la vista de todo el mundo. Pero también llevan a cabo castigos extrajudiciales, como el asesinato en masa de enemigos capturados en combate o las campañas contra activistas civiles o líderes locales. Tal ha sido el caso de la abogada y defensora de los derechos humanos Samira Saleh al Naimi, a quien un grupo de enmascarados fusiló el pasado lunes en Mosul, tras haber denunciado el daño que el EI está haciendo a su ciudad. Dos meses antes, la obstetra, Ghada Shafiq, fue asesinada por negarse a trabajar con guantes y niqab.
No obstante, en el día a día, lo que más desgasta a la población son los pequeños roces e intromisiones en su vida privada, sobre todo las humillaciones en puestos de control y patrullas de barrio. Un ejemplo, los hombres del EI revisan los móviles en busca de imágenes o canciones impuras, obligando a borrar todo lo que no sea religioso.
Con información de Natalia Sancha, José Miguel Calatayud y Óscar Gutiérrez.
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