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Columna
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Libre comercio y sanciones

Las represalias económicas no son eficaces a corto plazo por lo que su resultado es incierto

Cuando la diferencia de poder es grande cabe utilizar la fuerza armada, como en la reciente destrucción de Gaza, pero la posibilidad de recurrir a la violencia queda eliminada cuando el choque se produce entre potencias nucleares.

La tentación entonces es recurrir a represalias económicas que pocas veces se aplican, pues, los Estados más débiles, al contar con ellas, se pliegan sin más a los intereses de los poderosos. En los casos en que por el mayor equilibrio de fuerzas esto no ocurriera, echar mano de las sanciones económicas plantea no pocas dificultades.

De entrada, se infringen postulados fundamentales del modelo económico. En este caso, la opinión de Ricardo sobre las ventajas que el comercio libre comportaría para todos. Separar la economía de la política es un principio constitutivo de la economía liberal que, al menos en teoría, casi todos defienden. ¿Cómo se explica entonces que se acuda a represalias económicas para forzar, o castigar, comportamientos políticos?

A primera vista, uno no se libra de la sospecha de que la llamada economía de mercado sea en el fondo una economía oligopólica de los grandes consorcios que imponen precios y condiciones, así como el comercio internacional llamado libre esté mediatizado por reglas y relaciones de poder, que lo hacen todo, menos libre. De ahí las muchas dificultades que haya que vencer para alcanzar a acuerdos en la Organización Mundial del Comercio, que a menudo solo ratifica ventajas para los poderosos.

En este entramado sí se entiende que puedan establecerse medidas económicas represivas para impedir o castigar comportamientos que desde los intereses de una determinada potencia los califique de inaceptables.

Cierto, la convivencia internacional necesita de reglas que todos respeten, contando además de mecanismos para imponerlas. Justamente, esta doble función la cumplen el derecho internacional y el Tribunal internacional de Justicia de La Haya, que Estados Unidos dejó de aceptar en 1984 en su conflicto con Nicaragua.

La todavía primera potencia mundial, que suele saltarse el derecho internacional en la persecución de sus objetivos, sin el menor reparo enjuicia, como juez y parte, el comportamiento de Rusia en la cuestión ucraniana y dicta sentencia condenatoria, estableciendo los costos económicos que tendrá que pagar por su comportamiento.

El efecto inmediato es que Rusia reaccione con medidas del mismo tenor contra los países que apoyen las medidas dictadas por Estados Unidos. Al no ser significativas sus relaciones comerciales con Rusia poco le atañen, pero sí, en cambio, a los países europeos que, en último término, son los que pagan los costos de la operación.

Hay que añadir, sin embargo, que las relaciones entre Estados Unidos y Rusia son decisivas en dos temas clave: la conquista del espacio y el desarme nuclear. Al comienzo de su primera legislatura, Obama ya subrayó la importancia primordial de esto último, pero ante la imposibilidad de romper el núcleo central de poder que gobierna Estados Unidos por encima de las instituciones, o dentro de ellas, como tantas otras propuestas, ha tenido también que echarla al olvido.

En la mayor o menor asunción de las represalias ha quedado patente la distinta presión que ejerce Estados Unidos sobre los distintos Estados europeos. Algunos como Hungría, Eslovaquía, o la República Checa, han levantado tímidamente la voz, pero Alemania, que es la que más se beneficiaba de sus relaciones con Rusia —recibe energía de la que carece, que a su vez permite a Rusia importar bienes industriales de Alemania— se ha puesto a la cabeza en el seguimiento de la política impuesta por Estados Unidos, poniendo de manifiesto su total dependencia. Es un tema de suma importancia para los europeos del que habrá que ocuparse con algún detenimiento.

Lo que más llama la atención en este asunto es que se haya puesto en marcha una política de represalias económicas, cuando a corto plazo no suelen ser eficaces. El castigo que impongo, lo pago de inmediato con el que recibo. Si le he quitado un ojo, ha sido al precio de quedar yo también tuerto.

Las medidas surten efectos si duran mucho y van en aumento, pero ya en un tiempo en que probablemente las relaciones se planteen en otros términos. Un buen ejemplo es el bloqueo de Cuba, con sus altos costos y mínimos efectos políticos.

En suma, las represalias económicas tardan mucho en ser eficaces, lo que las convierte en una política altamente incierta en sus resultados. A menudo solo muestran la impotencia del que las toma.

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