“Nuestros vecinos árabes se han unido al Estado Islámico”
La ofensiva yihadista reaviva las tensiones entre kurdos y árabes en Irak
Majmur es un pueblo fantasma. El calor del mediodía hace pensar que sus habitantes sestean. Pero no sólo las cancelas están cerradas, tampoco hay coches en las calles, ni se oyen niños. Aunque hace una semana que las fuerzas kurdas (peshmergas) recuperaron la localidad de manos del Estado Islámico (EI), la mayoría de sus habitantes no se ha atrevido a regresar. El actual conflicto ha reavivado las tensiones entre kurdos y árabes iraquíes, y los yihadistas aún están a una veintena de kilómetros.
“¿Cómo voy a traer a mi familia en estas condiciones?”, plantea Ismail Husein mostrando el agujero causado por un obús de mortero en el techo de la segunda planta de su casa, una modesta construcción de paredes y suelo de hormigón.
Ni Husein ni su familia estaban allí cuando impactó el proyectil. Como el resto de los 13.000 habitantes de la comarca, escaparon en la noche del pasado día 6 ante la proximidad de los milicianos del EI. “En cuanto oímos los bombardeos, nos fuimos a Erbil a casa de mi hermana”, explica este jubilado que ha vuelto para tantear la situación.
La capital de la región autónoma de Kurdistán se encuentra a 54 kilómetros hacia el noreste. De ahí el pánico que despertó en los dirigentes kurdos tener a los yihadistas a sus puertas. Sin embargo, también los peshmergas se retiraron inicialmente. Tal vez eso explique que, salvo en el bazar, donde luego se harían fuertes los radicales del EI, apenas haya huellas de combates y predominen los impactos de artillería.
“Nos replegamos porque al oeste hay numerosas aldeas árabes de las que desconfiamos; temíamos que nos atacaran por la espalda”, explica un combatiente kurdo que no se identifica, mientras dibuja en el mapa de la periodista una media luna alrededor de Majmur.
Lo ocurrido sólo alimenta el recelo que la población kurda siente hacia sus vecinos árabes. Majmur, como otras zonas en las lindes del Kurdistán iraquí, fue objeto de un proceso de arabización bajo la dictadura de Sadam Husein. Muchos de sus habitantes se vieron obligados a marcharse. Para complicar más la historia, durante la guerra civil kurda (1994-1997), Saddam ayudó al Partido Democrático (PDK) frente a la Unión Patriótica (UPK) y a cambio, incorporó esta comarca a la vecina provincia de Nínive.
Hasta que en 2003, la Operación Libertad para Irak permitió que los kurdos regresaran a sus casas, y supuso la expulsión de numerosos árabes. A ojos de éstos, también convirtió a los kurdos en colaboracionistas de los estadounidenses.
En el centro de operaciones militares de Majmur, un contenedor en el patio de la sede local del PDK, su responsable, Nazad Ali Fatem, asegura que no tienen “nada contra los árabes” y que su lucha es ”contra los terroristas”. Sin embargo, para muchos de sus hombres no cabe duda de que los vecinos árabes simpatizan con los yihadistas y les han vendido.
Muchos kurdos temen que los árabes formen células durmientes dentro de Kurdistán tras la contraofensiva para expulsar al EI. Por ahora, las autoridades han logrado contener el malestar. La policía se apresuró a disolver unas pequeñas manifestaciones antiárabes tanto en Erbil como en Gwer, un pueblo mixto a medio camino entre la capital y Majmur, que también fue tomado brevemente por los radicales.
“Apoyan al EI. Personas que conozco y con las que mantenía buenas relaciones se han unido a ese grupo. Actúan con hipocresía”, asegura Tawfiq Fars, un enfermero que se ha alistado como voluntario para defender su pueblo. “No creen en la coexistencia”, interviene otro peshmerga que no da su nombre.
Como prueba, mencionan que ninguna de las 25 familias árabes que quedaban en Majmur se fue cuando entraron los extremistas, y sin embargo ya no estaban en el pueblo cuando lograron echarles. La idea de que, como en Gwer, hayan escapado por temor a las represalias después de que los invasores saquearan las casas no les convence. “Uno de ellos fue nombrado alcalde por el EI”, apunta Tawfiq.
Más tarde, un soldado mostrará la casa del efímero regidor, la única claramente vandalizada entre todas las de la calle. Cuando pregunto quién lo ha hecho, me responde que “la gente”. Pero no hay gente en Majmur. No todavía. Aunque kaka Nazad, como todos llaman respetuosamente al comandante local, estima en un 25% los retornados, a primera vista no son tantos. Sólo los peshmerga se mueven con confianza por las calles desiertas. Todos van armados.
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