Buitres y política exterior
No se vislumbra si Cristina Kirchner busca evitar la catastrofe economica o si prefiere salvaguardar sus consignas vacías
El gobierno argentino tiene razón en la descripción del problema. Los buitres representan el ocho por ciento de los acreedores que no se acogieron a la reestructuración en 2005 y en 2010. Compraron papel de deuda en default a centavos por dólar—de ahí lo de carroña—por una inversión total de 48 millones, el 0.1% de la deuda total. La sentencia de la corte de Nueva York les otorga un cobro de 1.600 millones de dólares, o sea, una ganancia de 3.300%, mientras que el 92% restante de los acreedores tuvo una quita de alrededor del 65% del capital. Un aluvión de demandas adicionales es plausible.
Si esta sentencia generara jurisprudencia, el capitalismo no podría funcionar como sistema. Un fallo similar en un concurso de acreedores de una empresa privada sería impensable. Un ocho por ciento de ellos jamás podrían revertir una sentencia de quiebra…para luego volverla a quebrar, además. Esa es la metáfora del juicio de los buitres. Los países no quiebran, pero las reestructuraciones de deuda son los equivalentes funcionales. De otro modo el sistema de pagos internacionales colapsaría.
Por eso, Cristina Fernández de Kirchner también tiene razón cuando critica al juez Griesa. Y la tiene cuando habla—aunque a veces discurra—de los efectos nocivos de la especulación financiera en el sector real de economía de los países pobres; y en los que no son tan pobres también, en realidad. Por ejemplo, como sucedió en la crisis de la tasa subprime en 2008, una monumental operación financiera en hipotecas de propiedades cuyo valor real terminó siendo inferior a la deuda—es decir, incobrables—y que destruyó el sistema crediticio.
Pero tener razón también puede ser la receta para el fracaso, sobre todo cuando esa certeza se traduce en probidad y en una auto-otorgada superioridad moral. Eso ha sucedido con todos los temas importantes de la política exterior del gobierno Kirchner. La retórica desafiante con el Reino Unido por las Malvinas, la confiscación de la Repsol española (recién ahora compensada), el bloqueo a Uruguay por la papelera Botnia, la negativa a acordar con la minera brasileña Vale el giro de utilidades, tanto como con la aerolínea chilena Lan el hangar y las rutas, la confiscación de elementos dentro de un avión militar estadounidense por parte del mismísimo canciller, todos son ejemplos de una política exterior justificada siempre en términos de “tener razón”.
Estos ejemplos también identifican un unilateralismo insostenible, que ignora normas básicas de convivencia dentro del sistema internacional. Y que además ha sido siempre acompañado de una innecesaria agresividad frente al micrófono, útil para irritar a los demás y mostrar ignorancia acerca del funcionamiento de otras naciones. Cuando el gobierno dice que el juez Griesa falló por la presión del gobierno de Obama, se trata de una proyección de cómo es en Argentina o, mejor dicho, cómo le gustaría a Cristina Fernández de Kirchner que fuera en Argentina. No por nada el mismo vicepresidente está acusado de corrupción.
Para Cristina Fernández de Kirchner el mundo está profundamente equivocado y se ha confabulado contra quien tiene razón: ella misma. Y ahora, cuando Argentina verdaderamente tiene razón, ahora es tarde y “le cobran”. La probidad se ha convertido en miopía. En su fallo erróneo, el Juez Griesa tuvo mucha razón sin embargo en una observación: que Argentina no respeta las reglas del juego. En realidad, este gobierno ni siquiera respeta las reglas que establece por sí mismo, como la competencia de los tribunales de Nueva York para dirimir cualquier conflicto de deuda. Ese rechazo a jugar con las reglas no ocurre solo en relación a España, Estados Unidos o los buitres, supuestas “metrópolis”. También es el caso, por cierto, cuando se trata de Brasil, Uruguay y de Chile, los vecinos más próximos y, en teoría, los socios y aliados más cercanos.
Puesto el gobierno argentino entre la espada y la pared, es decir, entre un nuevo default que derrumbe la economía o un pago que desvanezca once años de retórica, no está claro que sucederá. No se vislumbra si Cristina Fernández de Kirchner busca evitar la catástrofe económica o si prefiere salvaguardar sus frases hechas y sus consignas vacías extraídas de algún dogma de cuando era estudiante. En este intento de recrear la peor teoría de la dependencia de los sesenta, débil para el siglo XX y carente de sentido en el mundo del siglo XXI, Argentina está otra vez jugando a la ruleta rusa.
Mientras tanto, esta semana el gobierno se las arregló para lograr lo que les fue negado a los estudiantes venezolanos asesinados y a los líderes políticos perseguidos por Maduro: una sesión abierta, pública y televisada del Consejo Permanente de la OEA. Como era de esperar, allí hubo mucha retórica anti-imperialista—otra perla arqueológica—y un ataque frontal al sistema judicial estadounidense, tal vez para consumo interno.
Fue menos visible, sin embargo, la voluntad de los demás países de defender la posición argentina arriesgando el pellejo propio. Al final del día, la realidad, aun para los aliados más próximos, es que el gobierno argentino es muy incierto e impredecible como para rasgarse las vestiduras por él. La moraleja de esta década, en definitiva, es que Argentina es un país aislado y solo. Los tres gobiernos Kirchner le han puesto mucho empeño en que ello ocurra. Y eso se está pagando hoy, y con creces.
Twitter @hectorschamis
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