Arepa
Nicolás Maduro y Hugo Chávez se acercan al delicado velo entre ficción y realidad en la literatura de Jorge Ibargüengoitia
En su novela Maten al león (1969), Jorge Ibargüengoitia inventa la isla de Arepa, “en forma de círculo perfecto, de 35 kilómetros de diámetro; 250 000 habitantes, unos negros, otros blancos y otros indios guarupas. Exporta caña, tabaco y piña madura. Su capital es Puerto Alegre, en donde vive la mitad de la población. Después de luchar heroicamente por su independencia durante 88 años, Arepa la obtuvo en 1898, cuando los españoles se retiraron por causas ajenas a su voluntad.” La novela está ambientada en 1926, cuando el Mariscal de Campo Manuel Belaunzarán, otrora Héroe Niño de las Guerras de Independencia y único sobreviviente de las mismas, llega al final de su cuarto o quinto periodo en el poder y se prepara para heredarle su trono al vicepresidente Agustín Cardona (que en realidad, no da una). En un momento inolvidable de su trama, el mandamás Belaunzarán le despeja el camino a Cardona al eliminar a su posible contrincante en los próximos comicios: “Ahora sí, Agustín, si no ganas estas elecciones, sin contrincante, es que no sirves para político, ni para nada (…) Ya te quité al enemigo. Y con un poco de suerte, hasta acabamos con su partido, porque si las cosas salen como tenemos pensadas, los moderados van a quedar más desprestigiados que mi santa madre”.
Uno lee a Ibargüengoitia y se derrumba el delicado velo entre la ficción y la increíble realidad que nos rodea: desfilan entonces imágenes fijas de la heroica campaña presidencial de José López Portillo, candidato único a la presidencia de México para el período 1976-1982, que ganó –según recordaría con lágrimas—“y hubiera ganado con tan sólo el voto de mi madrecita” y, ¡cómo no recordar los muchos momentos eléctricos del Comediante Hugo Chávez, en constante y desesperada búsqueda de una épica que se le escapaba como el tono de ciertas rancheras! Parecería que Nicolás Maduro tiene la encomienda surrealista de superar a su predecesor y si no se tratara de una tragedia, parecería que estos días son el enrevesado escenario donde se decanta una comedia inconcebible:
El presidente de un paraíso de vegetación y petróleo, otrora eterno territorio de las ganadoras infalibles de todo concurso de belleza, mítico paisaje del legendario Simón Bolívar… bueno, pues el presidente apenas asume funciones asegura que su predecesor ha reencarnado en pájaro y que intercambió con él algunos silbidos que garantizan la feliz continuidad de la llamada Revolución Bolivariana inventada por el Comediante Chávez, hoy ave. Luego, el presidente afirma creer en que la mancha de humedad reflejada en un muro del Metro de Caracas es en realidad el místico retrato del Comediante Chávez, que se aparece como confort para paseantes o aliento de transeúntes. Más adelante, el presidente Maduro evade caer en comparaciones que buscan emparentarlo con el Profesor Jirafales de la cívica serie “El Chavo del Ocho” y logra abatir todos los rumores o inferencias que insidiosamente insinuaban que en realidad había nacido en Colombia y cualquier diría que poco a poco ha ido asentándose en el poder que le heredó su predecesor si no fuera por mínimos detalles curiosos, como el hecho inexplicable de que el presidente Maduro no habita la Residencia Presidencial, pues ese palacio lo ocupan el vicepresidente Jorge Arreaza, esposo de Rosa Virginia y cuñado de María Gabriela, hijas mayores de Hugo Chávez.
Cualquiera podría creer en el ánimo fraternal y amoroso con los que el presidente Maduro exhortaba con invocaciones a los corazones rojos y ritos y cantos ecuménicos en su discurso del pasado día de los enamorados, si no fuera porque a la misma hora, en otro punto de la ciudad, se lanzaban bombas lacrimógenas, balas de hule y chorros de agua en una escalada en el plan de represión con el que su gobierno pretende callar el hartazgo de la mayoría de la población con su descabellado liderazgo y disfrazar la sinrazón de un error tras otro, la telenovela ya sanguinaria donde se han ido hilando locura tras locura, pajaritos incluidos y teorías de la conspiración hasta para justificar la escasez de alimentos, la ola de inseguridad e ingobernabilidad crecientes, la caricatura constante donde todos los voceros de su gobierno, pero incluso algunos de los muchos confundidos ciudadanos que lo apoyan, se transforman en adrenalina en busca de su personal épica, impostando la voz y sacando el pecho en un preocupante escenario que en realidad es mucho más doloroso de lo que puede inventar algún genio como novela.
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