La rebelión de los excluidos
Cuatro intelectuales discuten la naturaleza del fenómeno de los 'rolezinhos', analizan la respuesta del Estado y de la sociedad y hasta donde el movimiento puede llegar
Tras la ola de protestas sociales iniciada en junio del año pasado, comienza a dibujarse un nuevo fenómeno social en Brasil. Los rolezinhos comenzaron a acaparar atención cuando el pasado 7 de diciembre cerca de 6.000 jóvenes se reunieron a través de las redes sociales en el centro comercial Metrô Itaquera, en la zona este de São Paulo, una de las regiones más pobres de la ciudad.
El grupo, en su mayoría negros y mestizos, apareció en el centro comercial que se autodefine como un “emprendimiento para la nueva clase media”, vistiendo sus gorras y bermudas y oyendo funk. Desde aquel día, al menos otros cuatro rolezinhos, definidos por la policía como tumultos, se repitieron en diferentes grandes superficies del Estado con casos de robo aislados. En todos, causaron pánico entre los dependientes y compradores.
Brasil colecciona historias de discriminación en sus centros de consumo. El último mes de diciembre, un músico cubano negro consiguió una indemnización de 6.700 reales (2.800 dólares) porque la Justicia consideró que fue víctima de prejuicio al ser abordado y llevado a una sala por los vigilantes del centro comercial Cidade Jardim, el más lujoso de la ciudad, donde iría a actuar. En el año 2000, un grupo de habitantes de una favela de Río llegó en autobús a un centro comercial de la zona sur para mostrar a los medios como los dependientes y vigilantes de seguridad les recibían con prejuicio y “cara de asco”.
Pero el último fin de semana, el fenómeno traspasó la frontera de la periferia. La decisión de un juez de prohibir los rolezinhos y amenazar a sus practicantes con una multa de 10.000 reales (4.234 dólares), además de la represión policial vista en un nuevo encuentro de cerca de 1.000 jóvenes en el centro comercial Metrô Itaquera movilizó en las redes sociales a un sector de la clase media de todo el país reaccionario a la violencia policial. Los mismos que fueron reprimidos con balas de goma y gas de pimienta en las protestas de junio. Ahora, diez nuevos rolezinhos están marcados para las próximas semanas en apoyo a los jóvenes de la periferia, entre ellos uno en el JK Iguatemi, uno de los más caros de São Paulo que, con la decisión del juez pegada en sus puertas automáticas, bloqueó la entrada hasta a sus propios trabajadores el pasado sábado.
EL PAÍS entrevistó a cuatro intelectuales que reflexionaron sobre el fenómeno y discutieron su naturaleza, analizaron la respuesta del Estado y de la sociedad y apuntaron su posible rumbo.
PAULO LINS (escritor, autor de Ciudad de Dios)
"No veo nada de espontáneo en este fenómeno"
El rolezinho es una forma de llamarla atención en el hecho de que Brasil es un país racista y que demuestra que es una manifestación extremadamente política y organizada. No veo nada de espontáneo en este fenómeno. Creo que el debate público en la periferia de Brasil es muy grande. Desde los años 90, la música, la literatura, la poesía, el rap son muy políticos y esos jóvenes se conectan así con la política, escuchan a las personas hablar, debatir, yo incluso ya organicé varios debates con niños en las favelas. Los políticos no están percibiendo que la periferia está cambiando, que no acepta más los desmanes políticos. Hoy conversas con un joven de 15 años de la periferia y sabe todo lo que está sucediendo, presenta las mismas ideas que un joven del centro de la ciudad.
La respuesta de las autoridades ante el rolezinho no es novedad, siempre fue así. Si entraran cinco negros en un centro comercial los vigilantes se quedarán mirando, irán atrás. La policía brasileña es la que más mata a jóvenes negros. Todo el mundo sabe eso. Brasil es un país racista, como la mayoría de los países en Europa o como en los Estados Unidos, eso sucede en el mundo entero y los jóvenes de la periferia están cansados de ver eso. Una niña de 15 años que vivía en una favela recibió 1.000 reales (423 dólares) como regalo de cumpleaños de su padre para comprar un vestido. La expulsaron de las tiendas de marca y no consiguió comprarlo. Tengo una amiga francesa mulata, que llegaba en las boutiques de Ipanema y los dependientes querían echarla, hasta que oían el acento.
Pero el problema no es que las personas sean racistas, es que las instituciones sean racistas. No puedo cambiar el racismo personal, ahora, cuando es el Estado el que es racista tenemos un problema. Esa forma de racismo es la que causa la violencia. Una clase media inteligente va a entender que esa forma con la que tratan a esas niños en los centros comerciales es uno de los principales motivos que causan violencia.
La clase media tiene que abrazar esa causa para vivir en un país mejor. Robo y asaltos masivos siempre hubo en cualquier situación. Lo importante es que las personas que no hacen eso están allí también. Lo más importante para nosotros, para la prensa, debería ser el hecho político.
RUDÁ RICCI (doctor en ciencias sociales y autor de "Nas Ruas", sobre las protestas de junio)
"Quien está politizando este juego infantil es la policía"
Los rolezinhos nacen de dos sentimientos que se cruzan. El primero, fruto de la inclusión por el consumo provocado por el lulismo. No hubo inclusión social por la lucha por los derechos (motivada por movilizaciones y protestas sociales que, victoriosos, generarían identidad social y política) o por la política (fruto del compromiso sindical o partidario).
La inclusión por el consumo diseminó la idea de que el prestigio social se vincula a bienes adquiridos, si es posible, de los mejores. El segundo sentimiento es el resentimiento, fruto de la condición social de los habitantes de la periferia. No está directamente vinculado al patrón de consumo (varios de ellos poseen casas con televisiones de pantalla plana, celulares y zapatillas de última generación), pero sí al desinterés de los gobernantes (no poseen áreas o programas culturales o de ocio y son tratados con violencia por la policía) y, principalmente, por la discriminación de las clases medias tradicionales.
Por este motivo andan en multitud (más de 1.000 jóvenes en los rolezinhos), porque saben que en pequeños grupos, sufrirán discriminación. En grupos más grandes, toman el espacio que no los acoge con mucho entusiasmo. A partir de ahí, se trata de una acción infantil, ni siquiera adolescente: corren, "barbarizan" con gritos, una acción primaria de demarcación del espacio y una denuncia velada de la discriminación (finalmente, al hacer el bárbaro están reforzando lo que los que los discriminan ya explicitan con miradas de recriminación). No hay señal de enfrentamiento de clase. La señal es de agresividad, pero no de violencia (los freudianos sostienen que la agresividad es señal de defensa y normalidad, violencia es patología). Pero ahí, entran los políticos y la Policía Militar para politizar esta situación. Los políticos se preocupan con la reacción de la clase media, que aún creen que son formadores de opinión electoral (lo que no es un hecho en Brasil, desde 2006, según demuestran varios estudios sobre el proceso electoral).
Movilizan a la Policía Militar que no posee cultura de respeto a la diferencia social. Evalúan cualquier situación fuera del patrón de normalidad impuesto por estas áreas de consumo sofisticado como perturbación del orden. Y atacan, como en cualquier entrenamiento militar. Atacan al enemigo en potencia. Ahí, pueden estar politizando algo que es una reacción infantil.
De hecho, los rolezinhos generan una ruptura de dominio de territorio por una clase o comportamiento específico de clase. Pero no es más que una reacción infantil, de quien se siente discriminado y quiere estar allí y tener prestigio o reconocimiento que, como ya resalté, en nuestro país significa bienes de alto consumo. En pocas palabras: quién está politizando este juego infantil es la PM. Algo similar a lo que ya hizo en junio del año pasado. Y vimos en lo que desembocó.
ALBA ZALUAR (profesora del Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la UERJ)
"Creo que es un juego, no un movimiento social"
El rolezinho es un fenómeno, la discusión ahora es si es un movimiento. Creo que es un juego, no un movimiento social. Esos jóvenes necesitan diversión y están buscando una forma de divertirse. Lo que tiene que ser analizado es si su presencia en el centro comercial es perjudicial. Yo, si estuviera en un centro comercial, y encontrara un grupo de personas de cualquier clase social gritando, alborotando, me asustaría. Ellos deberían ir al parque, ¿por qué no van a Ibirapuera? Un centro comercial es un centro de consumo. Puede ser que, en el fondo, esa jueventud quiera perjudicar a cualquiera que consuma en esos centros comerciales y ahí ya no es uan broma y, sí, una forma de agresión a las personas por las que sienten aversión o envidia. En ese contexto, podríamos hablar de una lucha de clases, pero una lucha de clases sin mucho propósito. Lo que hay es que estimular que ellos se desarrollen, que hagan cosas creativas, para que salgan de la pobreza.
Creo que está habiendo una exageración, incluso por parte de los que quieren prohibir. Y el fenómeno está ganando un nuevo significado. Y eso es lo que yo me emía, que las cosas volvieran a lo que fue el año pasado, que se haga algo contra la policía, en esa perspectiva de las personas que son contra el sistema y que la policía es represiva y violenta. La policía brasileña es, sí, muy violenta. Pero no creo que es sea la manera de resolver la cuestión.
ROSANA PINHEIRO MACHADO (profesora de antropología en la Universidad de Oxford)
"De racismo cordial y velado no tenemos nada"
El rolezinho es un evento de jóvenes de la periferia en el que se reúnen para pasear en los centros comerciales de las ciudades, cantar funk y divertirse. En grupo, los jóvenes de la periferia siempre fueron a los centros comerciales. No es un proceso nuevo, a no ser por su dimensión e intencionalidad. Pero el rolezinho hoy es mucho más que eso: es uno de los más importantes fenómenos de la sociedad brasileña, no por el evento en sí, sino por su poder de reacción, entre amor y odio. Pocas veces tuvimos un momento tan especial para pensar Brasil como ahora.
Es muy difícil decir si son protestas conscientes. De alguna forma todas son. Hay una reinvindicación clara de ocupar espacios urbanos privilegiados, de sobresalir. Es un "basta" a la invisibilidad. Toda la protesta, en mayor o menor medida, es una reinvindicación al “derecho a la ciudad”, como diría el filósofo francés Henri Lefebvre.
Es un evento político consciente que tiene relación con otras prácticas de la periferia, como las pichações (tipología de graffiti creada por los jóvenes de la periferia), que tiene como objetivo marcar los espacios y transmitir un mensaje. Pero el grado de intencionalidad es imposible de definir: varía de grupo para otro, de una ciudad a otra.
El resultado político del rolezinho, sin embargo, es muy interesante, por el punto de vista de cómo se refleja en la sociedad brasileña, o por cómo ese reflejo vuelve hacia los grupos, que se van dando cuenta del tremendo papel político que desempeñan. Es un evento vinculado al culto del consumo de ostentación. En ese sentido, es importante evitar romancear y decir que se trata de un fenómeno de lucha de clases de izquierda. Por otro lado, el resultado de todo eso se parece a un proceso muy similar, aquel en el que las clases populares bajan de la favela y ocupan espacios que les fueron negados. Ahí entonces la sociedad reacciona, con rabia y rencor. La periferia siente en la piel la exclusión, siente que no es benvenida y así va tomando cada vez más consciencia de su papel político.
La programación de esos jóvenes no es nada nuevo tampoco. Por el Orkut o por el Facebook, jóvenes de la periferia siempre se reunieron para pasear en los centros comerciales y en las plazas. Ellos se reúnen porque eso forma parte de los procesos de pertenencia propios de la cultura juvenil de grupos urbanos.
Si tomamos en consideración que el rolezinho es un proceso y no algo nuevo, resulta difícil percibir una relación directa con los eventos del año pasado. Sin embargo, está claro que esa atmósfera de un Brasil injusto, que no puede callarse más, acaba afectando y dando una nueva dimensión al fenómeno que llega en un momento en el que la sociedad brasileña está dividiéndose. De un lado, una parte de la población se revela prejuiciosa, racial y socialmente, y pide más represión (desgraciadamente esa masa viene de todas las clases sociales). Eso no es nuevo. Solo que eso está quedando en evidencia y muestra al mundo que de racismo cordial y velado no tenemos nada: tenemos un sistema cruel y perverso. Al otro lado, donde yo creo que está la gran mayoría de la población, hay un sector con esperanza, cansado y sediento por democracia. Ese sector es el mismó que fue reprimido violentamente por la policía en junio de 2013, el que defiende a las poblaciones indígenas, que está en contra de los desahucios forzados por el Mundial y que, finalmente, entiende que los jóvenes de la periferia tiene derecho a ir y venir.
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