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El ídolo encapuchado se desvaneció

El ‘subcomandante’ Marcos mantiene un silencio mediático casi absoluto desde hace seis años y no asistió al 20 aniversario del alzamiento zapatista en Chiapas

Luis Pablo Beauregard
Simpatizantes piden un autógrafo al subcomandante Marcos en 1999
Simpatizantes piden un autógrafo al subcomandante Marcos en 1999Jorge Silva (AFP)

El 9 de febrero de 1995 el presidente de México, Ernesto Zedillo, dirigió un mensaje a la nación para anunciar que había ordenado la captura de los dirigentes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que se habían levantado en armas en Chiapas el 1 de enero de 1994 declarando la guerra al Estado mexicano. Aquella tarde de febrero un funcionario de la fiscalía sostuvo frente a las cámaras de televisión el rostro de un hombre cubierto por un pasamontañas. Tras ella había una fotografía de un hombre joven con barba. Su nombre, reveló, era Rafael Sebastián Guillén Vicente y su mirada casaba a la perfección con los ojos que se asomaban tras la máscara. Ese día el Gobierno mexicano intentó volver terrenal al subcomandante Marcos, la figura más importante del movimiento armado, que se había forjado un aura de leyenda en tan solo un año.

Resultó que bajo aquella capucha había un filósofo que había enseñado en la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM), un estudiante brillante, lector voraz e hijo de una pareja propietaria de tiendas de muebles.

Esta semana se celebraron festejos por el 20º aniversario del levantamiento. Los herméticos zapatistas abrieron a turistas nacionales y extranjeros las puertas a sus caracoles (las regiones que gestionan mediante las denominadas Juntas de Buen Gobierno). El mensaje que querían dar era claro: el movimiento sigue vivo. La fiesta fue un espacio de permisividad donde se tomaron fotografías y se realizaron bailes con grupos zapatistas que tocaban música norteña. La apertura hizo más notoria la ausencia del subcomandante Marcos, que en los próximos meses cumplirá 57 años. Todos los periodistas enviados a cubrir el evento coincidieron en una pregunta: “¿Por qué no acudió a los festejos?”.

El subcomandante Marcos cumple seis años de una ausencia mediática casi absoluta. En diciembre de 2007 aseguró a sus seguidores que se retiraría “por un buen tiempo”. Cumplió su promesa.

Los Guillén Vicente, originarios de Tamaulipas (al norte del país, junto al golfo de México), encierran una curiosa paradoja. La familia está compuesta por ocho hermanos, un abanico suficiente amplio para cubrir todos los extremos. Mientras Rafael, el cuarto de los ocho, es el guerrillero más reconocido del México contemporáneo, su hermana mayor, Mercedes del Carmen, es una destacada funcionaria del Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, del PRI. Su hermana, conocida hoy como Paloma, tiene un cargo en el Ministerio del Interior y fue una pieza clave en la transición de poderes del pasado 2012.

En una entrevista concedida en marzo de 2001 al reputado periodista Julio Scherer, fundador del semanario Proceso, Marcos reconoció que uno de sus errores fue “no haber previsto la personalización y protagonismo” del movimiento, que “muchas veces… impide ver lo que está detrás”.

El desvanecimiento de Marcos ha puesto en relieve los liderazgos de comandantes como David y Hortensia, de origen tzotzil, que llevaron la voz cantante en los festejos del 20º aniversario. Dos décadas después, el líder mestizo deja el paso a los indígenas de la guerrilla.

Marcos, justo antes de entregar las armas para asistir a los diálogos de paz en 1996
Marcos, justo antes de entregar las armas para asistir a los diálogos de paz en 1996Reuters

Su primera reaparición pública fue en enero de 2009, dos años después de anunciar su retirada, para conmemorar los 15 años de la insurrección armada. “Quienes han tomado a [Barack] Obama como faro se decepcionarán”, proclamó entonces sobre el presidente de Estados Unidos, que días después llegaría a la Casa Blanca.

En 2010 un rumor que había corrido mucho pareció encontrar sustento en un libro firmado por Luis H. Álvarez, un viejo miembro del derechista Partido Acción Nacional (PAN) que conoció al subcomandante en Chiapas durante el conflicto. “Su amigo Marcos está muy enfermo, tiene cáncer y necesita su ayuda”, le dijo a Álvarez un representante de la Comisión de Concordia y Pacificación, Jaime Martínez Veloz. La información fue desmentida por el propio Martínez Veloz poco después en una emisora. Una periodista de Chiapas cercana al movimiento zapatista confirma, sin embargo, que el subcomandante “sí está enfermo” y que viaja con frecuencia a la Ciudad de México para tratarse, aunque se negó a identificar la dolencia.

Hoy su presencia se ha reducido a un puñado de comunicados que difunde de vez en cuando y que firma “desde algún lugar de las montañas del sureste mexicano”. En 2011 rompió un silencio de casi dos años para lamentar la muerte de Samuel Ruiz, Tatic, el emblemático obispo de San Cristóbal de las Casas que ejerció de mediador entre el movimiento indígena y el Gobierno. Días después comenzó un intercambio epistolar público con el filósofo Luis Villoro. “De esta guerra va a resultar una nación destruida, despoblada, rota irremediablemente”, escribió al padre del escritor Juan Villoro sobre la lucha que mantenía el Gobierno de Felipe Calderón con los grupos del narcotráfico y que ha causado decenas de miles de muertos. En la misma misiva el zapatista recordaba que Calderón, cuando era coordinador del grupo parlamentario del PAN, se opuso a que los indígenas usaran la tribuna de la Cámara de Diputados como colofón a la caravana zapatista de marzo de 2001, que culminó con la entrada del ejército rebelde a la Ciudad de México. “Calderón terminó escondido con otros ilustres panistas en los salones privados de la Cámara, viendo por televisión a los indígenas hacer uso de la palabra en un espacio que la clase política reserva para sus sainetes”, escribió.

El distanciamiento no solo ha sido con la derecha. El último papel que Marcos jugó intensamente bajo la atención pública sucedió en las elecciones de 2006, cuando se autoproclamó delegado cero de la Otra Campaña, una especie de candidato alternativo que llamó a sus simpatizantes a no votar y destruir sus credenciales de elector. Se enfrentó con el izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD) y retó a su candidato, Andrés Manuel López Obrador, a un debate. Obrador perdió aquellas elecciones —y la presidencia— frente a Felipe Calderón por el 0,56% de los votos. Ese año fue el último de gran intensidad mediática para el subcomandante, que recorrió el país y dio docenas de entrevistas, incluida una por vídeoconferencia a Jesús Quintero, El loco de la colina. Aquel ídolo se ha desvanecido.

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Sobre la firma

Luis Pablo Beauregard
Es uno de los corresponsales de EL PAÍS en EE UU, donde cubre migración, cambio climático, cultura y política. Antes se desempeñó como redactor jefe del diario en la redacción de Ciudad de México, de donde es originario. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana y el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Los Ángeles, California.

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