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Columna
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La barba de Lula y las siete trenzas del cabello de Sansón

Juan Arias

Fue José Dirceu quien en 2002, cuando el exsindicalista Lula da Silva probó por la cuarta vez la escalada al Planalto, le recomendó que se cortase la barba, un símbolo que lo había hecho famoso en las luchas sindicales y que amedrentaba entonces a la clase empresarial.

Lula se la recortó, pero no se la quitó. Formaba parte de su personalidad y hasta de los ataques de sus adversarios políticos, que lo calificaban de “sapo barbudo”.

La enfermedad, acabados sus dos mandatos en los que recogió frutos y aplausos dentro y fuera del país, le obligó a aparecer en público por primera vez sin barba. Hoy, en las fiestas de Navidad, surge la noticia de que Lula volverá a dejársela. Noticia que fue antecedida de otra confesión suya: “¿Por qué creéis que estoy haciendo dos horas diarias de ejercicio?” preguntó. Él mismo se contestó: “Para prepararme para 2018”.

La historia de la barba de Lula me ha hecho recordar la bella historia bíblica de Sansón y los filisteos. Sansón fue juez del pueblo de Israel durante 20 años y luchó contra sus enemigos con la fuerza de su pelo, peinado en siete trenzas, que nunca se había cortado para ser fiel a una promesa hecha a Dios.

La fuerza de su cabello, era, sin embargo, un gran secreto. Su mujer, Dalila, lo traicionó y se lo reveló a los filisteos, que acabaron cortándoselo. Con ello perdió su antigua fuerza, capaz de despedazar a un león con las manos y de matar a mil enemigos con la quijada de un asno.

Sus enemigos le sacaron los ojos, lo hicieron esclavo y lo metieron en la cárcel, donde pasaba el tiempo "moliendo grano". Lo que no sabían era que Dios le había concedido a Sansón la gracia de hacer crecer de nuevo su pelo y con él la fuerza de antaño.

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Aún ciego, Sansón, recobrada la fuerza que le otorgaba su pelo nacido de nuevo, pidió que le colocaran entre dos columnas del templo de los filisteos, sujetó una con la mano derecha y la otra con la izquierda y lo derribó mientras gritaba: “¡Aquí muere Sansón con todos los filisteos!”.

Algunas de las historias bíblicas son inocentes y dulces, como la del nacimiento de Jesús en un pesebre entre un buey y un asno y con los obsequios de tres misteriosos reyes magos. Otras están cargadas de simbolismos políticos, como la de Sansón, que se sacrifica para defender a su pueblo de los enemigos.

La noticia de Lula y su barba me ha llevado a esta historia, magníficamente narrada en el Libro de los Jueces (13-17). No para compararlas, sino por el valor simbólico de ambas.

Sansón fue agraciado con una fuerza especial, que emanaba de su pelo, para defender al pueblo de Israel. Y fue juez de su pueblo. Y los jueces, sobretodo los mayores, eran grandes personajes, guías carismáticos.

Lula, tres mil años después, en nuestra era moderna y en la historia reciente de Brasil, protegido por su barba símbolo de luchas sociales que lo acercaban a la clase trabajadora, ha sido uno de los personajes que los brasileños y el mundo convirtieron en un mito. Por tanto, intocable e inmune a cualquier acusación.

Él, como Sansón, acabó perdiendo la barba cuando dejó el poder. Pero continuó manteniendo -a veces en la sombra y otras a la luz del sol- la fuerza. Y sus adversarios, contra los que gusta arremeter como lo hacía Sansón, no consiguieron relegarlo a la oscuridad. Ni siquiera cuando perdió su seña de identidad.

¿Y ahora, que Lula desea recobrar de nuevo la fuerza de su antigua barba? Seguramente no necesitará morir junto con sus adversarios políticos, ni siquiera con los que lo han abandonado, abrazado a las columnas del poder.

La historia de Lula no se ha acabado de escribir y nadie es capaz de apostar lo que será capaz de hacer con la barba crecida y sus fuerzas físicas recobradas.

Que sus adversarios estén atentos. El moderno Sansón brasileño podría ser traicionado como el bíblico, pero nadie ha sido capaz aún de esclavizarlo u obligarlo a "moler trigo". Quizás hasta le esperen nuevas cosechas que recoger.

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