El año de lagunas policiales que puso en cuestión la seguridad en México DF
Una serie de casos sin aclarar o irresueltos ha hecho fisuras en la imagen de la capital mexicana como una metrópolis bajo control
La guerra contra el narcotráfico tenía una isla de seguridad: México DF. Entre 2007 y 2012, los años duros de la violencia criminal durante la legislatura del anterior presidente, Felipe Calderón, la capital se mantuvo al margen de las sangrías de otras zonas mexicanas. México DF es el centro, y el centro es núcleo institucional, financiero; el centro también es la imagen de un país. Lo malo ocurría en la periferia, en provincias. En 2013, sin embargo, ha habido una serie de casos inusuales que, si bien no emparejan al DF con la violencia de las zonas más rojas de México, ha roto la idea común de que la seguridad en la capital está bien amarrada por las autoridades.
Primero fueron los perros.
En enero se supo que la policía había encontrado cinco cadáveres en un monte de Iztapalapa, la delegación más poblada y con más crímenes del DF. Entre los cuerpos había una pareja de adolescentes y un niño de un año y ocho meses. Los cinco estaban deshechos por mordeduras de perro. Era el primer caso delicado que debía resolver el nuevo alcalde de la ciudad, Miguel Ángel Mancera, que estaba al mando desde diciembre.
La respuesta de las autoridades fue ir al monte y capturar a todo perro que se encontrasen por el camino. Las imágenes de chuchos famélicos metidos entre rejas y mirando con cara de pena a la cámara fueron el hazmerreír de la ciudad en medio de un caso truculento. Poco después, se admitió que aquellos perros no tenían nada que ver con las muertes.
La Fiscalía local afirmó que a posteriori sí dieron en una cueva del monte con la jauría asilvestrada que había matado a mordiscos a cinco personas. No hubo una explicación detallada. El expediente fue archivado como información reservada hasta dentro de siete años. El caso que comenzó con un ridículo oficial terminó sumido en la neblina burocrática.
Primero fueron los perros. Después, el afterhours.
El 26 de mayo sobre las once de la mañana, 13 jóvenes fueron secuestrados en un after en el corazón de la ciudad, en una callejuela que desemboca en el monumento del Ángel de la Independencia, uno de los símbolos del DF. El centro –que también es la imagen de un país–.
En los primeros días el Gobierno dio palos de ciego. No empezó a investigar hasta que a los cuatro días los familiares de los secuestrados cortaron una calle y protestaron delante de los medio de comunicación. Cuando se supo lo que había ocurrido (un rapto a lo bestia, a plena luz del día, propio de los territorios más narco de México) el Gobierno actuó como si estuviese cortocircuitado por los nervios.
El alcalde Mancera llegó a decir que, como no tenían pruebas del secuestro, no se debía hablar de desaparecidos sino de personas "ausentes". Cuatro meses después, a finales de agosto, cuando el gobierno ya había dejado de hacer malabarismos semánticos como el de los asuentes y el caso se había convertido en un boquete de seguridad sin resolver, los cuerpos de los 13 raptados aparecieron enterrados en una fosa común.
A punto de terminar 2013, y con una veintena de detenidos a lo largo de la investigación de la masacre, incluidos tres policías, la Fiscalía del DF no ha dado una explicación definitiva de cómo fue posible un crimen de ese calibre en el epicentro de la capital, más allá de la hipótesis provisional de que fue un ajuste de cuentas entre bandas locales.
Este caso, además, destapó otro previo, de corte similar, del que no se supo nada hasta ese momento. La desaparición de cinco jóvenes en otro bar de la capital el 21 de abril. "Las autoridades nos dijeron que no hagamos escándalo, pero vemos que no investigan nada", dijo una de las madres cuando se reveló el asunto. Han pasado siete meses. No se sabe nada de ellos.
Los perros. Los bares. Y al final: el colombiano.
El 20 de septiembre, algún ciudadano grabó desde la ventana de su casa cómo unos tipos uniformados de policías intentaban meter a un individuo en una furgoneta. En una avenida principal del DF, a plena luz del día –de nuevo, a plena luz del día–. El individuo hizo todos los escorzos y esfuerzos posibles por evitarlo, pero acabó dentro. La furgoneta arrancó y se lo llevó. La grabación de todo esto acabó en You Tube.
El secuestrado era colombiano. Se llamaba John Jairo Guzmán. El hombre acabó huyendo de sus secuestradores y refugiándose en el consulado de Colombia en el DF, que luego lo mandó de vuelta a Colombia. Desde Bogotá, Guzmán contó que lo habían tenido encerrado dos meses, que él es un simple informático que trabajaba en México, que no andaba metido en líos.
El fiscal del DF, sin embargo, ha dicho que según sus informaciones Guzmán había ido a México para cometer robos. Tampoco especificó más. Hasta ahora ha habido dos detenciones por el secuestro del colombiano: un policía y un taxista.
Los perros. Los bares. La fosa común. Los desaparecidos. El colombiano que ha vuelto a Colombia. En el primer año de Mancera al frente del DF, la idea de seguridad en la tercera ciudad más grande del mundo se ha convertido en un concepto algo más relativo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.