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La policía portuguesa carga contra los recortes

Los agentes protestan contra la precariedad laboral teatralizando un asalto al palacio del Parlamento

Protesta de detectives portugueses frente al Parlamento, en Lisboa.Foto: atlas
Antonio Jiménez Barca

Los inspectores de la policía judicial portuguesa, los sherlock holmes lusos encargados de rastrear asesinatos, asaltos a mano armada y secuestros, entre otros delitos, se encuentran en huelga desde hace un mes. Desde entonces, sólo hacen su servicio laboral estricto, sin horas extras, sin aportar un minuto más al horario establecido, trabajando al medido ritmo de un oficinista escrupuloso, de nueve a seis de la tarde. Las consecuencias son evidentes y desastrosas: el homicidio de una jubilada ha sido investigado por novatos policías becarios, según denunciaba este miércoles el Diário de Notícias, hay sospechosos que se han volatilizado porque su búsqueda se produjo a primera hora de la mañana en vez de la noche precedente y hay robos cuyas pruebas se han estudiado con muchas horas de retraso por falta de personal. Puede que de aquí salga el arranque de un buen argumento para una novela negra, pero por ahora no pasa de ser el triste y penúltimo episodio de la oleada de recortes y empobrecimiento de los servicios públicos que ahoga Portugal y que abarca todos los sectores, desde la educación a la seguridad. El jueves, para certificarlo, se manifestaron masivamente, en Lisboa, policías de todos los tipos (desde la municipal a la aduanera) y procedentes de todas las esquinas del país, en una marcha sin precedentes, con miles de agentes de paisano protestando en la calle, ante la mirada atenta y solidaria de los agentes uniformados que los vigilaban. Los manifestantes llegaron, incluso, a subir por las escaleras de acceso al Parlamento, algo que raramente ocurre.

Se quejaban de su sueldo menguante, de las cada vez más escasas inversiones en material, de que escasean las prácticas y la gasolina para los coches. Y se indignaron ante los futuros cortes que prevé el próximo presupuesto, que se aprobará la próxima semana y que afectará a todos los funcionarios que ganen más de 600 euros al mes. El salario medio de un inspector, que ronda los 2.000 euros mensuales, se ha visto reducido en los últimos años cerca de 300 o 400 euros, según los sindicatos.

A esta manifestación de policías asistió el inspector de la Policía Judicial Carlos García, de origen español y presidente del sindicato Asfic. Cuenta con resignación y rabia las consecuencias de la huelga de celo de los sabuesos policiales: “Una noche hubo tres asaltos a tres cajeros automáticos. Pero como no había agentes suficientes de guardia porque el resto estaba de huelga, pues las pruebas se recogieron al día siguiente, si es que quedaba alguna”. El paro afecta a la brigada de estupefacientes. Por lo general, esta brigada deja que un sospechoso procedente de Brasil o Colombia con destino Holanda o Francia y que debe de cambiar de avión en Lisboa, salga de Portugal bajo vigilancia. El objetivo es apresar a toda la banda en el país de destino. Ahora bien: como estos sospechosos llegan en vuelos que aterrizan en Lisboa antes de las nueve de la mañana, pues la policía de aduanas los detiene, sin más, dado que no hay inspectores que se coordinen con sus colegas de los otros países.

Los policías no son los únicos profesionales armados que protestan estos días en Portugal. La semana pasada, en un solitario parque del centro de Lisboa, a un paso del Parlamento luso, al caer la tarde, se concentraron cerca de 200 sargentos y militares. Ya era casi de noche y hacía frío. No era, por tanto, la mejor hora para una manifestación de queja, todo contribuía para ahuyentar al público y a los periodistas. “Pero es que nosotros no podemos salir de los cuarteles antes de de las cinco y media”, explicaba uno de estos militares. Los sargentos se quejaban de lo que se quejan todos: de los recortes en sus sueldos y de las subidas brutales de impuestos, del empobrecimiento paulatino, creciente e imparable de sus vidas y las de sus familias.

Un sargento miraba al suelo para explicar qué ánimo flota ahora en los cuarteles portugueses: “La moral está baja. Muy baja. ¿Cómo quieres que esté si ya no tenemos para dar una vida digna a nuestros hijos? Además, no hay dinero para entrenamientos, ni para nada, en realidad”. Este sargento, que cobra 1.200 euros al mes, calculaba que su salario ha decrecido desde 2011 un 25%.

A la manifestación acudió Carlos Rui Reis, presidente de otra asociación de militares profesionales y describió su sombría situación así: “Teníamos esperanzas, pero ya no las tenemos. Ya no tenemos métodos para mejorar, para ascender, para hacerlo mejor. Teníamos promesas, pero ahora sólo tenemos un puñado de nada”.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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