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Columna
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Los dominós que no cayeron

Las victorias de Vo Nguyen Giap no fueron precursoras de la bajamar de EE UU

El militar vietnamita que acabó con la dominación francesa en su país en 1954, y expulsó al último norteamericano de Saigón en 1975, Vo Nguyen Giap, falleció la semana pasada a los 102 años. ¿Pero cómo era ese mundo en el que una nación de las profundidades del subdesarrollo podía derrotar por partida doble al colonialismo occidental?

Francia estaba exhausta tras la II Guerra y tenía que defender sus posiciones no solo en el Sudeste Asiático, sino más acuciantemente en el norte de África; el citado año, en que sufría la catástrofe de Dien Bien Fu, estallaba la rebelión en Argelia, que a diferencia de los protectorados de Marruecos y Túnez, era territorio nacional. Pero EE UU, que sucedió a Francia como aparente defensor de los intereses occidentales en aquella parte del mundo, estaba en los años sesenta en la cima de su poderío. Y tras unos años de incremento al menudeo del cuerpo expedicionario, Washington entraba a tiempo completo en la guerra con el desembarco en 1965 de dos divisiones en la base de Da Nang.

El espectáculo de EE UU debatiéndose entre arrozales a miles de kilómetros de distancia para sostener a una facción vietnamita contra la insurrección nacional pro-comunista, exigía una racionalización geopolítica para consumo externo. Y así nació la teoría de los dominós, según la cual si “se dejaba caer” el dominó vietnamita, correrían su misma suerte las restantes fichas de Indochina —Camboya y Laos—, con el peligro añadido de una prolongación a Tailandia, Malaisia, Birmania, y quién sabe dónde.

Los dominós no se comportaron, sin embargo, como la teoría había previsto. Es cierto que en la vecina Camboya se instalaba también un régimen comunista, pero como producto de una insurrección autóctona, y en Laos no podía sostenerse indefinidamente el equilibrio casi sobrenatural del líder neutralista Suvana Fuma. Pero esos dominós no eran precisamente los que habría tumbado el régimen de Hanoi. En Camboya se había impuesto, con Kieu Samphan, una línea comunista extrema, pero sobre todo genocida de su propio pueblo, que molestaba por su independencia al nuevo Vietnam unificado —Norte y Sur— al que conducía la victoria sobre EE UU. La intervención de Hanoi establecía por ello un Gobierno amigable en Pnom Penh. Pero la realidad seguía mostrándose rebelde a la teoría de unos dominós que no eran uniformemente comunistas.

China, que no quería poder hegemónico alguno en su frontera meridional, invadía Vietnam en 1979. La guerra duró lo que una correría por el norte del país, sin que quedaran pruebas fehacientes de que le hubiera “dado una lección a Hanoi”, como trompeteaba Pekín, y el equilibrio estratégico en la zona no experimentaba variación alguna. Aspiraciones estratégicas tan incompatibles entre sí anulaban cualquier pretensión expansiva, con lo que el resto del paisaje pudo seguir con su vida. Malaisia, con una insurrección apoyada por un tercio de población de origen chino, que había sido ya sofocada en los 60, no se hizo eco de la victoria de un comunismo que se sentía mucho más próximo a Moscú por temor a Pekín; y Birmania continuó impertérrita en su multi-enfrentamiento en pequeña escala con guerrillas varias, pese a que entre ellas figuraba una fuerza filochina. Al contrario, Vietnam hacía más difícil la expresión práctica de la influencia sínica.

La estabilización política de la península pronto mostraría cómo la guerra de Vietnam, la primera perdida por Washington en el continente, —contando Corea como victoria o match nulo— había sido del todo innecesaria. Unos 60.000 soldados norteamericanos, junto a dos o tres millones de vietnamitas muertos o desaparecidos; y la devastación de un país, a un costo de billones de dólares, no habían debilitado a la superpotencia norteamericana, que seguía siendo primus inter pares en la bipolaridad mundial que compartía con la URSS. Ni siquiera cabía decir que aquello que tanto preocupó al conde-duque de Olivares, la reputación, de cuando la monarquía hispánica peleaba en escenarios igual de distantes, hubiera sufrido en el caso de Washington menoscabo significativo.

Realidad muy diferente es la que vive hoy EE UU, cuando trata de retirarse de Afganistán sin dejar a sus espaldas el colapso de un régimen fantasma; de olvidar la aventura fallida de Irak que solo ha beneficiado a Teherán; y de sortear el absceso nuclear iraní con la guerra de Siria como prenda interpuesta. Pero no hay continuidad de dominós que caigan en hilera. Las victorias de Vo Nguyen Giap no fueron precursoras de la bajamar que sufre la gran potencia norteamericana.

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