“Esta gente solo está aquí para matar”
Supervivientes del asalto describen el escenario de horror vivido durante cuatro días en el centro comercial
Ross Langdon y Elif Yavuz habían ido al Westgate a comprar ropa para el bebé que esperaban el mes que viene. El poeta ghanés Kofi Awoonor curioseaba en una de las librerías del centro comercial. El doctor Juan Jesús Ortiz buscaba algún recuerdo antes de dejar Kenia para hacerse cargo de su nuevo trabajo en un hospital de Liverpool. Medio centenar de empleados de East FM ultimaban los preparativos para un concurso de cocina. Entonces estalló el infierno. Disparos, explosiones, sangre, carreras. El corazón a mil. El miedo. “Esta gente está aquí para matar. No quieren dinero. No quieren nada”, resumió Peter en medio de la confusión.
Peter es uno de los tres empleados de Ángela Messeguer que en ese fatídico momento se encontraba en Kaché, la boutique que la empresaria catalana tenía en el Westgate. Un partido de fútbol de su hijo hizo que, en contra de lo habitual, ella no se encontrara allí como cada sábado. Nada más enterarse del suceso, intentó comunicarse con Peter, Salomé y Maureen. Ninguno respondía al teléfono. Cuando en las horas siguientes fueron saliendo y logró hablar con ellos, descubrió el horror del atentado terrorista que iba a prolongarse durante casi cuatro días.
Los asaltantes entraron lanzando granadas y disparando a los guardias de seguridad de la entrada. A continuación, se dividieron entre el aparcamiento del sótano y el de la cubierta superior. Allí, según diversos testimonios, mataron a mucha gente que hacía cola para salir. Mientras, cientos de personas corrían aterrorizadas por los pasillos buscando una vía de escape. Quienes tuvieron la desgracia de cruzarse en el camino de los terroristas fueron asesinados a sangre fría, o apresados como rehenes. Un personaje famoso de la televisión keniana ha contado, sin embargo, que le dejaron irse con su mujer al comprobar que era musulmán.
Nada más oír los disparos, Salomé y Peter cerraron la boutique (Maureen había salido a un recado) y se dirigieron a las oficinas administrativas del centro comercial, que están al lado. Pero se encontraron la puerta de seguridad cerrada. Fue entonces cuando se separaron. Salomé se refugió en el baño de mujeres más próximo. Peter, por su parte, intentó salir por el piso superior.
“Durante media hora estuvimos oyendo disparos sin parar”, recuerda Peter. “Estaban matando a todo el mundo”
“Al llegar vi a unos encapuchados y otros hombres con la cara descubierta, con armas de dos cañones y cananas cruzándoles el pecho”, relataría después. Rápidamente saltó un muro y se unió a dos vigilantes que venían huyendo desde la entrada principal. Se refugiaron en el cuarto del generador. No sabían que pasarían tres horas largas hasta que pudieran abandonarlo.
“Durante media hora estuvimos oyendo disparos sin parar”, recordaba. “Estaban matando a todo el mundo. Así que desconectamos los teléfonos para que no nos localizaran”. Sólo cuando intuyeron que no había nadie fuera, decidieron salir. “Por el camino había cuerpos en el suelo, muchos de niños”. Peter no puede precisar cuántos. Sólo recuerda la angustia, los nervios, el horror. Pero su relato es consistente el de otros supervivientes y el de los voluntarios de la Cruz Roja que, más tarde protegidos por las fuerzas de seguridad retiraron varias decenas de cadáveres del centro.
Mientras tanto, Salomé mantuvo comunicación por SMS con Ángela, quien intentaba imbuirle ánimos asegurándole que la policía estaba de camino para rescatarles. “Cuando oí en la televisión que iban a entrar las fuerzas especiales, le dije que se alejaran de las ventanas y se protegieran contra alguna pared”, recuerda la empresaria española aún con la voz temblorosa. Ninguna de las dos podía imaginar entonces lo traumático que iba a ser.
“Entraron echando abajo la puerta. Nos dijeron que pusiéramos las manos en alto y que guardáramos silencio. Entonces, nos sacaron a punta de pistola y en fila india por el pasillo. Pensé que nos iban a disparar por la espalda”, contará más tarde Salomé. Solo cuando llegaron fuera y les metieron en una ambulancia, ella y sus compañeras de encierro comprendieron que estaban en buenas manos. Habían pasado seis horas. Cuando tuvo fuerzas para hacer la primera llamada, no podía hablar, solo gritar.
A partir de ahí, el asalto se convirtió en una guerra de nervios. Las fuerzas de seguridad sacaron a unos pocos más, pero “la muerte con cuentagotas”, como lo define Ángela, se prolongó hasta el martes. Al final, Ross, Elif, Awoonor, Ortiz y al menos otras 60 personas han muerto. La Cruz Roja tiene una lista con otros tantos nombres a los que sus familias aún siguen buscando.
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